Amanecí con dolor en el pecho, un dolor muscular, pero bastante molesto. Trabajé adolorida y con sueño, había dormido mal. La jornada fue intensa, como casi siempre. No me dio tiempo a terminar todo lo que debía hacer, llegué a casa con mil pendientes.
Pero no había corriente, así que cocinar, bañar a los niños y organizarlo todo para el día siguiente fue doblemente complejo. Cuando al fin puse mi cabeza en la almohada, en vez de dormir, me puse a recapitular todos mis “incumplimientos del día”:
No terminé la crónica que según cronograma debía estar lista; no pude estudiar los trazos con mi hija, no jugué con mi hijo, le contesté mal a mi esposo, tuve cara de perro la mitad de la noche, no leí…
Y me culpé porque mi familia merece más: ¿tal vez una madre sonriente, con un vestido floreado, que haga postres todos los días?
Pero esa madre ideal no existe, y si existiera tampoco querría ser como ella, así que elegí perdonarme. Me perdoné porque había sido un día malo, porque me sentía enferma, porque la vida es más compleja que un siempre dar insostenible.
Al otro día lo haría mejor, y así fue. Nadie dijo que convertirse en madre implicaba una anulación completa del ser propio, al punto de no tener derecho a días malos, a alzar a veces la voz, a equivocarse. No me sonrojo por disculparme con mis hijos cuando me equivoco; ya lo he dicho otras veces, creo que así les enseño que nadie es infalible ni perfecto, y que reconocer los errores es una actitud valedera y franca.
- Consulte además: Supermami
Percibo con demasiada frecuencia, en este mundo donde todos parecen hablar de narcisismos, toxicidades, productividad, etc, que se nos pide ser cada vez más centrados, menos espontáneos, más cuadriculados; en especial a las mujeres, y a las madres, con énfasis.
Y no es que intentar ser mejores personas sea malo, ni que conocerse y regularse sea un error, sino que los seres humanos tenemos emociones y expresarlas no constituye un pecado; sobre todo si estamos bajo presión constante, como es el caso de las madres de hoy, que suelen trabajar fuera de casa también, y que por lo general poseen una escasa o nula red de apoyo.
No se trata de negar que la maternidad transforma, sino de conciliar ese rol con el resto de aquellos que la madre quiere o debe cumplir. Yo, madre; pero también yo, la profesional; yo, la mujer; yo, la esposa; yo, la persona que puede levantarse con el pie izquierdo o con el moño vira’o.
El amor se construye también desde lo imperfecto, siempre y cuando no hagamos del agobio una justificación para la violencia, la desatención, la frialdad. Es bueno aprovechar esas oportunidades, asimismo, para hablar a nuestros hijos de las emociones, de cómo regularlas; y tampoco exigir de ellos un autocontrol que no están en capacidad de poseer.
Que las carencias del día a día, que las responsabilidades, no nos roben tampoco la ternura, ni el hogar como un espacio de desahogo y contención, pero seamos siempre reales, lo que implica abrazar las sombras, de las que sale la luz.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.