USA: a Dios rogando, y con el mazo dando

Ha habido frases corteses, estrechones de mano y hasta juicios emitidos en público que asomaban cierto grado de sensatez, pero lo cierto es que, sin mayores disimimulos, los demócratas no le entregarán la presidencia a Donald Trump este enero sin pretender complicársela en todo lo que esté a su alcance.

Desde luego, el mandatario entrante no es tampoco un santo, y basta con repasar todo lo dicho durante su campaña electoral acerca de sus rivales y de las “barbaridades” que a su juicio se han cometido en los ocho años de presencia de Barack Obama en la Casa Blanca.

Lo cierto es que el díscolo Trump desbarató el tinglado continuista de los demócratas, asidos en estos comicios a la “estelar e imbatible” Hillary Clinton, e incluso, se impuso a la reticencia de la mayoría de los líderes republicanos, que ahora dependen de su tan controvertida figura para seguir haciendo política.

Y semejante grado de acritud era previsible y se hizo más notorio desde la misma madrugada en que Donald Trump coloreó el mapa electoral nacional a su favor. Por consiguiente, no resulta raro que ahora, antes de su inminente salida de la Casa Blanca, por ejemplo, el propio presidente Barack Obama se concentre en sembrar todos los obstáculos posibles para que las pretensiones y planes de Trump no rueden sobre pétalos de rosa, sin obviar en todo esto los juicios de algunos analistas en torno a que el presidente en retirada desea dejar huellas lo más perennes posibles de su tránsito por la Oficina Oval.

En consecuencia, Obama ya ha aprobado ingentes decisiones en ese sentido. Así, ha colocado fuertes barreras en materia de expandir la explotación petrolera nacional en zonas consideradas reservas naturales, instituyendo la veda de perforaciones de yacimientos en varias zonas del Ártico y el Atlántico, lo que apunta contra la política de liberalización esbozada en ese sentido por Trump, a cuenta de “disminuir la dependencia energética” con respecto a los suministros externos.

Asimismo, ha movilizado a los parlamentarios demócratas (minoría en el Congreso) para dar batalla a favor del programa de salud denominado Obamacare, que obliga a los ciudadanos a contar con seguro médico, y que se considera “uno de los grandes logros de su gestión”. Medida, dicho sea de paso, que Trump no ha cesado de criticar desde los días de su campaña electoral.

No menos activo se ha mostrado el presidente saliente en materia de política externa. Precisamente, la expulsión de varias decenas de diplomáticos rusos como represalia por la pretendida “injerencia desfavorable de Moscú en contra de Hillary Clinton en los recientes comicios” apunta claramente a hacer más complicado un posible entendimiento entre el Kremlin y el futuro jefe de la Casa Blanca, aunque en ese sentido el propio Vladímir Putin advirtió, con toda serenidad y sabiduría política, que no moverá un dedo en respuesta a semejante embrollo, en espera del cercano cambio de administración en los Estados Unidos.

Por último, suma la reciente abstención de los Estados Unidos que facilitó, por primera vez en esas lides diplomáticas, la aprobación en el Consejo de Seguridad de la ONU de un documento que rechaza la política sionista de establecer asentamientos en los territorios palestinos bajo ocupación militar, resultado que no solo generó una desbordada reacción negativa entre las autoridades de Tel-Aviv, sino que motivó a Trump a advertir que actuará contra decisiones de ese tipo en el seno de Naciones Unidas.

En fin, que los traspiés, las trampas y la manipulación siguen siendo en el sistema político norteamericano, como en otros casos de la “historia electoral” global, la pautas que suelen regir la carrera personal o sectorial hacia el acaparamiento y uso del poder a nombre de todos.