A pesar de semanas de vigilia por la salud del Papa Francisco, su muerte súbita sorprendió a todos. Había insistido en aparecer públicamente un día antes frente a una gran congregación de fieles que esperaban para verle. Francisco regresó a su balcón, con su hablar bajo y pausado, más pausado ahora, mas bajo; para pedir el fin de las guerras y el regreso de la paz.
Como antes, como siempre, dijo cosas que los poderosos prefieren no escuchar. Sus millones de seguidores en el mundo, no virtuales sino reales, agradecieron verle, pero entendieron que había que seguir orando por el Papa de todos y su pronta recuperación.
A pesar de su débil estado, Dios le pediría a Francisco una última encomienda. El vice presidente norteamericano J.D. Vance se encontraba en Roma e insistía en verle. La reunión no figuraba en la agenda oficial del Papa.
Las indicaciones de los médicos eran bien claras, Francisco debería continuar su reposo de forma metódica y declinar sus habituales responsabilidades en su Secretario de Estado Pietro Parolin. Pero, ¿Cómo renunciar a esa oportunidad?, cómo no dedicar su último aliento y apelar al humano corazón que todos tenemos a la izquierda del pecho, incluso el vicepresidente Vance.
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La persona que llegaba a ver a Francisco no era un norteamericano cualquiera, se trata del primer republicano en la historia de ese país, que devoto de la fe católica, resulta electo como parte de una fórmula presidencial. Anteriormente lo hicieron los demócratas John F. Kennedy y Joe Biden, pero nunca un republicano.
Cuentan algunos medios que la reunión fue tensa, a pesar del intercambio de regalos y las notas de prensa edulcoradas al final del encuentro. El segundo de Donald Trump llegó hasta Roma para reiterar sus críticas a la iglesia y acusarla de hipocresía.
Francisco, nunca menos, reiteró su mensaje de amor y fustigó la política antimigrante que ha caracterizado los tres meses de gobierno republicano en Estados Unidos, del cuál Vance es parte.
Las enormes diferencias volvieron a emerger. Vance, crítico extremo de los migrantes, que ha llegado incluso a acusar a los haitianos residentes en Estados Unidos de comerse las mascotas de los norteamericanos, se enfrentaba al mismo Francisco que visitara la icónica isla italiana de Lampedusa en su primer viaje papal en 2013, notoria por ser habitual escenario de desastres migratorios que involucran a personas procedentes de África y de camino a Europa.
Los problemas entre el Vaticano y la nueva administración Trump no eran nuevos. Se habían, sí, incrementado desde enero de este año y más aún con la pertenencia, aunque solo desde hace 6 años, del vicepresidente Vance a la misma religión que el Papa.
La reunión terminaría y Vance pasaría a la historia por ser el último líder mundial que se reuniría con el Papa Francisco. Probablemente, muchos pensarán, un mérito inmerecido.
Por una razón o por otra, Francisco saldría de aquella reunión aún más debilitado y pocas horas después caería víctima de otras complicaciones físicas.
Vance, al conocer la noticia del deceso del Papa mostraría su honesta clemencia, lo cual da algunas esperanzas de que Francisco haya calado en el alma del vicepresidente estadounidense.
Será Trump quien regresará al Vaticano este sábado para participar personalmente en las exequias fúnebres del Papa. Trump aunque le verá, ya no tendrá que oírle. Ha sido su vicepresidente J.D. Vance quién consumiera, merecida o inmerecidamente, el último sermón de Francisco.
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