Como “famoso”, el más importante servicio de Farruco al Capital, por el que se sobrevaloran su fuerza de trabajo, es el de reproducir alienaciones. Su “culpa” es hacer apología del dinero, ese fetiche icónico, esa encarnación de la riqueza y condensación de una red de relaciones sociales que acompaña su imagen /marca. Traficar y expender, con su merca-música y con su comportamiento, la “pepa” de los pueblos: el escapismo hedonista de ese “mundo sin corazón” que es Capitalismo.
Pareciera que atenta contra el dinero en una de las pistas de su disco TrapXFicante de 2016. Porque repite el estribillo “Más dinero más problemas” que le da título al tema y porque comienza rapeando: “Me enamoré del dinero de las putas y la fama/ Pero ninguna de ella sus va estar el día que caiga en una cama (…)” y diga cosas como: “Si me preguntas que se siente ser, ser famoso y estar aquí/ Yo les contesto que antes sin nada me sentía dicen y yo era más feliz”.
Pero, ¿cuál es el sentido resultante?, ¿cuál es el “problema” que trae el dinero? Según el Farru, trae la envidia y los falsos aduladores interesados en su dinero (“como ahora tengo, me hice par de melones/ Ahora me piden y si no les doy me tiran los cabrones”). Este es el verdadero blanco de la canción: “Que hablen lo que quieran/ Dígan lo que quieran a mi ninguna me mantiene…”; “¿Qué carajos sabes tú de lo que hecho para estar aquí?/ Cabrón, a los veinte tres ya tenía chocao' en el banco un millón/ Si bregué con droga, no es problema tuyo/ Viva su vida no mire lo ajeno y pendiente a lo suyo…”. Los problemas son las limitantes al libertinaje, al libre albedrío de su hacer “melones”, al hedonismo bajo el carpen diem, como repite en “Pepa”.
Se declara devoto de Dios, pero también de la resignación ante las injusticias del mundo. “Dicen que el dinero no puede comprar la felicidad/ Pero he visto pana que por dinero han vendido su humildad/ Te mintieron, porque este maldito mundo gira entorno al puto dinero”; “Ahora en vez de ayudarte te sacan el dedo y se burlan de ti/ Son otro tiempo, se perdió el respeto…”, “Familia muriendo, niños hambrientos, las escasez creciendo/ Y otro enriqueciendo a cuenta de otro, la vida no es justa/ Abrir los ojos mañana me asustas”-canta.
Por demás, se sabe, Farruko no renunció a los signos de éxitos y fama que se anuncian al inicio del video, en unos comentarios radiales: “un vehículo marca Lamborghini, valorado en 250 mil dólares” y “una mansión en South Beach, valorada en 5 millones”. Su vida ha sido más cercana al que representa en el más reciente “Enamorado del Dinero”.
En este, a ritmo de salsa, se vuelve a declarar adorador del mayor de los fetiches: “Enamorado del dinero/ Con ese si me vo' a casar/ No tengo tiempo para cuero'/ Me liberé, yo me liberé/ Ojos verde'/ Traicionero'/ No me eres fiel/ Pero te anhelo/ Y es que lo que ha' hecho por mí (¿Qué e' lo que hace? Oye)/ No lo ha hecho nadie…”. Todo el tiempo reafirma este mensaje: “Enamórate del dinero y olvida a las mujere'/ Que esa' sí son el diablo”.
Para remarcar sentidos, el video fue lanzado un 14 de febrero. Se filmó en Manhattan y lo dirigió el mexicano radicado en Miami Fernando Lugo, quien le ha realizado videoclip a otras cotizadas marcas del género urbano, entre ellos más de 30 videos al marcosaurio Bad Bunny . El corto recrea el mundo de los capos mafiosos, con trajes caros, cadenas de oro, anillos con diamantes, puros y vasos llenos de whiskey. A Farruco se le ve besar y acariciar los fardos de dinero.
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Para anunciarlo, el boricua compartió un post con el siguiente mensaje “Si quieres seguir conmigo, solo dilo; si no, hazte a un lado”, acompañado de unas imágenes donde aparece el personaje Tony Montana (Caracortada), el mafioso de origen cubano que protagoniza Scarface de Brian De Palma.
