miércoles, 25 de septiembre de 2024

Aunque nos duela…

El potencial médico y científico con que cuenta Cuba propició que fuera el primer país de América Latina en erradicar la poliomielitis y que desde 1999 no se reporten casos de hepatitis B en menores de 5 años...

Rosa María Díaz Hernández en Exclusivo 29/04/2018
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El potencial médico y científico con que contamos permite que 8 de las 11 vacunas del esquema cubano se produzcan en el país

Yo le tengo miedo a las agujas. Y no puedo escribir una línea sobre la Semana de Vacunación en las América (SVA) o el Programa de Inmunización en Cuba sin pensar en los malos ratos que he pasado en mi vida escolar el “día de la vacuna”. Nunca he sido capaz de mirar cuando el filoso objeto atraviesa mi piel, prefiero virar el rostro o soportar el momento con los ojos cerrados.

Pero en el aula los había peores, niños que de solo ver entrar a la enfermera comenzaban a llorar desconsolados, por el supuesto sufrimiento que experimentarían después. Y, por último, estaban los “guapitos”, se reían de los demás y solo les interesaba demostrar que aquel dolorcito no podía con ellos.

Las mejores vacunas, o las menos malas, eran aquellas proporcionadas con agujitas pequeñas, porque no te enterabas de nada. Pero, en general, el día era estresante; algo así como un mal necesario, aunque de seguro entonces no teníamos conciencia de los beneficios que podían traernos o cuán privilegiados éramos.

Como padres, la experiencia se complica. Llevas tu criatura al policlínico, como quien lleva un inocente a su ejecución; escuchas llorar a otros bebés, consciente de que el tuyo será el próximo; ves el pinchazo en su pequeño muslo y lo sientes casi en carne propia; solo te consuela asumirlo como una barrera más de toda la protección que necesitas poner sobre tu hijo.

Si la salud en Cuba resulta un derecho de nacimiento, como progenitores constituye una responsabilidad que nuestros hijos disfruten para el resto de sus vidas de la inmunidad que proporcionan las vacunas del Programa Nacional hacia ciertas enfermedades, aunque para ellos deban soportar una molestia pasajera y, en ocasiones, algo de fiebre.

El potencial médico y científico con que contamos permite que 8 de las 11 vacunas del esquema cubano se produzcan en el país, que seamos el primer país de América Latina en erradicar la poliomielitis y que desde 1999 no se reporten aquí casos de hepatitis B en menores de 5 años.

Cuando conozco que enfermedades como la tos ferina, la rubéola, el tétanos neonatal, la difteria, el sarampión, el síndrome de rubéola congénita y la meningoencefalitis posparotiditis (las cuales de seguro son tan malas como suenan), están completamente eliminadas en esta isla gracias a las campañas de vacunación iniciadas en la década del 60, pienso en todo el sufrimiento ahorrado a los niños cubanos desde entonces.

Este año la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Panamericana de la Salud (OPS) dirigen la mirada internacional hacia estos resultados, al declarar a Cuba como sede de la Semana de Vacunación en las Américas (del 21 al 28 de abril), dedicada al fútbol y bajo el lema “Refuerza tus defensas”, para promover en la región lo que para nosotros resulta un componente habitual: el hecho de vacunarse.

Pero mi Cuba tiene mucho más para enorgullecerse en materia de salud, con su mortalidad infantil de 4,0 por cada mil nacidos vivos, alcanzada al cierre del 2017, por ser el primer país en cortar la transmisión materno infantil de sífilis congénita y VIH, por su atención priorizada al tratamiento y las investigaciones contra el cáncer, sus más de 28 000 médicos latinoamericanos formados aquí desde el 2005 y su asistencia sanitaria en el exterior, por solo mencionar algunos ejemplos.

Como periodistas, solemos mirar nuestra realidad con ojo crítico, hacer de cada incidente negativo un reportaje, encontrar las manchas en el sol con afán de mejorarlo cada día. Sin embargo, cuando un doctor o cualquier otro integrante del ejército de batas blancas alivia el dolor de tu hijo o cura su enfermedad, no hay líneas donde quepa tanta gratitud. Por eso, aunque nos duela, los vacunamos.


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Rosa María Díaz Hernández

Periodista


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