También del contrapunteo —ese “género dialogístico que lleva hasta el arte la dramática dialéctica de la vida”, al decir de Fernando Ortiz y tan característico en la cultura cubana— brotó la expresión sonora de nuestra nacionalidad. De exprimir la carne e inyectar el espíritu, a golpes, con ritmo macho y a puntadas de maternales melodías. Así, de una blanconaza contradanza y un moreno cinquillo nació el danzón, “con derecho propio de cubanidad”.
Fue a finales del siglo XIX, y como era de esperar, algunos pretendieron descafeinar al danzón, presentarlo como blanco y europeo, ajeno a toda azúcar parda. Se obviaba, por una parte, el origen mestizo del músico matancero Miguel Failde Pérez, quien lo “consagró como nuevo tipo de baile”, al componer en junio de 1877 su danzón “Las alturas de Simpson”. Y, por otra, como destacó Alejo Carpentier, el percutir en sus entrañas del cinquillo, que, “salido de las manos de los negros franceses de Santiago, había hecho su camino, lentamente, a través de la isla, sesgándose para pasar al lado de la habanera, sin marcarla, antes de afirmarse, de pronto, con derecho propio de cubanidad en el baile nuevo”.
Como una ampliación de la contradanza, “con las puertas abiertas a todos los elementos musicales que andaban en la isla, cualquiera que fuera su origen”, representó el nacimiento del danzón ese escritor y estudioso de nuestro devenir musical. Y con esta metáfora describía la postura abierta y electiva de nuestro autóctono cocinar y sazonar los ritmos y las melodías.
La estructura del danzón anunciaba como un esquema las mixturas sígnicas y los sentidos que nos conformarán; sobre todo la tercera parte, que si inicialmente tomaba elementos característicos de otros bailes europeos (polka, rigodón, lanceros…), evolucionó “hacia un estilo más rumboso lleno de sandungueo”, para expresarlo como Zoila Lapique.
Filosofía musical asumida por el también matancero Arsenio Rodríguez, creador de los conjuntos (ampliación instrumental de lo septetos) y de un nuevo estilo de tocar el tres; con el que entablaba novedosos diálogos con el piano. Milagrosa controversia, que con la bendición de Rubén González y Luis Martínez Griñán (Lilí), parió arpegios o tumbaos que aún hoy sorprenden por su vitalidad. Bajo ese mismo impulso, Arsenio apareó una base rítmica de origen congo y ciertos pasajes instrumentales de las trompetas inspirados en los sones montunos de los treseros orientales, de la que cuajó la “base verdadera del mambo”, al propio decir del Ciego Maravilloso.
Por ambos influjos, el de Failde y el de Arsenio, el de las orquestas típicas o de viento y el de los conjuntos soneros, navegó el gran Benny Moré. Y con los dos, en 1953, anudó las velas de su Banda Gigante; un tres amplificado y prodigado por los tumbaos pianísticos de Eduardo Cabrera (Cabrerita) y Lázaro Valdés. Surco y máquina donde mezclar lo de aquí y lo de allá, lo académico y lo popular, pero con sello propio.
Lo mismo puede decirse de Los Van Van, creada por ese otro grande, Juan Formell, con la asistencia fecunda de José Luis Quintana (Changuito) y de César Pedroso (Pupy). Orquesta que fue en su momento un nuevo brote de un persistente contrapunteo; pues, como anotó Leonardo Acosta: “...así como el mambo surgió de una vivificadora inyección del son montuno oriental en el tradicional danzón, el ritmo Van Van nace de un nuevo encuentro con el incontenible impulso rítmico de los soneros, dentro del mismo contexto orquestal que había dejado a un lado al danzón para convertirse durante veinte años en coto exclusivo del chachachá”.
Esta es más o menos la historia aludida en “Tumbao”, tema con el que se promueve Failde con tumbao, el último álbum de estudio de La Failde”. La salsa timbera que cierra el disco, con letra de Pedro Pablo Cruz y arreglos de Alejandro Falcón, se recrea en el primer videoclip que promociona la nueva y versátil propuesta musical.
