Canción y grito de barrio (+Video)

Ochenta minutos de una realidad que te desgarra, que te golpea en la cara los problemas y te alerta sobre tanta responsabilidad compartida. Ochenta minutos en los que escuchas el lenguaje del barrio, sus preocupaciones, esperanzas, fantasías y nostalgias. Ochenta minutos en lo que no puedes dejar de mirar al de al lado, para ver si está sintiendo lo mismo que experimentas tú.

Todo eso y mucho más percibe quien se acerca al documental “Canción de barrio”, dirigido por el realizador guatemalteco radicado en Cuba Alejandro Ramírez Anderson, que recoge la experiencia de 34 conciertos de Silvio Rodríguez en igual número de barriadas pobres de Cuba, conciertos que han tenido como esencia llevar la cultura a los más necesitados sin costo alguno y que ya suman cuatro años.

El propio director advierte que se trata de un audiovisual diferente: no es un documental que se restringe a relatar las interacciones de un grupo de gente con la música de Silvio, como podría sugerir el tema si nos dejamos llevar por los lugares comunes. “Canción de barrio” va más allá de lo que puede significar o no para la gente la presencia de Silvio, va al juego inteligente con música, imágenes e historias de vida, va a los porqués, a las causas por las que un cantautor con la historia de Silvio Rodríguez decide llevar su música a barrios como Pogolotti, Alamar, Belén, Jesús del Monte o La Pachanga.

“Nos dimos cuenta de que la verdadera riqueza de este documental estaba en las causas que generan la interacción que se produce entre las personas y Silvio, la situación de cada barrio”, comenta Ramírez Anderson, cuya obra anterior guarda puntos en común con la más actual.

En “Canción de Barrio”, las cámaras toman por asalto el lugar donde vive la gente, pero no interrumpen la rutina cotidiana de las amas de casa que preparan la comida del día o a la abuelita que detrás de la máquina de coser zurce las medias e inventa bolsos, vestidos y zapatos para vender. No les preocupa que aparezcan  las tendederas cargadas de ropa, la mujer con rulos que ha decidido también compartir, los hombres que cargan agua para resolver sus necesidades apremiantes. No. Llegan para ser testigos, para acompañar a la niña que agradece a Silvio por enseñarle que era un unicornio azul, al señor que en medio de la emoción grita en el público: “Silvio, sirvió”.

“Muchos de nosotros vivimos en los barrios de esos conciertos. Yo creo que es una realidad que tenemos frente, pero que necesitamos de un elemento que nos la enseñe. Ha sido un crecimiento en lo profesional, nunca antes habíamos trabajado con 200 horas de grabación, nunca antes habíamos hecho un largo documental de 80 minutos y eso nos ha llevado a organizarnos de forma diferente, a acerarnos a esta realidad con la sensibilidad más grande y la sinceridad”.

El documental opta por un lenguaje puro, no hizo falta apenas experimentación porque, como dicen sus propios realizadores, la realidad hablaba por sí sola.

“Cuando fuimos a enfrentarnos a este trabajo siempre tuve claro que no queríamos que diera la impresión de que Silvio estaba haciendo un acto de caridad, la idea era ver a las personas de estos barrios con la dignidad que tienen, porque Silvio nació de la gente, y esta idea es de alguna manera llevar a la raíz una cosa que en última instancia surgió de ella misma”, explica Mónica Rivero, también parte del equipo de realización y autora del libro "Por todo espacio, por este tiempo", que recoge la experiencia de estos dos primeros años de gira del cantautor cubano.

En uno de los momentos del documental, confiesa Silvio Rodríguez que llegar a cada barrio es una experiencia distinta, pero, al mismo tiempo, hay muchos puntos que parecen repetirse. Así lo corroboran los realizadores.

“Yo creo que nosotros veíamos sobre todo la situación en común que están viviendo estas personas y el deseo de expresarse al ver una cámara. Muchas veces eran ellos quienes nos buscaban y no nosotros quienes íbamos en busca de ellos, porque la gente tiene mucha necesidad de decir lo que está pasando”, asegura Ramírez Anderson.

Fueron estos conciertos un acontecimiento para todo el barrio, para los niños que preguntaban quién era Silvio y luego cantaban sus canciones, para la señora humilde cuyas piernas no tenían mucha fuerza pero desde la puerta de su casa miraba lo que estaba pasando. Por eso Alejandro dice lo mucho que lo impacta la forma en la que en el imaginario popular está implantada la obra de Silvio. “Podemos ver las canciones en el documental. La gente que está cantando las canciones de Silvio no es el publico que uno imaginaría como cliché”.

Pero la pregunta que más palpita a la vista de quien ve el documental es qué va a pasar después, cómo llegar más allá del concierto, del documental, a que se resuelvan los problemas de la gente.

Ramírez Anderson explicó que se está manejando la posibilidad de llevar el documental a los barrios donde se firmó, pero la multiplicidad de lugares lo convierte en tema complejo desde el punto de vista de recursos y movilización.

“Ojalá llegue a la mayor diversidad de públicos posible y ojalá despierte la mayor cantidad de reacciones que tenga que despertar. Si alguien lo ve, y se reconoce, para nosotros sería lo mejor; pero también si lo ve un decisor que está en sus manos resolver alguna de estas problemáticas y lo hace”.