La vergüenza de muchos y el día después de mañana

La batalla que se está librando, entre bambalinas, es cultural. Una en nombre de la libertad y la vida, contra el encierro y la muerte. Esta tragedia de la COVID-19 sorprendió al mundo en medio de un nuevo reparto de hegemonías entre diferentes polos políticos, lo cual repercute en el ámbito doméstico de lo simbólico. Por ende, Cuba deberá insertarse del lado de la justicia, como lo ha hecho, y de la preservación de los valores de una cultura que no ha relegado jamás al hombre, sino que le otorga el puesto y la relevancia en la construcción de una práctica humanista.

Nuestros trabajadores del campo de las artes y las letras, tanto los que crean como los que velan por el patrimonio, se integran en una sola comunidad sindical donde prevalecen las visiones diversas de este país, sin menoscabo al libre pensamiento y la crítica como ejes fundamentales del desarrollo.

Plataformas como La Jiribilla han servido de intermediarias en la concreción de un sentido integrador, único, que en la oscuridad nos comente acerca de las esperanzas que bullen en el centro de la vida cotidiana. No se detiene el curso de la historia, sino que toma los cauces propios de esta guerra simbólica en la cual se enfrentan dos versiones de los sucesos: la que minimiza al hombre y la que lo dignifica.

Recién La Jiribilla termina de publicar un compendio de artículos de prestigiosos intelectuales, bajo el rótulo “¿Qué hacer?”, para convocar al pensamiento en momentos duros, una iniciativa que merece ser replicada en el resto de las instancias que rodean el ámbito de la cultura. Porque en tiempos de encierro, comunicarnos bien es perentorio.

Esta batalla que se libra sin balas, donde caen muertos a diario, ha establecido un estado de guerra mundial sin precedentes. Tampoco aparecen ni los culpables ni los responsables, toda vez que se echa a ver que los sistemas sanitarios y de seguridad eran permeables luego de las políticas neoliberales y de recortes a nivel global. Una filosofía social, como la que tenemos en Cuba, deberá tomar nota de ello, apoyarse en el sector intelectual, movilizarlo, porque tenemos nuestros tanques pensantes que, sin calificarse de infalibles, hacen de la reflexión su día a día desde una ética irradiante. Tal es la tradición de la cultura cubana, la crítica desde una moral fuerte, desde convicciones que van más allá de cenáculos o la lucha individual por el podio de los beneficios.

¿Qué hacer?, la praxis es la madre de todo aprendizaje. Más allá de escuelas de pensamiento, la batalla cultural sujeta a la COVID-19 busca debilitarnos como entidad, la erosión de las identidades, desde la familia hasta el entorno más amplio. La nueva atomización de la vida nos encierra, siembra la desconfianza en el otro, el que podría contagiarnos, a la vez que echa sobre poderes desconocidos toda la responsabilidad de lo que sucede, de manera que no hay forma de reclamarle a nadie.

El trabajador de la cultura, desde estas armas ideológicas, debe participar en la creación de un sentido nuevo, por lo tanto, su presencia activa en las redes sociales no solo nos salva del vacío sino que ocupa aquellos espacios que los hegemones de la batalla cultural ambicionan.

Si se revisa internet veremos que lo que se nos ofrece como gratis en medio de la pandemia son aquellos medios menos críticos, los más adormecedores. Allí está la pornografía libre de pagos, por ejemplo. No hallaremos en cambio grandes bibliotecas, ni tendremos acceso a medios alternativos y apartados de la censura, sino que el bloqueo de estas fuentes se incrementa, de manera que nos lleguen solo las líneas de no pensamiento de quienes manejan los hijos de la batalla del otro lado. ¿Cuántas noticias falsas han salido sobre la vacuna contra el virus?, pero nadie se retracta ni pide disculpas, porque todo es parte de ese dominio de lo público que se lleva adelante en el teatro de operaciones simbólico, paralelo al de la muerte real.

Nada es casual en un mundo programado hasta el detalle desde las agencias que controlan el Big Data, por ende, se deberá tomar nota de los nuevos escenarios en los cuales transcurre esta cultura.

Cuba, sus trabajadores, sus sindicatos, están inmersos en honduras mayores que las realidades de hace décadas, cuando el mundo estaba más lejos y podíamos vivir en nuestro país y según dinámicas bien propias. La aldea global ha arrasado esas lógicas, imponiéndonos como verdad la postverdad y como cultura la seudocultura. Es perentorio un espíritu crítico y acompañante del proceder de las instituciones para el proyecto de una política en el campo de la creación, de manera que no se caigan en absolutismos ni en banalidades ni en una moral relativa.

Paradójicamente, la lección de humildad que recibe el hombre con la pandemia es inmensa. Aunque la tecnología digital se usa para la detección de riesgos en los países más desarrollados, solo las prácticas más tradicionales dentro de la vieja cultura nos han salvado de una expansión mayor del virus. Así, la máquina de coser (un invento del siglo XVIII) nos provee de mascarillas y el aislamiento social evita contagios masivos (táctica surgida en el siglo XIV). La solidaridad como valor vuelve, cuando ya las teorías darwinistas y ultraliberales parecían sepultarla. El humano lleva en sí lo indispensable para la vida, no necesita aditamentos más allá de su naturaleza, ya que está definido por una ontología de la creación, del espíritu. Nuestros artistas, por demás, van forjados en ese sol que irradia, cuyo talante ya proyectaron los más grandes cubanos, desde José Martí hasta Lezama Lima.

Es en esa batalla cultural, la mayor de todas, en la cual Cuba se inserta en medio de la crisis, el reparto del mundo post pandemia, uno que nadie sabe aún cómo será, pero que se avizora convulso. Más allá del virus está el reto de vivir el día a día con dignidad. En momentos en que líderes de naciones poderosas llamaban a permitir el contagio intencionado de sus pueblos para así, mediante la llamada teoría del rebaño, desarrollar inmunidad natural a costa de la muerte de millones de inocentes y vulnerables; los que aman deben levantarse, denunciar.

También son héroes los artistas y los escritores, los que sueñan realidades paralelas, pero con los pies en esta que nos toca. La batalla es entre los inhumanos y nosotros, los que creemos en un proyecto social a escala planetaria, más allá de los algoritmos de la bolsa, uno que preserve y profundice las libertades individuales, pero que garantice para todos una seguridad y una autonomía equitativas, para llevar adelante nuestras vidas.

El día después de la pandemia nos hará falta una nueva sensibilidad, no es posible aprehenderla sin librar una lucha simbólica y cultural en los espacios de hegemonía mediática. Sin creadores con lecturas firmes de ese plano que se nos viene encima estaríamos derrotados de antemano. Aún cabe la certeza martiana de esos hombres que llevan en sí la vergüenza de muchos.