Tiempo al tiempo

El esperado encuentro de este julio en la capital finesa de los presidentes Vladímir Putin, de Rusia, y Donald Trump, de los Estados Unidos, sin dudas ha despertado expectativas, aunque para no pocos analistas lo más trascendente debe encarar todavía la decisiva y reveladora prueba del tiempo.

Los dos mandatarios coincidieron en afirmar que las más de dos horas que permanecieron juntos y solo en compañía de sus respectivos intérpretes, según solicitud expresa de Washington, resultaron fructíferas y útiles en cuanto al intercambio con relación a las tensos vínculos bilaterales y los muchos problemas que enfrenta el mundo.

Si eso fue así realmente, constituye sin dudas una buena señal, puesto que resulta importante que la primera potencia capitalista y una Rusia en pleno avance a escala global (ambas con nutridos arsenales nucleares además), hayan estado interesadas en intercambiar puntos de vista sobre temas tan espinosos como las acusaciones contra Moscú por su presunta injerencia en las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas, la guerra en Siria, el riesgo de una nueva carrera armamentista, o la situación con respecto a Ucrania y la reincorporación de Crimea a la geografía del gigante euroasiático, entre otros asuntos.

Y al parecer, si no se puede hablar de acuerdos sustanciales, por el talante de ambos dirigentes una vez cerrado el diálogo, parecería que hay tela por donde cortar de forma conjunta.

Vale recordar que durante su campaña electoral, Donald Trump habló más de una vez de “negociar con Rusia en términos de política externa”. Sin embargo, en la práctica, las tendencias ultraconservadoras que han hecho nido en su administración, no promovieron otra cosa que tensar las cuerdas mutuas a extremos sumamente riesgosos.

A eso ha ayudado una concepción oficial sobre el panorama global que privilegia el concepto de “superioridad mundial de los Estados Unidos a toda costa”, y el más descarnado uso de  la demonización y la hostilidad contra aquellos países que, a partir de sus potencialidades, pueden hacer mella en la consecución de tales metas hegemonistas. Y Rusia y China, lo hemos dicho más de una vez, resultan los primeros en esa lista de “blancos a batir”.

Ahora, cerrados los 120 minutos de conversación en Helsinki, el mismo Trump de díscolos mensajes y gestos, dice reconocer en Putin a un importante “competidor”. Avala que el Kremlin confirme su no injerencia en los comicios presidenciales norteamericanos por los cuales accedió a la Casa Blanca, habla de cooperación en Siria y asevera que a partir del cierre de las conversaciones los vínculos bilaterales son otros (en el sentido de un giro positivo).

Putin, por su parte, dijo, según medios de prensa presentes en Finlandia, “que en el futuro espera de Trump una actitud de diálogo y no de confrontación”, y añadió que abordó con su interlocutor la crisis de Ucrania y la “preocupante salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, del que forma parte Rusia.”

Hay que advertir que en su país, el comportamiento y las afirmaciones de Trump generaron de inmediato airadas respuestas de grupos que han hecho de las tensiones con Rusia su principal empeño político, y este elemento no puede ser pasado por alto a la hora de analizar lo que pueda o no avanzarse en materia de vínculos mutuos luego del encuentro presidencial de este julio.

En consecuencia, vale reiterar el título de estas líneas, "tiempo al tiempo”, porque del lado de la primera potencia capitalista, los vaivenes, marchas y contramarchas son tan usuales como el queso en una pizza, y no pocas veces donde la Casa Blanca dice digo, asevera después haber dicho Diego.