Quizás en el mundo sean pocos quienes recuerden hoy el caso de los esposos Rosenberg. Sin embargo, qué presentes están en los acontecimientos actuales, tan preocupantes para la humanidad.
La persecución, juicio y ejecución en 1953 de Julius y Ethel Rosenberg tiene gran actualidad, porque aquellas mentiras y manipulaciones —sutiles y burdas— de la opinión pública que empleó el gobierno de Estados Unidos para condenarlos, son las mismas que hoy le sirven para agredir a otros pueblos y acallar a los estadounidenses.
La pareja fue ejecutada en la silla eléctrica tras ser acusada de vender a la URSS secretos de la bomba atómica. Fueron ellos los chivos expiatorios de la persecución a la población progresista y a la cultura crítica norteamericana que condenaba el crimen de Sacco y Vanzetti, los linchamientos de los miles de negros y negras por el "grave delito" de tener la piel de otro color, y que se oponía a la guerra contra Corea.
Multitud de policías tenían la misión especial de vigilar la prisión de Sing Sing, de Nueva York, antes del ocaso del viernes 19 de junio de 1953. Dentro, un grupo de seis hombres del FBI, equipados con dos líneas telefónicas directas a Washington, esperaban en un puesto secreto, con la esperanza de que Julius Rosenberg o su esposa Ethel optaran por confesar actividades de espionaje, a cambio de no ser ejecutados. Ambos eligieron mantener su inocencia y dignidad. Entendían que una confesión falsa y cobarde de su parte perjudicaría al mundo progresista, la libertad cultural y lo que ahora tanto utiliza Washington contra los pueblos que se oponen a su política; la defensa de los derechos humanos.
Otra multitud se reunió en Union Square, de Nueva York, para permanecer en vela. Fuera de la Casa Blanca, muchos pedían indultar a la pareja, los únicos estadounidenses sentenciados a muerte por espionaje en tiempos de paz, mientras otros portaban pancartas que rezaban: "!Muerte a las ratas comunistas!" Los Rosenberg, años antes, habían portado pancartas muy diferentes, en luchas por la justicia y por la igualdad.
Después que 112 jueces participaron en 23 apelaciones, incluyendo siete a nivel de la Suprema Corte, la ejecución dictada dos años antes se llevaría a cabo.
Julius y Ether Rosemberg, acusados de espionaje, habían pasado dos años en el pabellón de la muerte. Cuando Julius fue conducido a la cámara de la muerte estaba sereno. Permaneció silencioso desde su declaración de esa mañana, que concluía así: "Nunca les dejes cambiar la verdad de nuestra inocencia". Luego de las acostumbradas descargas eléctricas, una corta y dos largas, se le declaró muerto a las 20:06 horas. Poco después se ejecutó a Ethel Rosenberg, que tampoco perdió la entereza. Su último deseo había sido que cuidaran de sus hijos. Sus últimas palabras: "No estoy sola, y muero con honor y dignidad, sabiendo que mi esposo y yo seremos reivindicados por la Historia".
Quedaron huérfanos sus dos hijos, de 6 y 9 años, a los que también alcanzó la crueldad y la venganza: fueron vilipendiados, expulsados de sus escuelas y amenazados. Ambos son hoy luchadores por los derechos humanos y militantes contra la pena de muerte.
Como abogado y director del Fondo Rosenberg para los Niños, su hijo menor, Robert, declaró recientemente: "Estoy muy familiarizado con el peligro del sacrificio de las libertades fundamentales en nombre de la seguridad nacional". En momentos en que las fuerzas contrarias a la guerra se encuentran bajo ataque, con el pretexto de no ser patrióticas, parece adecuado considerar las semejanzas que existen entre los Estados Unidos de John Ashcroft en el 2003 y los de Hoover en 1953.
Esta nueva era macarthista cobró impulso tras la farsa electoral de noviembre del 2000, cuando George W. Bush fue designado presidente gracias a los votos en la Corte Suprema de los aliados de su padre y del ex presidente Reagan. El ímpetu máximo de la era se alcanzó una vez que los ataques del 11 de septiembre del 2000 le facilitaron a la administración Bush la excusa que necesitaba para manipular el temor público e imponer su autoritaria agenda al pueblo norteamericano.
Luego de aquel infame día, comprendí que el caso de mis padres ya no era simplemente de interés histórico o educacional, a pesar de que fue el único caso en los tiempos modernos en que los acusados de conspiración fueron finalmente ejecutados.
Después que resultaron muertos todos los homicidas en masa que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York, era probable que el Gobierno presentara igualmente cargos de conspiración contra sus amigos y también pidiera la pena de muerte para ellos. Rápidamente comprendí, tanto como el Fiscal General Ashcroft aclaró, que las libertades civiles de los inmigrantes, y luego, de todos los norteamericanos, pronto correrían riesgo.
