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viernes, 3 de octubre de 2025

El año del avistamiento extraterrestre

Esa mañana el cielo estaba gris, encapotado con unas nubes negras hacia la famosa Cabeza de Patricio...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 27/09/2025
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El año del avistamiento extraterrestre
El año del avistamiento extraterrestre ( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)

Aquel Año, Julio Morales Aróstegui había dedicado todos sus esfuerzos a construir un radio rústico con pedazos de manera y de tela botados en las calles. Su objetivo era claro: lo usaría para contactar con los extraterrestres.

Había escuchado, de bocas de locutores en varias emisoras extranjeras, que se preparaban viajes al cosmos para hallar vida inteligente o vestigios de civilizaciones perdidas. El mundo vivía una explosión de curiosidad y todos miraban hacia arriba en busca de respuestas. Julio destripó su viejo dispositivo norteamericano, sacó las bujías y los cables, destrozó cada transistor y colocó los restos del aparato encima de una plancha de cinc del patio de su casa, sita en la calle Nazareno al final, como quien va hacia la Vereda del Carmen. 

Frente a su vivienda, el terreno deportivo estaba como de costumbre lleno de muchachos del Instituto de Segunda Enseñanza que iban allí para jugar pelota o hacer carreras de velocidad. Cuando veían pasar a Julio era como si se removiera el universo, todos corrían hasta la cerca haciendo preguntas. Y es que a él se le conocía por dos apodos: el Sabio y Julio Problemas. “Maestro, ¿puede decirnos cuándo es que se podrá viajar a Marte?” El hombre acariciaba su barbilla con un gesto de profunda reflexión, tocaba el tronco de uno de los árboles cercanos antes de hablar e iniciaba su perorata: “He recibido noticias directamente desde la Agencia Espacial soviética acerca del avistamiento de construcciones en la superficie marciana, por lo cual no está lejos el día en que vayamos a conocerlos”. Los muchachos se arremolinaban, unos incrédulos reían, otros prestaban atención como si estuvieran oyendo realmente los resultados de una indagación científica con toda la seriedad del mundo. Algún que otro transeúnte se detenía también para escuchar. Al final, Julio siempre dejaba en el aire uno de sus famosos problemas o acertijos. “Pero eso no es lo importante, sino saber si en esta mata —señalaba para el inmenso laurel del terreno— hay más ojos u hojas”. Y con esa sombra, esa duda socrática, el maestro desaparecía calle Nazareno arriba hasta doblar en la esquina rumbo al parque o a otros tantos recovecos de la villa. 

La temporada ciclónica había sido bastante activa en el Caribe. Desde hacía años, estos fenómenos venían in crescendo debido al ascenso de las temperaturas. Un huracán se forma a partir del calor de las aguas del mar, los niveles de evaporación y de concentración de humedad en la atmósfera. Al final, pueden alcanzar radios de entre 500 y hasta 600 kilómetros y alturas de 10 kilómetros. Se estima que con la energía de un huracán puede dársele electricidad a grandes ciudades. La capacidad científica humana no ha llegado ni a modificar ni a eliminarlos.

Solamente se ha avanzado en su predicción y estudios. En la trayectoria de los huracanes incide mucho la rotación terrestre sobre su mismo eje, lo cual hace que ellos no aparezcan en el Ecuador, sino sobre las zonas tropicales, donde están creadas las condiciones. En Cuba, son muy peligrosos y frecuentes los que ocurren en octubre, etapa en la cual la isla está expuesta a una trayectoria más hacia el noroeste producto del desplazamiento de las fuerzas anticiclónicas del norte. 

