Solo lo supo mucho después, pero su tradición sindicalista tuvo sus orígenes en el almanaque de la vida. Nació el mismo año y a solo unos días de que Cuba celebrara por vez primera y con carácter unitario el Primero de Mayo. Pero la pequeña Lazarita nunca conoció de manifestaciones obreras ni luchas por los derechos laborales ni protestas salariales.
En el intrincado paraje de la serranía granmense que la vio nacer el 28 de abril de 1939 nunca se habló de los mártires de Chicago, en honor a los cuales se decidió conmemorar cada primero de mayo jornadas internacionales de manifestaciones públicas para exigir mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores.
Hasta que la Revolución triunfante se propuso erradicar los grandes latifundios de tierras con la 1.a Ley de Reforma Agraria, firmada 17 de mayo de 1959 en La Plata, su familia perteneció a la clase más explotada de la Cuba capitalista.
No tardó ella en emigrar a la ciudad y mejorar sus condiciones de vida. La Campaña de Alfabetización le abrió las puertas a la enseñanza y a la superación, y ella aprovechó cada oportunidad de crecimiento laboral que le ofreció el programa revolucionario.
Estuvo desde entonces en cada uno de los desfiles convocados en su provincia, e incluso fuera de esta. Donde festejaran los trabajadores su día, donde se reunieran para celebrar los derechos conquistados en la Cuba socialista, allí era la primera Lazarita. Ni las barrigas de sus tres hijos le impidieron congregarse en saludo a la fecha.
Hoy, cuando sus septuagenarias piernas han dejado de responderle, y sus cansados ojos le impiden salir de su casa sin ayuda, es ella quien más alienta a las nuevas generaciones a sumarse a los festejos, a defender con su presencia en el desfile los derechos conquistados.
Ya no se le ve entre las más activas de la Plaza ni su voz convoca con vivos coros, pero desde su pequeña casita en las afueras de la capital, cada Primero de Mayo es, todavía, su fiesta.
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