El lenguaje, enfatizaron Jacques Lacan y Wladimir Granoff, es “la actividad simbólica por excelencia” y “lo imaginario sólo es descifrable si es traducido en símbolos”. No hay como descifrar el lenguaje de estas celebridades para conocer la conciencia y el espíritu de la clase dominante. Los sentidos que surfean sobre estas canciones, informan sobre “la conciencia práctica, la conciencia real” de estas élites y sobre la axiología con que operan en sus relaciones con las masas. El ensalzamiento al consumismo y al hedonismo epidérmico, los videoclips con los que asientan sus relatos y criterios de éxito en el imaginario colectivo, son síntomas del Capitalismo, de su axiología mercantilista y de la degradante visión del mundo que promueven.
Solo que la elites han tenido el cuidado de ponerlo en la voz de fetiches prescindibles, identificados con lo periférico, surgidos de las clases y las naciones subalternas (Puerto Rico, Colombia, República Dominicana, Panamá…). De ahí que no censuren el discurso soez y misógino de estos traperos; son como las marcas de su origen de clase. A la vez que le sirve para otras de sus falsificaciones, la de la libertad por el libertinaje, la de la libre expresión de la naturaleza humana, por el libre escupir de groserías y obscenidades.
Carlos Efrén Reyes Rosado, como la mayoría de las estrellas de la música urbanas, nació en un barrio pobre; en su caso en Bayamón, el 2 de mayo de 1991. De joven se dedicó el tráfico de drogas y a la venta de piezas de motos robadas. El 3 de abril de 2018, fue detenido en Puerto Rico por contrabando de dinero, al no declarar a la Aduana 52.000 dólares en efectivo. Al día siguiente, fue liberado tras pagar una fianza de 100.000 dólares. Estas “rallitas” lastran su ascenso al nivel de las élites que “mueven” sus hilos y las de otros “famosos”.
No solo, como plantea Jon Illescas, el “poder fetichista de las mercancías es el que enviste y transforma a los músicos asalariados en estrellas del mainstream, en `famosos´”. Además, su comportamiento ostentoso coadyuga, a través de su propio fetichismo y de las mercancías con que se asocia, a que sea hegemónica la “cultura del tener” y a que la clase dominante mantenga el “poder espiritual dominante”. El insaciable deseo de ser ricos, de acumular objetos, esa “falsa conciencia” que inyectan en sus adoradores, adquiere un valor social, resulta simbólico, aspiración colectiva.
Los “famosos” se constituyen en ese “personaje trascendente” que mencionaron Lacan y Granoff, necesario para que un comportamiento imaginario resulte simbólico y se constituya en referente para el comportamiento colectivo. Ellos le aportan un “elemento trascendente” a las marcas que los individuos consumen, como signos de “éxito”. Estas celebridades median entre el individuo y su selfie (con filtros), entre el imaginarse ricos y el parecerse a ese personaje-fetiche, entre la angustia por no conseguir satisfacer las necesidades biológicas y la culpa por no significarse “exitosos” para los demás. Con ellos se desplazan a los jóvenes “fuera del ciclo en el cual se satisface una necesidad biológica”, para enredarlos en el círculo vicioso del consumismo .
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Su fetichismo como mercancía radica en su potencialidad simbólica, y viceversa. Los más cotizados, son pues, lo que mejor falsean estas relaciones de poder, y reproducen la trinidad opresiva: consumismo, fetichismo y enajenación.
Los “famosos” median, distancian, enajenan las relaciones entre los que “mueven las fichas” en las trasnacionales de la música y los que engordan las estadísticas de YouTube y Spotify, los que pagan las entradas de los conciertos y consumen las marcas/mercancías que hacen branding con las marcas musicales. Esos que entre la espada y pared, entre la culpa y la angustia, solo tienen para escoger entre un fetiche u otro. Como simbolizan los tatuajes de Farruco, entre Dios y “Amen”, en su mano derecha, y el logo de su disquera y el de los Grammys, en la otra.
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