Cartas desde Maputo: Reconectar

Nunca sabremos qué misterio encierran las culturas ancestrales que nos miran, saludan, sonríen y nos suponen ¿europeos, árabes, coterráneos...?

Nuestra cubanía exhibe todos los colores y pareceres. Ya sabíamos que éramos país ajiaco y acá lo confirmamos. En las caras del día a día del regreso a esta casa, reconozco a mis vecinos Pedro Pablo, el Chino, de la matancera calle Mujica, conversando en una esquina de aquí o “luchando”.

Escucho la risa de mujeres en la calle y me transportan a mis enfermeras Yudith y Yeni, a uno de esos días en mi sala de neurología del hospital Faustino Pérez, donde las emplazo para que bajen la voz; aquí las reencuentro.

Aquí me reciben las enfermeras de turno con frases que les he ido enseñando: “¡Buenos días!”. Muchachas que regresan de clases, muchachos que las acompañan. Niños de la mano amorosa de sus padres y otros que se acercan para venderme maní, “bolachas”; mi piel los confundeː me creen portuguesa. Les compro y les digo que soy médica cubana, que solo quiero que cuando crezcan estudien medicina.

Felices por venderme sus diminutos paquetes, se alejan prometiendo con las miradas que cumplirán mi pedido. Quién sabe si médicos, maestros, ingenieros, obreros… quizás no esté en sus manos.

Otros de la edad de mis padres, sin embargo, nos han visto llegar y partir por muchos años a este país y saben, de mirarnos, quiénes somos y de dónde venimos.

Interconsulto las salas de ginecología y obstetricia, y escucho el llanto de los recién nacidos. Está naciendo el futuro. No deja de conmoverme la maternidad que universalmente expone a la mujer en pos de un nuevo ser. Es un proceso mortal. La hipertensión arterial de la gestante aquí cobra vidas en su más temida expresión: la eclampsia. Por esta patología, hay incontables niños sin madres e incontables madres sin niños.

Les comento a mis residentes sobre el estricto control que en Cuba se tiene sobre las embarazadas y los infantes. También a estos les hago prometer perfeccionar realidades sanitarias que hoy impiden felices encuentros entre madres y recién nacidos. Caras asombradas, curiosas y ávidas de saber aprehendo de ellas. Sabia milenaria, paciencia africana que a veces desespera si de urgencia médica se trata.

Ya son residentes de cubanos “apurados”. Todos saben que el minuto cuenta vidas. Sus rostros llevan la huella de largos siglos de espera. Nosotros, isleños, con la historia intervenida, trastocada y revuelta, tenemos la enorme oportunidad, ahora, de reconectar con el inicio de todo o parte de él: nuestros abuelos negros.