La Llave Pública y aquel hombre que es su padre

Aquel hombre que entra por la puerta, con esa altura que impresiona, sacado de algún cuento o de su propio cuento, se sienta, habla, con voz tenue, y hace estremecer a los que hemos sido oyentes. Narrador, escritor, ensayista e investigador, Félix Sánchez Rodríguez es extremadamente sencillo, con una voz profunda pero cansada por los años; nacido en Ceballos en 1995, recuerda su infancia como profunda nostalgia. Por las tantas veces que el fango o la tierra colorada se pegaba en sus pantalones, o por el llamado de su padre a ver una buena película en el cine que era propiedad familiar. Con una actitud ante la vida desprovista de egoísmo y mezquindades, aquel hombre vuelve a sentarse frente a mí, y aprovecho para conversar.

Dice que tiene un gran cariño por el libro que le da nombre al evento en el que compartimos, La Llave Pública, por ser su primera obra editada desde el territorio, y aunque carece de una factura, y quedan algunas erratas irremediables, ha decidido llevarlo en su bolsillo.

Allí me detengo a hojear sus páginas y advierto cuánto de maestría hay en aquellas manos del “hombre” que es de provincia y en este año galardonó el premio Alejo Carpentier con el libro de cuentos Con el corazón desnudo. Él sabe que los premios y concursos han soslayado las necesidades del sistema (como estrategia) del libro y de su entramado. Otros logros en certámenes nacionales como El corrector de estatuas (1999, Premio Eliseo Diego), Los huéspedes deben llegar temprano (2006, Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2005), además de novelas y poesía. Con su cuento Los confines de la muerte recibió el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en el 2010. No precisa algún halago demasiado permisivo, incluso entiende que ningún logro literario podrá compararse con el de ser buena persona.

Reza el refrán que nadie es profeta en su propia tierra, y Sánchez lo ha sufrido en sus propias espaldas. No ha sido homenajeado en su propia tierra. Pero dice en voz muy tranquila, “periodista, esas son cosas con las que hay que cargar y seguir adelante”. Ahora, por su enorme nobleza, dice que se siente muy emocionado por los jóvenes, por la joven narrativa que no necesariamente es lo mismo. Decide todos los días levantarse, tomar un sorbo de café, leer algo, y algunos días sigue enseñando a todos aquellos que se acercan para algún consejo. La savia en sus venas no ha menguado, y el temblor de su voz es tan atinado como su misma mirada.

Desea que las ediciones del evento La Llave Pública sigan y no se detengan bajo ninguna circunstancia, también argumenta que el éxito de todo en la vida es la perseverancia.

Hace una pausa y dice: “¿tú sabes que el premio Alejo Carpentier es para mí el resultado de la perseverancia? Yo podía haberlo enviado mucho antes, pero esta costumbre mía de la perfección permitió que lo enviara cuando las condiciones estaban perfectas. Debo agradecer a mi esposa, ella también es corresponsable de esto”.

El calor en el lugar es demasiado, pasa sus manos blancas por su frente, y augura una buena salud para todas las secciones que restan. Toma su bolso oscuro (tal vez lleve algunos libros), toma agua, y suspira. Sus canas no han llegado por gusto, los años de trabajo, de literatura, y de investigación han sobrevenido como caudal de satisfacción, aunque pudiera hablar del otro lado.

En esta edición es jurado, junto a Geosvany Manso y Mariela Varona, a quienes admira por su trayectoria; mas, no hay en su cara gesto de estrés, parecen haber estado de acuerdo con los finalistas y el ganador. La Llave Pública es momento de reencuentro, de amigos, de abrazo; llegan esos amigos a aquel hombre que está siendo entrevistado, y sellan estas palabras que intentan descubrir otro mundo desde la narrativa.