Pero Julio no sabía nada de esto, ni le hacía falta, para él todo tenía una explicación mitológica o seudocientífica, una que se fundaba en su propia lógica como ser humano. Cuando dejaba atrás el terreno del Buque (llamado así por un famoso barco de tablas de camas y de escaparates que fuera construido en ese lugar para sacarlo en las parrandas de diciembre) iba en dirección a la Biblioteca Pública, hojeaba algún libro, lo tomaba y podía estar toda la tarde en el patio colonial leyendo. Desde hacía días estaba con El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Las descripciones del huracán que cambió la historia en Cuba y que hizo añicos el viejo orden político lo fascinaban. Julio hallaba en las letras de dicha obra una resonancia que nadie había descubierto, una interpretación que estaba ajena a lo que se había estudiado por universidades, académicos, semiólogos, letrados. Para él, en las páginas de esa novela había un código secreto que avisaba sobre el avistamiento de los extraterrestres. “Será bajo el temporal de un ciclón y no está muy lejos que ocurra”, decía en murmullos. 

El año del avistamiento extraterrestre
( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)

Del 27 al 28 de agosto de 1794 se produjo en Cuba una gran conmoción ciclónica. En Europa, había acontecido la Revolución que derribó una monarquía poderosa, estableció un régimen republicano y una cámara plural. Sin embargo, todo eso derivó en 1793 en lo que se conoció como “El Terror”, una etapa de reinado de la sangre, la incertidumbre y la ira, en la cual cualquier delación hacía caer bajo las fauces de la guillotina. La primera escena de la novela de Carpentier, de hecho, describe la llegada de ese aparato a América: “Ya no la acompañaban pendones, tambores, ni turbas; no conocía la emoción, ni la cólera, ni el llanto, la ebriedad de quienes allá la rodeaban de un coro de tragedia antigua (…). Aquí la puerta estaba sola frente a la noche…” Carpentier une los elementos históricos revolucionarios (la muerte, la guillotina, la tragedia, la inestabilidad, el cambio, lo mutable y acuoso del tiempo) con las cualidades del ciclón de San Agustín que asolara La Habana. Ese paralelismo de conmoción social, de terremoto político, le pareció a Julio una clave evidente, un mensaje que estaba siendo escrito para el futuro y sobre todo con miras a un avistamiento. 

El año del avistamiento extraterrestre
( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)

Cuentan las crónicas, que el huracán de San Agustín destruyó 105 viviendas y causó daños a 76 buques que estaban en la bahía de La Habana. Fue la primera vez que se hicieron mediciones de la presión atmosférica —un dato que evidencia la llegada del espíritu ilustrado a la isla— y las realizó desde el buque San Lorenzo el marino español Tomás Ugarte. Los daños en la economía fueron enormes, pues se afectaron el ganado, la agricultura, los fondeaderos de barcos, los almacenes, los establecimientos comerciales, los edificios públicos, los templos, las casas familiares, las reservas de todo tipo. La ciudad, orgullosa en su arquitectura militar, se mostraba débil ante el paso de los fenómenos naturales. Lo desconocido del huracán, lo mítico, se sumaban al misterio de la Revolución que rodeaba la isla, la ponía en sitio y por ende en crisis. La pluma de Carpentier captó con maestría esa doble tragedia: natural y política. 
“Julio, pero usted no es graduado en meteorología ni sabe nada de ciclones”, le dijo aquella mañana uno de los jodedores del parque, solo por buscarle la lengua. El sabio, interpelado en su ingenio, sacó un mapa y señaló las trayectorias de todos los huracanes que habían pasado por Cuba hasta entonces. Con un color marcadamente azul había dibujado al huracán de 1794, el cual, aunque no cursó por Remedios, había dejado una huella palpable en la historia de Cuba. “Tanto que hasta el gran Carpentier lo usó para dejarnos claro que los extraterrestres vendrían debajo de un gran temporal”, terminaba diciendo y así cerraba sus papeles y estudios estrafalarios ante la mirada burlona de los demás. Julio no cejaba en la construcción de su radio. Ya había hecho pruebas sobre los tejados de los vecinos, colocando antenas de caña brava y palos arrancados de los marabuzales de la vereda. 

