Re-producción es el término que mejor califica a Legendaddy. El disco re-itera una re-presentación de la realidad y, a su vez, re-afirma el discurso social hegemónico, con el que se construye y organiza esa realidad. Repite, con el atractivo de parecer nuevo, la misma manera de sentirla y narrarla, la cosmovisión según la cual la felicidad y el progreso radican en la acumulación de objetos y marcas de éxitos. Re-aviva, con otro repertorio de símbolos, la misma red de significados por el que circula el poder.
En el entendido de Foucault, para quien el poder no se aplica a los individuos sino que transita a través de estos, a través de sus cuerpos y sus deseos. El poder se construye a través de las prácticas, los mecanismos y los dispositivos engendrados en la sociedad. También en el acto de consumir la merca-música y las marcas con las que hace sinergia. Lo que comprende no solo el acto de poner en práctica su utilidad; sino también su apropiación, su internalización, su aprehensión simbólica como producto consumido.
Los mecanismos de poder tienen un trayecto, una técnica, una táctica; una distribución interesada y una estrategia discursiva para hacerse efectivos. La expansividad del reguetón, su socialización a gran escala, no es un resultado espontáneo como se nos quiere vender. Fue posible, gracias a la acción mediática y a los soportes tecnológicos propiedad de las élites capitalistas. Hay causas antropológicas, en el hecho de que la música se haya convertido en el núcleo de gigantescas redes comunicativas y socializadoras, físicas y virtuales, especialmente de las juveniles. Como son rastreables los condicionamientos culturales de la socialización del proto-reguetón , a través de mixtapes, en las comunidades periféricas de Puerto Rico. Pero de que sea el pop-reguetón y no el dembow riddim, la llamada “música latina” y no el “rap consciente” en el que alguna vez incursionó El Cangri, eso fue consensuado por los que detentan el poder en las imperialistas industrias del entretenimiento.
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Como bien apuntó Humberto Maturana, “las palabras son nodos en redes de coordinación de acciones, no representantes abstractas de una realidad independiente de nuestro quehacer”, “no son inocuas y no da lo mismo que usemos una u otra en una situación determinada”. “Las palabras que usamos no solo revelan nuestro pensar sino que proyectan el curso de nuestro quehacer”; “el vivir humano se da en un continuo entrelazamiento de emociones y lenguaje como un fluir de coordinaciones consensuales de acciones y emociones”. Un fluir que se hace más nítido en el acto de participar en experiencias compartidas alrededor de la música, de compartir gustos y expresarlo a través del baile, de narrar lo cotidiano mediante frases o estribillos tomados de las canciones de moda... En ese formar parte, conformación colectiva, que algunos verbalizan como “musicar” y que “significar” termina siendo. Este proceso de metabolización de los signos sonoros y textuales, de un kit de timbres y acordes, de determinado argot, se asocia con un reconocerse o dentro o fuera de lo que se valora como moderno y exitoso, según la lógica hegemónica.
La estructura léxica y metafórica de las 19 pistas de Legendaddy, informa sobre la estructura de la dominación cultural, a través de cuáles redes y nodos de significación circula el poder, en Puerto Rico y más allá. Que son los rieles más densos, sobre los que transitan los mensajes que internalizan acríticamente sus seguidores y que coordinan sus actos de consumir, en incluso, de participar en la política. Como afirmó Jacques Lacan, el baño de este lenguaje, de este orden simbólico, misógino y neoliberal, estructura su psiquismo.
Mientras más se reproducen, y se destacan sus métricas en los canales de distribución, se potencia esa capacidad de transmitir valores y creencias, normas y estilos de vida, pensamientos y actitudes. Su discurso musical acompaña, impregna y permea la construcción de sentido acerca de la sociedad, los mitos, los imaginarios y las motivaciones de sus adoradores. Lo que repercute no solo en su lenguaje, sino también en su ideología. Si no hay una postura independentista o descolonizadora, no hay por qué liberarse de los anglicismos, ni de los símbolos estadounidenses que aparecen en sus letras. Si no los rechaza “el Campeón”, no van a hacerlo sus seguidores. Si se colocan en un pedestal los símbolos del colonizador, se normaliza el ser colonia o país dependiente.
