Las acciones del 26 de julio de 1953, marcaron el inicio de una nueva fase de lucha dentro del proceso revolucionario cubano. Sus principales protagonistas, fueron genuinos representantes del pensamiento martiano, un grupo de jóvenes de diversas procedencias sociales, dirigidos por el joven abogado Fidel Castro. Esta juventud, imbuida por el legado ético del apóstol, fue capaz de realizar sacrificios para llevar a cabo la misión, que los colocaría ante su país y frente a la historia.
La respuesta del régimen de Fulgencio Batista, no se hizo esperar, fue desatada una feroz represión contra los asaltantes. La ofensiva criminal, enlutaría a la nación, arrebatando la vida de un número significativo de estos valerosos jóvenes, incluso personas que no tenían vinculación con los hechos, fueron víctimas de la cólera del tirano.
La prensa de la época sirvió de apoyatura a la dictadura, para promover una campaña subversiva contra los moncadistas, acusándolos de mercenarios asalariados del expresidente Carlos Prío. A la que se sumaron algunas organizaciones de diferentes tendencias políticas, expresando que estaban desligados con Fidel Castro y que condenaban las acciones ocurridas en Oriente el 26 de julio de 1953.
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El 16 de octubre del propio año, Fidel comparecía en los tribunales por la Causa 37, asumiendo su propia defensa. En la pequeña sala de estudios para enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora, pronunció su histórico alegato, en el cual denunció los crímenes perpetrados contra sus valerosos compañeros, la caótica situación del país agravada tras el golpe militar. Y expuso además la concepción de un programa revolucionario, sintetizado en cinco Leyes revolucionarias, que transformarían la realidad cubana.
El papel que Cuba tendría con respecto a Nuestra América, tras la revolución triunfante, fue explicado con mucha vehemencia por el joven abogado, quien asumía los principios martianos de “solidaridad y latinoamericanismo”.
Un momento que es meritorio destacar dentro del alegato de Fidel Castro, es cuando define como pueblo; a los sectores más humildes de la sociedad cubana, con los que se podía contar para llevar a cabo una revolución social. El cual debía ser educado en la patria libre de tiranía, en los principios éticos martianos de justicia, altruismo espiritual y mejoramiento humano.
Fidel sitúa a José Martí como el “Sol de la enseñanza”, formador de valores éticos que han de conducir el accionar de cada ser humano a favor de los intereses del bienestar común de la nación. La educación en el pensamiento martiano, sería la expresión más acabada para formar hombres de bien, concientizados de su rol ante la patria y la América Latina.
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La denuncia de los crímenes contra los militantes martianos, constituye la piedra angular de su discurso. El joven abogado, para demostrar que los asesinatos perpetrados contra sus compañeros no tenían parangón, citó varios episodios trágicos ocurridos en diferentes momentos de nuestra historia. A los que logra enlazar con los ocurridos en 1953, a través de una demostración de excelente dominio de la Historia de Cuba.
Las tropas españolas durante los 30 años de lucha que sostuvo nuestro pueblo por desprenderse del colonialismo de España, realizaron en varias ocasiones actos preñados de cobardía y de desprecio hacia la vida, en correspondencia con el propósito de ahogar el esfuerzo revolucionario del pueblo cubano en sangre. Fidel enlazaría este acto criminal, con otros ocurridos durante los años 30, en su retórica enfatizó en un pasaje donde los soldados mancharon la honra militar con sangre:
¨Se sabía que, en 1933, al finalizar el combate del hotel Nacional, algunos oficiales fueron asesinados después de rendirse… se sabía también que después de capitulado el fuerte de Atarés las ametralladoras de los sitiadores barrieron una fila de prisioneros y que un soldado, preguntando quién era Blas Hernández, lo asesinó disparándole un tiro en pleno rostro, soldado que en premio de su cobarde acción fue ascendido a oficial¨.
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Desde su denuncia al régimen, exaltó la valentía de los combatientes sobrevivientes, quienes sufrieron maltratos físicos y fueron testigos de los asesinatos cometidos contra sus hermanos de causa. Situación que no los amedrentó, pues durante el desarrollo del juicio respondían con valentía política:
¨Sí, vinimos a combatir por la libertad de Cuba y no nos arrepentimos de haberlo hecho”, decían uno por uno cuando eran llamados a declarar, e inmediatamente, con impresionante hombría, dirigiéndose al tribunal, denunciaban los crímenes horribles que se habían cometido en los cuerpos de nuestros hermanos¨ (Ibídem. Página 29).
Asumir la responsabilidad, era reflejo de su sentido del deber, era la reafirmación de la responsabilidad histórica contraída con la nación y sus compañeros caídos. Lo que significaba una victoria moral sobre la tiranía y desmontaba las falsas acusaciones esgrimidas por el Batistato y sus personeros. Así de acusados, se convertían en acusadores del régimen.
Fidel reconoció la valía de los santiagueros, totalmente ajenos al plan de acción trazado por la Generación del Centenario, tras desatarse la feroz persecución sobre los asaltantes, fueron capaz de auxiliar a varios de estos jóvenes ofreciendo refugio en sus casas salvando así la vida de estos.
Las acciones del 26 de julio de 1953, fueron un digno acto de valentía y desagravio contra el ultraje cometido por Batista y sus colaboradores a la patria el 10 de marzo de 1952. Le otorgaban al pueblo, el derecho a luchar contra la dictadura, para llevar a cabo una revolución con los humildes y para los humildes. La sangre derramada por sus compañeros era un monumento a la honra del ideario martiano.
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Las palabras escritas en las cartas a Melba Hernández estando recluido en el presidio de Isla de Pinos reflejan las experiencias obtenidas por Fidel Castro durante el Bogotazo; la necesidad de atraer al pueblo a lucha y educarlo en los principios que sostendrían las armas, para que fuera capaz de reconocer un liderazgo político y unir esfuerzos para viabilizar el triunfo: ¨Nuestro programa revolucionario es el más completo, nuestra línea la más clara, nuestra historia la más sacrificada: tenemos derecho a ganarnos la fe del pueblo, sin la cual, lo repito mil veces, no hay revolución posible¨.
La frase lapidaria con la cual el joven abogado concluiría su discurso de autodefensa “La Historia me Absolverá”, daría nombre al documento que de manera clandestina circularía en Cuba a partir del año 1954. Lo que facilitó, derrumbar las campañas de falsedades promovidas por el régimen sobre los sucesos de Oriente de julio de 1953. Nuevas fuerzas se incorporarían a partir de entonces a las gestiones del Comité Pro Amnistía de los familiares de los presos políticos y buscarían un acercamiento con la figura de Fidel Castro.
La Historia me Absolverá es uno de los documentos más importantes dentro de la historia de la nación cubana, sobre el cual existen diversos estudios que responden a las distintas aristas de las ciencias sociales. Es un texto de obligatoria consulta, para analizar el contexto político-económico-social de inicios de la década del 50 del pasado siglo XX en Cuba.
Las ideas contenidas en la Historia me Absolverá, se han llevado a la practica en nuestro país tras el triunfo revolucionario y han encontrado además espacio en la actualización de nuestro sistema político.
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