El año del avistamiento extraterrestre
( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)

En ocasiones, el sabio dejaba de lado los estudios, se sentaba en una esquina de la casa, abría la ventana y miraba más allá, en lo verde del horizonte, donde el azul explotaba y se unía en una pequeña línea. El sol caía sobre Remedios y dibujaba señales que a él le parecían jeroglíficos del destino. La guillotina que surge en la novela de Carpentier, con su color rojo sangre, era semejante a los juicios de la gente del pueblo sobre él: “está loco, déjenlo en su idiotez”, “el pobre no tiene nada que hacer”, “deberían recogerlo y darle atención médica”. Julio iba hacia la infancia, cuando no podía estudiar porque su familia necesitaba dinero. Primero, limpiabotas en el parque, luego trabajo en la agricultura y en cosas que llevaban fuerza, cargar pesos, acarrear carretas de caña. Siempre de forma honrada, pero dolorosa, llevó el pan a la mesa de los suyos. En aquellos lejanos tiempos, a su regreso, cuando ya estaba hecho un girón de cansancio, pasaba por enfrente de la biblioteca y los libros apilonados eran una suerte de brillo ajeno que lo embelesaba. Los años pasaron rápido y sus músculos envejecieron. Sus familiares, uno a uno, tomaron el camino del polvo y él, que nunca se casó ni tuvo novia siquiera, cayó en el olvido en aquella choza a la salida del pueblo por donde en la noche pasaban las lechuzas y los alaridos de los muertos se confundían con los perros callejeros. Era, a pesar de todo, feliz en su mundo de invenciones. 
Julio visitaba la casa de otro ser de esos que vivían al margen, uno que era capaz de memorizar cada suceso del pasado y darle curso en el presente. Rafael le había contado acerca del ciclón de 1888, uno que se le perdió a todos los que ya por entonces se dedicaban a las predicciones atmosféricas con los rudimentarios aparatos. Aquel huracán describió un complicado dibujo en el mapa y entró por la costa de Caibarién para crear destrozos en Remedios y en toda la demarcación. Las vacas se ahogaron en los enormes lagos de los potreros, las plantaciones se fueron con las corrientes de agua hasta los despeñaderos de la costa, las personas perdieron sus casas, los techos de tejas y madera se hundieron bajo el peso de la humedad, la iglesia del pueblo comenzó a desprender un polvillo lleno de todas las enfermedades que durante siglos anidaron en la villa y se desplegaron varias epidemias. Las aguas, llenas de bacterias, desflecaron a los habitantes de la villa, quienes se fueron en interminables diarreas hasta desaparecer sobre los camastros del hospital. El atraso, la falta de medicamentos, la suciedad de las calles, la insalubridad de las salas del centro médico, la ausencia de personal calificado, la superstición, la imprevisión; todo eso recreaba en la mente de los remedianos un dolor que se fue olvidando, borrando, pero que podía ser activado por cualquier catástrofe. Julio oía todas esas explicaciones de la boca del historiador y sentía que la misión de salvar a Remedios de una tragedia así recayó sobre sus hombros. Ya no solo era el mensajero de los extraterrestres, sino el predicador de los ciclones. Sentado sobre el pedazo de taburete, miraba a través de la ventana y se decía todo eso a sí mismo en silencio, a la espera de poder demostrar sus tesis científicas. 

