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viernes, 4 de octubre de 2024

Julio García Espinosa: pensador y hacedor del cine cubano

En determinado punto de su vida, Julio García Espinosa se preguntó qué sentido tenía lo que él hacía...

Diany Castaños González en Exclusivo 19/04/2016
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Es posible que la obra creadora que produce un hombre proporcione una visión de lo que ese hombre es. Porque la génesis de un acto creativo no puede ser vista como mero trabajo. No puede y no podrá ser nunca tan solo eso, aun cuando sea remunerado.

En determinado punto de su vida, Julio García Espinosa se preguntó qué sentido tenía lo que él hacía. El simple hecho de que surgiera esta inquietud demuestra que existían factores que lo motivaban. Hombre racional, necesitaba entregarle un sentido específico a su quehacer cinematográfico. Europa y el resto del mundo centraban en Cuba su mirada debido, en parte, al peso artístico de su obra en la pantalla grande, y él quería entender bien sus propias motivaciones para saber, a cabalidad, qué tipo de hombre era.

Y con esa actitud se manifestaba la esencia de su personalidad: pensador sistemático del cine cubano; cuestionador constante de toda realidad artística.

No quería que sus motivaciones para hacer cine –ese que hizo y que tanto avance significó para el Cine Cubano- fueran egoístas. A Julio le indigestaba el egoísmo. Tampoco quería, nada más porque sí, adjudicarse una razón impuesta por la fuerza. Eso, para él, sería tan solo muestra de mala conciencia.

Por eso se cuestionaba a sí mismo el porqué de su arte. Y sin embargo, su arte, como diablillo antojadizo, asomaba frecuentemente la cabeza, sin importarle demasiado en qué tendencia y mucho menos con qué semántica.

Porque aunque no pudiera evitar deliberar sobre el cine y el papel del artista en la sociedad, Julio nunca olvidaba el consejo de aquel niño que le dijo con desenfado que, sencillamente, no pensara tanto. Mitad abochornado ante la simplicidad de la infancia, mitad maravillado de la belleza que hay en la realidad desnuda de la vida, Julio escribió: “¿Han visto a alguien pensando mientras respira, se han encontrado con alguna persona reflexionando sobre su respiración?” Aun entonces, el cuestionador se cuestionaba.

También, hizo más que pensar. El imaginario popular lo recordará por ser fundador del ICAIC, de quien fue presidente entre el ´83 y el ´91, y por su corto El Mégano, que realizó en la década del ´50 y es considerado el principal antecedente del nuevo cine cubano. Luego vinieron sus seis filmes de ficción, entre los más significativos: Aventuras de Juan Quinquín (1961) y La inútil muerte de mi socio Manolo (1989)… y sus siete documentales… y su trabajo como guionista en Lucía, de Humberto Solás...

Pero más allá de su quehacer artístico, su gran mérito: en García Espinosa, pensar y hacer –conflicto también ilustrativo de algunas de las mutilaciones que hoy dividen al cine mundial y a la cultura toda– consiguen concertarse. No es otra cosa lo que hace de él un gran hombre: su vocación de conciliador entre pensamiento y praxis.

Coherente, escribe: “En todos los campos, el conocimiento puede disminuir a la experiencia, si el conocedor lo permite. Pero no es necesario que así sea, porque el conocimiento debe estar relacionado con la experiencia y no ser su sustituto. Esto recuerda la propuesta socrática de que una vida no reflexionada no vale como vida. Debemos recordar también la respuesta del alumno a Sócrates: La vida no vivida no justifica la reflexión sobre ella”.


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Diany Castaños González

A aquella muchacha le gustaba acostarse soñando imposibles, hasta que despertó una mañana segura que, durante la noche, había dormido apoyando su cabeza sobre el ombligo de Adán.

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 20/4/16 16:54

JOVEN Y ARTISTA: «Escribo para el alma de las personas»
Escrito por  Yuris Nórido/CubaSí

 Periodista y narradora, Diana Castaños se está haciendo un lugar en
el panorama de la literatura para niños y adolescentes en Cuba. Es,
además, una de nuestras más populares columnistas...

Diana Castaños, que es muy joven, ya atesora algunos premios
importantes: Premio Pinos Nuevos, Mención del Premio Abril, Premio
Memoria de periodismo, Premio Calendario por narrativa para niños...
Diana también es columnista de este sitio, pero esa no es, que conste,
la razón principal por la que la entrevistamos.


—¿Cuándo supiste que ibas a dedicar buena parte de tu vida a escribir?


—Aprendí a leer y a escribir a los tres años (el mérito es de mi mamá,
que se tomó el trabajo de enseñarme). Y desde entonces leer y escribir
es mi vida. Nunca me pasó por la mente una opción de vida que no
estuviera relacionada con la escritura… Recuerdo que cuando jugaba con
las muñecas, siendo bien niña, todas mis muñecas escribían para vivir.


«Me da lo mismo si estoy haciendo periodismo o narrativa (para mí esas
definiciones de concepto son solo cuestiones metodológicas). Siempre
que sea escribir, para mí está bien. Es lo más cercano que hay al
paraíso espiritual, es un sitio de felicidad que nace de dentro de una
misma que es personal, íntimo, puro y pleno».


