//

martes, 8 de julio de 2025

Guaracabulla

Cuando viajo al centro de Cuba, es siempre buscando buena compañía...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 08/07/2025
0 comentarios
Guaracabulla
“Las lomas azuladas en la tarde / noche que con los astros se encocuya, / mansa quietud del pueblecito aislado”. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

¡Qué dulce debe ser / vivir aquí en Guaracabulla!, / ¡junto al guajiro que a los trenes viene / con esa ingenua transparencia suya!

Luego de una semana de peripecias por Santa Clara, Sancti Spíritus y Placetas, este domingo amanecí en Guaracabulla. Llevaba años sin pernoctar en el punto central de la Isla; lugar de magia atemporal, cuna de uno de mis hijos afectivos.

Esta vez no dormí en casa de Adys, su madre, porque lleva años viviendo en Placetas, donde cuida con denuedo y amor a una señora nonagenaria. Me acogió Katy: la bibliotecaria, la entusiasta teclera, la esposa de Tomás y madre de Alicita, la cultivadora de plantas hermosas, que además atesora el orgullo de haber brindado el último café hogareño a Guillermo Cabrera, el periodista que convocó a sus amigos al centro de sus vidas para entregar la suya en un pestañazo y sembrar en la ceiba una nueva leyenda.

De aquel apoteósico 1ro. de julio de 2007 a este relajado domingo de modesta fiesta popular, el pueblito ha cambiado perceptiblemente, pero su esencia bucólica no se ha perdido mucho: “Las lomas azuladas en la tarde / noche que con los astros se encocuya, / mansa quietud del pueblecito aislado. / ¡Sueño sin bulla!”

Bueeeeno, maestro y poeta Raúl Ferrer: te entristecería saber que lo de la bulla es hoy de cuestionar, porque la epidemia de los superbafles en lugares abiertos para que la música rebote en el cerebro de los vecinos cercanos (casi todos muy mayores)… esa epidemia de mal gusto y sexo burdo explícito, sí que alcanzó al pueblito de tus ilusiones, al menos los fines de semana, según me cuentan y constaté este sábado.

Pero por esta vez no debería quejarme: amablemente les pedí (cerca de las dos de la madrugada) que moderaran sonoridad, y amablemente cerraron la farra hasta el otro día.

Por raro que parezca, nunca me enamoré en Guaracabulla, excepto de aquel adolescente y su familia, que me adoptó como la amiga loca de la Habana que no tenía miedo a las ranas en el excusado, comía sentada en el piso y adoraba el pozo.

Con pareja fui sólo una vez, en bici, luego de recorrer por el sur varios territorios de Mayabeque, Matanzas, Cienfuegos y Sancti Spíritus. Pero esa noche la bulla fue interior, porque a mi resabioso compañero de viaje le dio por especular con cuánto amantes habría dormido bajo esas tejas francesas, y no hubo modo de que creyera en su exclusividad.

“¿A qué vienes, si no, hasta este Macondo?”, me preguntó entonces, como solía hacer ante cada viaje, y yo le respondía, invariable, que iba a buscar buena compañía… algo que en su diccionario tenía una connotación erótica, sí o sí.   

Pero no es mi manera de verlo. Según dice Guruji, mi maestro de El Arte de Vivir, la señal de una “buena compañía” es ir a una persona con un problema y regresar sintiendo que no es tan malo como pensabas. Yo creo que eso es lo que vamos buscando todos los humanos cuando viajamos al centro (el real y el simbólico): una mirada, una respiración acompasada a la nuestra, una sonrisa que consuele y derroche sensibilidad.

Pero una vez al año no me alcanza. Yo necesito ir de nuevo a hurgar en los estantes de Katy, visitar la galería de Pedrito y llevar una brocha gorda para devolver blancura a la escuelita donde el Guille dejó su última sonrisa… Y pinceles, claro, ¡y a Jorge!, para adornar su gran pared con merecidas alegrías que conecten nuestros mundos.

También necesito contarles a los chiquillos del barrio los secretos de la infinita internet de los griegos, los romanos, los egipcios, los mayas… y en par de horas acostados en el camino, panza arriba, brújula en mano, develar leyendas en las constelaciones, para que entiendan el origen de amores y violencias que hoy nos parecen naturales y son puro condicionamiento cultural.

Pero, sobre todas las cosas, necesito visitar a Marisel, la abuela de mi niño Carlitos, para tomar su café en taburete e inspirarme en su elegante manera de envejecer junto a su esposo: 37 años juntos ¡y aún se perfuman para dormir abrazaditos!

¿Cuándo regreso? ¡En diciembre! Y no digo antes porque en septiembre nos fugamos para Baracoa con un grupo grande, y entre una y otra aventura necesitamos recuperar fondos y fuerzas, y dar un poco de calor al hogar, valorar lo aprendido y contagiar a otros amigos del buen vivir.

Vuelvo a mi maestro: “La sabiduría no viene de leer libros; sino de ser consciente de la realidad de la vida. Cuando sabes que todo es temporal y cambia, tu mente se vuelve clara. La conciencia de la muerte te impulsa con más vida”.


Compartir

Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


Deja tu comentario

Condición de protección de datos