El año del avistamiento extraterrestre
( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)

La historia real dice que el huracán de Faquineto atravesó Cuba entre el 3 y el 6 de septiembre, procedente del Océano Atlántico y describiendo una trayectoria normal a la media de esa etapa del año. Sin embargo, la presencia de un anticiclón lo desvió e hizo su camino un dolor de cabeza. Su entrada por el centro de la isla lo llevó a atravesar todo el territorio desde allí hasta Pinar del Río. Cuando se produjo el primer impacto, se calcula que poseía la fuerza de un ciclón categoría 3. El padre Benito Viñes, del Observatorio de Belén, había dicho que transitaría por los mares del norte, por lo cual no hubo previsión ni se tomaron medidas.  Se estima que murieron 600 personas y más de 10 mil fueron damnificadas de alguna manera. Solo el meteorólogo aficionado Mariano Faquineto, de quien todos se habían burlado, predijo los inmensos daños del fenómeno. El señor, residente en Guanabacoa, se hizo célebre tras los acontecimientos al punto de que el ciclón llevó su nombre para la posteridad. La historia traza paralelismos e ironías que a veces no se advierten en el momento. 

Armado con un radio de tablas y transistores destrozados, que hacía más bulla que otra cosa, Julio se paseó varios días por las calles de Remedios, predicando la próxima llegada de un ciclón y de los extraterrestres. “Ahora sí se arrebató”, “busquen camisas de fuerza para este”, “se comió un loco”, decían los vecinos. Él, con la mirada puesta en el ese horizonte azul y verde de su ventana, seguía cumpliendo la misión de salvar a los demás, a pesar de las burlas. En las esquinas se detenía para leer los pasajes de Carpentier más reveladores: “Y ahora el viento, el viento que era una aparición, una presencia, un torbellino que se descolgaba de las alturas con imprevista furia”. Allí hacía una pausa, miraba a su alrededor, todo rodeado de caras burlonas, levantaba un brazo y gritaba: “¡sálvense mientras puedan, oigan las voces del espacio exterior que pronto caerán en forma de lluvia sobre nosotros!” La carcajada del pueblo lo seguía en su paso derrotado, pero digno, hasta la choza al final de la calle, en cuyo taburete se quedaba reflexionando hasta tarde con el ruido de su radio prendido. 

Esa mañana el cielo estaba gris, encapotado con unas nubes negras hacia la famosa Cabeza de Patricio (la parte de sur de la villa, en la cual vivió siglos atrás un famoso liberto de ese nombre y de gran cabellera como la oscuridad de una tormenta); los vecinos estaban aún despreocupados y absortos en sus labores. Los vendedores de todo lo humano y lo divino pasaban por las calles con la lentitud de siempre. Los trabajadores de la caña bajaban el lomo entre los sembrados y sudaban, aunque la temperatura fuese más fresca y soplara un viento cuya persistencia era rara. Las monjas del convento habían orado temprano en la sacristía y un cirio se apagó con rapidez como si una presencia diabólica hubiera realizado un soplido. Los perros callejeros buscaron refugio entre los huecos de los contenes en la vieja zanja obstruida luego de que finalizara la última gran guerra. Los pajaritos del parque volaron lejos, más allá del campanario, hacia la campiña y desaparecieron con bulla inusual. 

Hacia las tres de la tarde, cuando los vientos arreciaron y las campanas de la torre de la iglesia sonaban solas con un canto sombrío, un ruido irrumpió en la villa, uno que iba caminando debajo de la lluvia, era el radio de pilas, desvencijado, de Julio Problemas, quien se paseaba por delante de las puertas y postigos cerrados. Triunfalmente anunciaba la tragedia y pedía a los vecinos arrepentimiento por tanta burla, incredulidad, ofensas, indiferencia, necedad; por tanta tensión acumulada.  

