La artesanía es uno de los elementos que definen el nivel de factura dentro de un fenómeno tan complejo como las parrandas. Por décadas, conocí desde dentro de las naves de trabajo en los barrios cómo es el proceso de hacer las carrozas y los trabajos de plaza y hasta qué punto ello define la calidad de una propuesta. Las personas que aprenden de ese oficio lo hacen de manera empírica y ello se evidencia en el acabado final de las piezas.
Siempre en una parranda hay maestros artesanos que hacen la diferencia y que forman a las nuevas generaciones, pero eso puede no mantenerse para siempre y de hecho se están viendo erosiones. Y es que las parrandas cubanas, que son un fenómeno sociocultural surgido en la primera mitad del siglo XIX, definen el rostro del trabajo en toda una región centro norte de la isla y convierten a los habitantes y artistas de esas porciones en los hacedores de un discurso. Alejado de las academias y de la manera más perfeccionista de entender el arte, ese artesano de las parrandas ya tiene claro cuál es su concepto de belleza, así como su lugar en el mundo. Para él no se trata solo de un sitio que de por sí posee un valor efímero, sino de una gloria diferente que no puede verse en ninguna otra parte.
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El parrandero lleva consigo la sabiduría y la puede reproducir sin importar donde esté, así conozco a artistas que allende los mares han realizado festejos y decoraciones que alguna forma son extrapolaciones del fenómeno. La complejidad de esa artesanía, de ese atrezo y de esa decoración, no va tanto en un rigor como tal, sino en la comunicación, en el nivel de empatía que ese artista establece con las masas y a las cuales interpreta desde su distancia poca o mucha, culta o popular, coloquial o elevada.
La artesanía no va solo en lo que se expende y que representa quizás un valor de baratija, en realidad en las parrandas estamos hablando de lo que sustenta a las piezas desde la belleza y de la propuesta cromática. Conozco a personas que se sientan delante de una carroza a evaluar si los colores son los que van con el tema histórico o si los elementos de la arquitectura son correctos. Y es que las parrandas funcionan como una universidad popular a la que nos acercamos desde el mayor respeto, pero en la cual consumimos de los grandes conceptos del arte, de las corrientes históricas que nos han definido como humanidad y que de pronto están representadas de forma simbólica en una pieza artesanal. Ese es el valor de una actividad dentro de la lógica de un festejo popular. Detrás del artista que hace, hay por lo general otro que soñó el proceso y que acompañó desde la factura su vertebración.
Ahora bien, la artesanía está amenazada desde diferentes puntos. Existe una visión que la coloca en un escalón inferior y que le impide acceder a los circuitos. Solo en contadas ocasiones las parrandas saltaron al arte culto de las exposiciones y casi siempre se les concede una especie de salvoconducto, pero no se las incorpora, no se les da la vivencia desde la crítica y se les controla dentro del encorsetado arte folclórico.
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He estado en espacios en los cuales se reflexiona sobre las parrandas desde la academia, pero aun así no se les concede el beneficio de acceder ni de legitimarse en los sitios que poseen cierto pedigrí. El artista de las parrandas sabe que trabaja para un día y que su gloria será efímera. Sé de hacedores que simultanean el arte de las galerías con el de las naves de trabajo y aunque prefieren el segundo, suelen tener dificultades para poder conciliar ambos mundos. Y es que el trabajo cultural de rescate y de imbricación e interpretación de las parrandas es aún pobre en relación con la historia y las obras del fenómeno. Por lo mismo, esperar que las instituciones lleguen a un estadio de idealidad al respecto es totalmente una utopía.
Esa universidad popular no es regida por enseñanzas rígidas y procedimientos en los cuales haya que seguir un canon y eso es lo que no se le perdona a la artesanía de las parrandas. Sé de personas que no poseen ese conocimiento enciclopédico de la cultura universal, pero que han sido capaces de recrear historias de las civilizaciones más lejanas en el tiempo y el espacio. Trabajar para que existan vías de aprendizaje de los oficios en las parrandas y que se signifique ese asunto debería ser prioridad de la política cultural cubana. Pero sabemos que la implementación de programas de salvaguardia en ocasiones se queda en el enunciado, en lo que se puede soñar, pero en lo que el tiempo y los materiales no permiten hacer.
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En los últimos años hemos visto cómo los proyectos de las parrandas no alcanzan la plenitud y en ello va sobre todo el momento que se vive y la poca disposición material para avanzar en la consecución de metas dentro de la cultura. Lo que antes era una cuestión evidente y estaba en los grupos portadores, ya hoy está escaseando y tiene que ver con el éxodo de esos artistas y su aparición en otras maneras de ejercer esos oficios. Entonces eso nos conduce hacia una fórmula en la cual no estamos del todo plenos ni podemos disponer de herramientas para que no se pierdan las sabidurías artesanales. Eso nos convoca hacia un escenario duro, en el cual el trabajo y la trasposición de fenómenos están comprometidos.
Las parrandas tienen por delante muchos escenarios que no las favorecen y pareciera que las mueven solo la tozudez, pero eso quizás es materia para otro análisis desde la cultura y el patrimonio.
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