En el audiovisual, publicado en el pasado 5 de junio, se ve al joven director de la agrupación, Ethiel Failde, y a otros de los integrantes de la agrupación, viajar en su “almendrón del tiempo”, por ese devenir, en síntesis, referido, y encontrase con grandes aportadores como Arsenio Rodríguez, Lilí Martínez, Miguel Failde, Benny Moré, Tata Güines y Juan Formell, que resultaron el jurado de la novel orquesta. Un gesto que se constituye en un homenaje a esos maestros del tumbao y un llamado a los músicos más jóvenes a beber allí, en las más genuinas fuentes, descubrir, junto a ellos, las reservas latentes, de inéditos contrapunteos con los que enriquecer otros impulsos renovadores.
El animado fue realizado en lo fundamental por Alejandro Armada, quien lo dirigió y estuvo a cargo de la producción, el diseño de personajes y las puestas en escena; y Reydel Rodríguez, quien se ocupó de la dirección de arte, composición de imagen, fondos, efectos especiales y la edición. Es un corto con valor propio, una pequeña historia localizada en La Habana, “La operación tumbao”, que salpicada de humor dialoga y resignifica el mensaje del tema musical. Se destaca la lograda caracterización de los representados, los actuales músicos de La Failde, y los grandes músicos ya mencionados. Y “por supuesto, que no puede faltar nuestra hada madrina: Omara Portuondo” —compartió el tataranieto de Miguel Failde. Al decir de Ethiel, “toda la historia funciona como una metáfora del trabajo de fomento de nuestra música tradicional que es el propósito principal de la agrupación desde hace ocho años”.
Porque eso es también Failde con tumbao un disco ecléctico, mulato, resultante del contrapunteo entre lo tradicional y lo contemporáneo, lo europeo y lo africano, lo nacional y lo foráneo, lo académico y lo popular, lo versionado y lo inédito. “Es un disco con retazos de cosas que nos gustan y alegran el alma”, cual lo resume Ethiel Failde.
Por ello, inicia su viaje en “Concierto en Varsovia”, compuesto por el inglés Richard Addinsell en 1941, con el respaldo sonoro del violinista uruguayo Federico Britos y el pianista Alejandro Falcón; pasa por una versión contemporánea de “Nievecita”, una composición de Miguel Failde fechada en 1883; y tiene entre sus paradas un “Havana”, de Camila Cabello, a ritmo de chachachá, y la musicalización del conocido poema de Carilda Oliver “Me desordeno”, con la impronta de Omara Portuondo.
“Estamos responsabilizados con la música de ayer, que llevamos en paralelo con nuestros intereses. Escucharlo es sentir la evolución de la estructura del danzón desde Miguel Failde hasta temas más contemporáneos. Nos sentimos muy orgullosos de cuidar un legado en medio de tanta moda efímera, competencia y banalidad” —comentó al respecto el director de la orquesta matancera.
Este es el tercer álbum de La Failde, agrupación fundada en abril de 2012, e integrada por jóvenes músicos, egresados en su mayoría del sistema de la enseñanza artística. La lista de invitados en el disco incluye, además de La Diva del Buena Vista Social Club, el boricua Andy Montañez, el uruguayo Federico Britos y los cubanos Julito Padrón y Alejandro Falcón. El trabajo de ingeniería de sonido corrió a cargo de Daelsis Pena (Cuba), Ignacio “Nacho” Molino y Alex Psaroudakis (USA). También, con el sello discográfico de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), la agrupación publicó antes Llegó La Failde (2016) y Siempre tu voz. Homenaje a Benny Moré (2019), junto a la diva Omara Portuondo. Con el primero fueron nominados en el Cubadisco 2017, en la categoría de Ópera prima y Música tradicional. Para la edición de 2019 del Cubadisco y con su segundo fonograma, fueron reconocidos con el Premio Centenario de Benny Moré.
La orquesta se propone dar continuidad al legado de Miguel Failde, por ello asume el danzón como base de su repertorio e interpreta también un amplio abanico de géneros de la música nuestra. Así lo demostraron en el Kennedy Center de Washington, para el Festival Artes de Cuba (2018), presentación que conservo en mi videoteca personal. De igual manera, se lucen en la travesía sonora que ahora promueven, entre el tumbao que se fue y el que se quedó.
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