—Cuando escribes, ¿escribes para alguien en específico?


—Escribo para el alma de las personas. No importa si no las conozco;
no importa si son o no familia, amistades cercanas. Escribo para el
niño que está en el vientre de la futura novia de mi hermano; para los
sobrinos tuyos, allá en Ciego de Ávila (yo leo tu columna). Solo
necesito —deseo— que mis textos atraviesen la coraza que da la
cotidianidad de la vida y hagan diana en la sensibilidad de las
personas.


—¿Crees en la inspiración?


—¡Sí! Creo, y mucho, pero en la inspiración como actitud ante la vida.
No es una cuestión de esperar a que llegue la inspiración para
sentarte a escribir. Cuando llegue la musa, como decía Hemingway, te
tiene que coger escribiendo. Pero no necesariamente tiene que cogerte
literalmente escribiendo, creo yo. Sino en actitud creativa. Y la
actitud creativa es una actitud de felicidad ante la vida. Que no es
siempre fácil, está claro. Pero sí es una decisión personal, un regalo
que te haces a ti misma.


—¿Tienes algún libro de cabecera? ¿Algún autor?


—Para siempre y desde siempre, Christine Nöstlinger, Lygia Bojunga
Nunes, Michael Ende. Para siempre y desde siempre, Dostoyevski.
Libros: Crimen y castigo y Momo.


—¿Cuáles son tus circunstancias ideales para escribir?


—Cuando amanece, por los colores de la aurora; cuando es de noche, por
el silencio. De madrugada, porque todo sonido se hace inmenso. Cuando
estoy triste, para exorcizarme; cuando estoy alegre, para compartirlo.
Rodeada de personas o en soledad, huraña y taciturna, femenina y
terrestre. Cualquier momento es bueno, si siento ese hervor de la
sustancia humana, esa sensación de exaltación interna que me lleva a
escribir. La única condición para un escenario ideal es tener una taza
de café al lado.


—¿Qué otra cosa te gustaría hacer en la vida? ¿La cambiarías por lo
que haces ahora?


—Si voy a un concierto de jazz, me enamoro de la música; me pregunto
por qué no estudié saxofón o piano. Si voy a un entrenamiento de artes
marciales (que practico hace par de años), me pregunto por qué no
estudié jujutsu desde niña. Pero me pasa lo mismo con casi todas las
profesiones y oficios del mundo, siempre que vea un grado de maestría
que provoque mi admiración. Siempre que vea perfección en lo que se
hace, veo belleza.


«Me gusta todo lo que implique una búsqueda constante de esa belleza
creativa que conlleva perfeccionar un estilo, un tono o una técnica,
en el ámbito que sea.


«¡Pero no cambiaría escribir por nada del mundo! Jamás de los jamases».


—Cuando en tus columnas hablas de ti y de tus amigos o personas más o
menos cercanas, ¿dónde está el límite?


—En mi columna De Cuba, su gente me gusta que las personas se
pregunten precisamente eso: ¿Dónde está el límite? ¿Qué tanto es
ficción y qué tanto realidad? Escribo con esa intención explícita.


«¿Sabes quiénes conocen en carne propia la respuesta a tu pregunta?
Las personas sobre las cuales he escrito en esta columna; ellas sí
sienten cuando me leen dónde está esa demarcación, dónde el respeto
por su confidencialidad en la historia que me han hecho, que han
compartido conmigo.


«Lo que te puedo decir es que no me gusta cambiar los nombres. Creo
que cada historia debe venir con el nombre real de la persona que la
genera.


«A veces mi columna es una voz para aquellos que no pueden escribir. A
veces es un agradecimiento y a veces una incitación. Intento
desnudarme, cada vez más, en cada texto. Quiero regalarle a mis
lectores lo que veo, compartirlo (que es de alguna manera amar). Tengo
mucho respeto por mi profesión y por la ética que conlleva».


—Algunos creen que escribir para niños es un arte menor… ¿qué crees tú?


—Yo no creo en escribir para niños. Creo en escribir para la infancia,
que es para mí también, como la inspiración, una actitud ante la vida.


—A la niña que fuiste, ¿le hubieran gustado tus historias?


—La niña que fui se devoraba todo libro que cayera en sus manos más de
diez veces. Cuando terminaba de leer, literalmente le daba besitos a
la portada y contraportada. Es ella en la única en que confío. Es ella
la que me dicta las historias, a ella a quien le descanso y confieso
mis ideas para novelas. Ella es la jueza y tiene una sinceridad
probada. Desecho todo lo que a ella no le guste.


«Mi sueño azul en la vida es saber —al menos, intuir— que un día un
niño se leyó más de una vez un libro que yo escribí y sintió con ello
que su pecho se henchía de fragilidad silenciosa, porque le gustó el
mundo que vivenció mientras leía. Y si ese niño besa la portada de ese
libro cuya historia yo creé, juzgaré que mi vida le ha aportado algo
de bien al mundo, y seré muy feliz».


Leer las columnas de Diana en CubaSí: Estrenos de cine / De Cuba, su gente



http://cubasi.cu/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/50275-joven-y-artista-escribo-para-el-alma-de-las-personas#

 

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