“¡Ya están aquí y es mejor que lo sepan, los extraterrestres que vienen con el ciclón!” gritaba el sabio, pero esta vez solo había silencio, las calles vacías, la gente mirando desde las rendijas en las puertas. Uno de los panaderos del pueblo, quien tanto se había burlado de Julio, se detuvo en medio de la calle para oírlo, bajó la cabeza y siguió su camino. Aquel año, los meteorólogos volvieron a extraviar un ciclón que andaba por las cercanías de Cuba. Primero no ofrecía peligro, pero luego dio una voltereta imprevista y el fenómeno cogió a todos por sorpresa. Solo Julio, entre tantos científicos, académicos, graduados, doctores, eruditos, había tenido la razón. Llevaba tiempo predicando un escenario como ese y ahora todo se daba exactamente, todo excepto quizás la parte más delirante de su predicción, la que nadie estaba dispuesto a escuchar, ni mucho menos darle crédito. 
“Acaba de entrar a una casa y guarecerte que te vas a matar”, le gritó desde el portal de la cafetería El Louvre Carlos Calvo, conocido como Carlos Vacilón, famoso por reírse por años de las locuras de Julio. El sabio siguió su camino, pero antes de doblar por la esquina del callejón La Pastora, en dirección al terreno del Buque, leyó en voz alta otro fragmento de Carpentier: “Los árboles se desmochaban como si unas hachas gigantescas los asaetearan desde el cielo. Tejados enteros volaban como plumas”. Dicho esto, el viento se tragó sus palabras y lo silenció de manera abrupta. Las personas cerraron los postigos y las puertas ante la llegada de rachas más violentas. Las maderas más viejas y resistentes traquearon ante el paso del huracán que estaba en ese momento pasando por encima de la villa con toda la fuerza de su monstruosidad. 
El huracán Kate asoló Cuba en noviembre de 1985. Su fuerza dejó destrozos valorados en 700 millones de dólares. Originado en las aguas cálidas cercanas a Puerto Rico, llegó con categoría 2 y ya en tierra ascendió a 3 contra todo pronóstico. Su movimiento errático hacía difícil cualquier predicción. En las zonas costeras entre Caibarién y Sagua se reportaron olas de 4 metros de altura. El ciclón destruyó más de 9 mil kilómetros cuadrados de caña, lo cual significó la pérdida de 37 mil toneladas de azúcar. Otros cultivos vitales también fueron destruidos. Desde Camagüey hasta La Habana, Kate dejó daños casi irreparables de manera inmediata. Cuba estaba cerrando una década de relativa estabilidad, pero ya a la altura del año siguiente se sentían, junto a los resultados del ciclón, los fantasmas de las conmociones que darían paso al fin del socialismo en Europa y por ende una crisis nacional conocida como Periodo Especial, cuyos efectos aún se sienten. Kate fue como una clarinada que estaba avizorando de algo mayor. 

Cuando los vientos se calmaron, los árboles en el terreno del Buque no dejaban ver nada a su alrededor. La hojarasca de tanto destrozo se movía por la villa como una maldición. Postes en el suelo, cables, pedazos de viviendas, las aguas que brotaban de los manantiales sin cesar, las personas aún en estado de shock, las noticias que llegaban de todas partes del país a través de la radio (el medio más inmediato y confiable). Nadie se preguntó entonces dónde estaba Julio, quien había salido hacia el terreno deportivo para tener su contacto con los extraterrestres. Solo pasadas las horas, desbrozados los caminos, levantados los troncos de las plantas que obstruían la visión, dieron con un cuerpo inerte, en cuyas manos aún apretadas había un mapa con una señalización en la cual estaba dibujado un platillo volador.  

“Ahora nunca sabremos si en estos árboles hay más ojos u hojas”, dijo un vecino, quien por años guardó en su casa el radio desvencijado y los mapas de Julio, como el recuerdo de una época en la cual el mito superó a la ciencia. El tiempo se tragó esas historias y ya no queda nada de la choza, ni de los pedazos de transistores que emitían ruido. El horizonte se mantiene inmutable y también la bulla de las lechuzas y los muertos en horas de la noche. 

El año del avistamiento extraterrestre
( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación

Se han publicado 1 comentarios


Mehdi Mountather
 28/9/25 7:50

Para evitar la muerte por los castigos de Dios huracanes tormentas inundaciones fuertes terremotos terremoto más mag 7 tsunamis volcanes meteorito los Cubanos los Norteamericanos y Sudamericanos se convertirse al Islam de 28 de Septiembre de 2025.

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