//

martes, 15 de julio de 2025

Camino sin retorno

¿Por qué apagamos la intuición y las alertas sensoriales en historias que no van a ningún lugar?...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 15/07/2025
0 comentarios
Camino sin retorno
Ese tipo de historias son inmaduras, pero lindas a su manera. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

¿Por qué nos enredamos en historias mediocres aun sabiendo que no darán ni para comercial de cine de barrio? Le he preguntado a amigos hombres y alegan curiosidad o tozudez, por anotarse otra raya, por cumplir con el grupo…

Las amigas suelen responder que actúan así por inseguridad, o ilusión empecinada, o manía de mejorar ejemplares quebrados, o miedo a pasar solas fechas de connotado valor social.

Yo creo que he pasado por todas esas justificaciones, y más: he dado cuerda a relojes rotos incluso por autopreservación, como el par de veces (¿o fueron más?) que me arriesgué en el carro de un personaje anodino hacia algún punto lejos de la ciudad, y luego tocó fingir que no me aburría su cháchara ni me asqueaba su falta de habilidades amatorias porque a pie, sola y de noche no podría regresar a casita.

¿Por qué fui con ellos, en primer lugar? Eso mismo pregunto desde el primer párrafo: ¿por qué apagamos la intuición y las alertas sensoriales al punto de poner en peligro nuestra integridad espiritual y física, y a la vuelta de ese trago amargo aún no entendemos nuestro pésimo estado de ánimo?

Y no, no hablo de esas quimeras que nublan el entendimiento con su físico o sus anécdotas fantasiosas, o de esa gente cómoda y comprometida (con otros) cuyo afán es acumular vivencias, que no te elegirá en momentos cruciales, pero al menos sabe cómo hacerte pasar una buena jornada, y así sea por su propio bienestar, crea una burbuja de Disney para ti durante las horas (o minutos) que se dignó dedicarte.

Ese tipo de historias son inmaduras, pero lindas a su manera. No aportan mucho, pero entretienen, y hasta te ayudan a sanar egos y pasar página cuando necesitas sobrevivir a una mala experiencia sentimental de las que dejan honda huella.

Mi duda desde ayer, a raíz de un comentario en el grupo de wasa y de una extraña llamada, es por qué sabemos que una línea no tiene continuidad y aun así abordamos el tren, le dedicamos toda nuestra energía y hasta cocinamos sueños al ritmo de su falso avance, que de tan ridículos ni siquiera los confesamos a la almohada.

Jorge me ve tecleando y pregunta de qué va la crónica. Le comento mi reflexión sobre esos pasos tropelosos y reconoce haberse visto en circunstancias similares. A veces por espíritu aventurero, dice. Otras, porque la vida te coge en un bajón emocional y tú te dejas llevar por impulsos ajenos, aún cuando sabes que pudieras acabar peor.

Como humanos, somos especialistas en tropezar con la misma piedra y llamar luego a eso “aprendizaje”, incluso si no aprendimos nada y a los pocos días (o años, o meses) repetimos la disparatada elección visceral.

De hecho, las piedras casi nunca son las mismas (los hay que sí que van a la misma, una y otra vez, pero eso es puro masoquismo redentor). Las pisadas sí: el error reiterado es muy nuestro, muy de persistentes malos hábitos, pero insistimos en culpar al camino, incluso si está lleno de anuncios de neón: “Por ahí no es”, “Bache sentimental a la vista”, “Peligro, sujeto tóxico a dos metros”, “Ya este capítulo lo viviste tres veces” y otros por el estilo.

Un amigo ya mayor decía que esas burradas se parecen a los coches que insisten en correr en los tramos wayback del ferrocarril. Hablaba por experiencia, tristemente: se pasó más de 30 años en un atasco de esos, por mucho que intenté aconsejarlo, estremecerlo, incluso insultarlo para hacerlo cambiar de raíl.

Y no era amor, ni lástima, ni deuda de gratitud la causa de su apego. No sabría decir qué lo metió, en primer lugar, en esa ruta sin retorno, ni que lo mantuvo más allá de cualquier límite humano, al punto de perder sus libros, su música, su casa, su dignidad, su amor propio, su apariencia, su trabajo, su autoestima, su salud… y seis meses atrás perderla a ella (¡al fin!) y terminar en un asilo, mendigando atención telefónica de quienes lo admiramos cuando aún era gente.

Su caso duele, pero no sorprende. Ojalá su espíritu de poeta se salve y queme todo ese karma en esta vida. Y ojalá su miseria nos sirva de lección a los demás…           


Compartir

Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


Deja tu comentario

Condición de protección de datos