De modo que no fue solo el protagonista de su transnacionalización. El “rey de los reguetoneros” participó en el blanqueamiento de la “melaza”de los caseríos, de su “enlatamiento” comercial y retoque estético. Lo que comprendió un giro hacia el “blinblineo”, la ostentación, y un interesado reajuste de sus discursos, la decantación de sus líneas de mensajes más antisistémicos, antirracistas y anticolonialistas.
Como los que centraba la canción “Dem Bow” (1991) del jamaicano Shabba Ranks y que tradujeron al español los panameños Nando Boom (“Ellos Benia”) y El General (“Son Bow”), considerados por algunos los “padres del reggaetón”. En estas tres versiones se asocian a los opresores, colonialistas y racistas con la postura de “estar inclinado” que en el patois jamaicano se dice “den bow” (parecido al inglés they bow), usado además para connotar despectivamente a los gay. “Agravias a tu hermano negro, quiere decir que te inclinas / Odias a tu hermana negra, quiere decir que te inclinas”, dice la de Ranks.
Ramón Ayala no iba escalar a otra clase cantando aquellos versos del rapero Gallego, del poema “Chamaco’s Corner”con el que empezaba su disco El Cartel de Yankee (1997): “Los chamacos no se van de la esquina ni a tiros. / Los chamacos siempre están en esa esquina. /Los chamacos se arrebatan en la esquina también. / Los chamacos hablan de política, de trucos, /de salsa vieja, de nuevayol, de grafitis, de las mamises, / de los camarones que anoche les violaron sus derechos. (…) De los ricos que van pa’arriba/ y los pobres vamos pa’abajo, / de que esto es una encerrona disfrazá de felicidá/ y más na’, pana mío”.
Eso sí fue parte de la “limpieza”. No las letras hipersexualizadas , ni la pornografía y la cosificación de las mujeres en sus videos musicales que horrorizaban a los de Morality in Media y motivaron la “Operación Centurión”, dentro del programa “Mano dura contra el crimen” del anexionista gobernador Pedro Roselló, entre 1993 y 1995. Esto, como puede constarse en Legendaddy y en sus videos promocionales, se constituyó en un ingrediente distintivo del género. Tal vez, porque ese lenguaje soez, además de funcionar como marca de clase, se confunde con la libertad de expresarse y hasta con el “empoderamiento femenino”.
El de Barrio Fino resultó más maleable que Tego Calderón o Vico C, para el re-ajuste del género a las exigencias de las élites que antes lo estigmatizaron y criminalizaron como expresión cultural de los marginados por el mismo sistema que jerarquizan. Igual, para su lanzamiento como marca “latina” en el mercado global.
Por eso lo han premiado, por entretener a los “chamacos de la esquina” y desenfocar de sus críticas esa “encerrona disfrazá de felicidá”que es el neoliberalismo. Ahora, es un millonario con dos mansiones en Miami y una colección de carros lujosos. Y lo que hacen ellos es filantropía.
Consecuentemente, dos temas preponderan en su último disco: el autobombo y el tema amoroso (o más bien sexual). “Soy una leyenda, el jefe, la fuerza/ Pregunta donde sea (Boss, boss, jefe)/ Soy una leyenda, no tengo riversa”, rapea en “Campeón”. En otras se califica como el que más factura (“ahora facturo hasta durmiendo”, dice en “Enchuletiao”). “Hot”, junto a Pitbull, es otra apología del dinero y de la mafia vinculada a las drogas.
Daddy Yankee se retira de la música, pero no del negocio del entretenimiento. Como empresario, ahora aliado a la poderosa Universal, seguirá en la palestra farandulera. Como símbolo percutor de interesadas secuencias de significaciones, portador de determinados sentidos y relatos. Como que gana el que mejor se adapta a las reglas de juego del Capitalismo y no los que se aventuran a transformarla.
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