Al concluir la cobertura periodística de una reunión de temas que se abordaban con el vocabulario de los economistas, un amigo que ostentaba un alto cargo se acercó muy preocupado para ofrecerme asesoría si había algo que no entendiera.
Tras agradecerle el gesto le dije que solo había un participante al que no me sentía capaz de reportar sus intervenciones en ninguno de los puntos en los cuales habló, y solicité auxilio, pues las expresiones que usó me parecieron muy profundas e incomprensibles.
Los especialistas rieron de buena gana y me consideraron con capacidad para escribir sin errores, y por tanto, no tenían que aclararme nada, salvo facilitarme el informe que sirvió de base a las discusiones.
En confianza, rebelaron que se trataba de alguien que creía saberlo todo hasta el punto de hacer papeles ridículos como en esa reunión, donde estaba argumentando por qué el informe debió de haber tratado un asunto que resultó ser el centro del documento y los debates.
Tal explicación fue suficiente para comprender los murmullos de los asistentes cuando el susodicho hablaba, y comprobé que ni siquiera se había leído el informe, pues ciertamente encontré en él abundantes análisis del tema que reclamaba.
Realmente resultaba hasta simpático verlo armar los enredos en la reunión, y al volverlo a encontrar, alguien comentó que el personaje se creía el que más sabía, y que si le daban un orinal, un destornillador, un alicate y un martillo y le pedían que con eso fabricara un auto, iba a decir que sí, que lo sabía hacer.
Afortunadamente estaba alerta, pues durante un breve receso se brindó para ser entrevistado, y dijo que él podía darme la primicia de todo cuanto podía hacerse para resolver todos los problemas planteados, a lo cual respondí con evasivas.
Aquellos recuerdos vuelven hoy cada vez que alguien se me presenta en una charla como el que sabe cómo resolver todos los entuertos de la economía cubana y convertirla en la más floreciente del mundo.
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Redacto estas líneas apenas abandono a toda velocidad una tertulia en la bodega donde un sabelotodo explicaba las causas de los atrasos en las entregas y no entregas de los productos normados, disertaba de cómo solucionar la inflación, por cierto en esto último con datos jamás escuchados.
Al indagar cuál era su fuente de información, dijo que Facebook, donde según él, se publicaban hasta los secretos mejor guardados y que ahí podía saberse todo. Fue cuando presenté mis excusas y salí a toda velocidad del grupo.
Uno de los participantes en esa informal reunión en la desabastecida bodega del barrio, concluyó con una acalorada discusión, que derivó en si se escribía sabihondo o sabiondo, y resultó que todos, excepto el sabelotodo, tenían la razón.
Cuentan que el supuesto polímata dio una explicación de gramática, redacción, lingüística y se refirió a la etimología de la palabra para decir que ambas formas son correctas. Y tiene razón.
Sabelotodo, pedante, repipi, sabidillo, goyo.
Polímata es la persona con grandes conocimientos en diversas materias, científicas o humanísticas. Ser un polímata es esencial en el mundo actual.
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