RENEGAR DE LA VERDAD ES PAGAR UN PRECIO DEMASIADO ALTO
Los Rosemberg habían escrito al presidente Eisenhower: "No somos mártires ni héroes ni aspiramos a serlo. No queremos morir. Somos jóvenes, demasiado jóvenes, para morir. Pero renegar de la verdad es pagar un precio demasiado alto, incluso por el inapreciable don de la vida, porque una vida así comprada no la podríamos vivir con dignidad y respeto". Ethel añadió: "Somos las primeras víctimas del fascismo norteamericano".
En EE.UU. ya habían olvidado a Hitler y se aliaban en Alemania Occidental con dirigentes del pasado nazi. Excarcelaban a los criminales de guerra. Ahora los enemigos eran otros. Supuestamente Julius Rosenberg era el organizador de una red de espionaje, tal vez dos, que permitieron a la Unión Soviética desarrollar su propia bomba atómica, muchos años antes de la fecha en que lo hubieran podido hacer sin ayuda, lo cual cambió el balance de fuerzas del mundo. Su delito era ser comunistas y haberse solidarizado con la República española durante la guerra civil de 1936-1939. Para las autoridades estadounidenses eso los convertía en culpables, y no dudaron en fabricar un proceso judicial amañado y repleto de mentiras.
El pasado de Julius Rosenberg y Ethel Greenglass no indicaba que estuvieran destinados a la notoriedad internacional. Ambos eran primogénitos de familias judías pobres que pugnaban por subsistir en el barrio neoyorquino Lower East Side durante los peores años de la Depresión. Se hicieron comunistas en los años 1930. En 1936, los Rosenberg participaron en muchas iniciativas de solidaridad con la República española. Ya en la cárcel, en vísperas de su ejecución, Julius proclama en una carta a Ethel su voluntad de seguir luchando y escribe ¡No pasarán!, en castellano, recordando el lema republicano de la guerra civil.
El día de la ejecución de los Rosemberg, 19 de junio de 1953, los manifestantes marcharon frente a la Casa Blanca. Anticipándose en décadas a las recientes manifestaciones a nivel mundial, la campaña ¡Salvar a los Rosemberg! se extendió por todo el planeta. Se movilizaron millones de personas en EE.UU., América Latina, Europa y Asia; se recogieron firmas y se organizaron huelgas peticiones de obreros, estudiantes, intelectuales, artistas como Picasso, científicos como Einstein y hasta el Papa Pío XII.
Como la pareja rehusó admitir su culpa, el presidente estadounidense no les concedió el indulto de última hora.
A pesar de que los agentes dijeron que Rosenberg era el líder de la red de espionaje, no se obtuvo evidencia sólida. Y años después se demostró su inocencia. Sin embargo, fueron condenados a la pena de muerte en un juicio lleno de falsedades.
Dos amigos de su época de estudiante, uno de ellos mencionado en ciertos documentos soviéticos, desaparecieron de pronto. Otro amigo universitario, Morton Sobell, huyó con su esposa a México, pero fue entregado al FBI y, como a los Rosenberg, se le acusó de conspirar para cometer espionaje. Pero, ¿qué logró esta "red"?, ¿qué "secretos" fueron entregados al enemigo? La razón por la que tantas personas dudan de la validez del caso del gobierno contra los Rosenberg y Sobell es la falta de pruebas sólidas, además de la poca confiabilidad del testimonio de los Greenglass. Algunos observadores piensan que éstos atestiguaron en contra de los Rosenberg para salvarse a sí mismos, y que fueron utilizados para dar una mínima base a un juicio destinado a asustar a los norteamericanos progresistas.
La política exterior agresiva de Estados Unidos y su apoyo a dictaduras crueles necesitaba contar con el respaldo de la opinión pública. Para lograrlo, se lanzó una feroz campaña anticomunista que hizo creer a muchos norteamericanos en el peligro de un ataque nuclear soviético y convencerles de que los comunistas (es decir, cualquier progresista o crítico) eran capaces de traicionar a su país. Fueron los años de la "caza de brujas", cuando el senador McCarthy consiguió que numerosos intelectuales y artistas de Hollywood fueran condenados por "actividades antinorteamericanas".
El matrimonio Rosenberg fue víctima, pues, de una estrategia gubernamental diseñada por el FBI y el Pentágono. Al asociar a los comunistas con la traición, el gobierno tenía las manos libres para su política represiva en el interior y, además, disfrazaba con la amenaza del expansionismo de la URSS su intervencionismo en la guerra de Corea (1950-1953) y los crecientes gastos militares.
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