La impresión no es de pocos, pero las causas pueden ser muchas. Raras veces se da la feliz coincidencia de que una Serie Nacional empiece con números tan buenos —diríamos excelentes en algunos apartados— para los lanzadores, en tanto los bateadores parecen almidonados con los maderos.
¿Y será verdaderamente creíble lo que está sucediendo?, se comienzan a cuestionar los aficionados.
Vayamos por paso. Que tres equipos: Guantánamo (1.27), Matanzas (1.73) y Las Tunas (1.90) estén por debajo de dos en promedio de carreras limpias por juego es algo inédito en el último lustro de nuestras temporadas beisboleras.
Pero si le agregamos que esas tres selecciones son más sorpresivas porque no tienen tradición en esa área de juego —con la excepción de Matanzas en la época de Jorge Luis Valdés y compañía— la supuesta mejoría en los lanzadores entra en terreno sospechoso, sobre todo ahora que regresamos el box a sus medidas oficiales de 12 pulgadas y no a 16 como la edición precedente.
Es cierto también que en las tres primeras subseries han trabajado los primeros hombres en los staff de cada conjunto, lo cual asegura una calidad mínima a la temporada, por aquello de que no se debe guardar a nadie para el juego de mañana ya que es imperioso ganar todo lo que se pueda en 45 desafíos. Queda en suspenso si algunos de esos brazos se rendirán antes de febrero, cuando se detendrá nuestra serie por el Tercer Clásico mundial de Béisbol.
Si miramos la comparación imprescindible con lo realizado en la temporada 2011-2012, se propinan más o menos los mismos ponches (614 por 701 hoy), se dan cuatro lechadas más (11 por 17), al tiempo que sí es sustancial la disminución de bases por bolas y el bajón colectivo del promedio de carreras limpias: de 4.52 a 2.80 en la actualidad.
En el caso de los boletos gratis puede haber una responsabilidad compartida con los árbitros, quienes abrieron su zona de strike más vertical y obligan al bateador a chocar más la pelota y esperar menos un posible descontrol del serpentinero para embasarse. Así lo atestiguan varios hombres proa en las alineaciones, los llamados a “exprimir” más a los lanzadores.
Haber soportado 58 cuadrangulares menos tampoco es un indicador fiable de las virtudes actuales de nuestro pitcheo, pues conspira el bote de la pelota Mizuno 200, que se sabía de antemano era menor a su prima-hermana: la Mizuno 150, con la cual se jugó la mitad de la campaña precedente y que ya no se produce en el mercado.
Sustancial indicador para bien son los 50 pelotazos menos que no pararon al cuerpo de los bateadores (154 por 104), en tanto para mal es el incremento de los balks (3 por 18), una deficiencia técnica muy grave, en especial para Mayabeque y Las Tunas, que suman ya 5 y 4, respectivamente en lo que va de campeonato.
En el plano individual, varios nombres van sobresaliendo: el pinero Wilber Pérez con sus cuatro victorias sin fracaso, los seis salvamentos del cienfueguero Duniel Ibarra, los 18 ponches de Ismel Jiménez en igual cantidad de entradas lanzadas, y las labores puntuales del tunero Darién Nuñez y el avileño Maikel Folch, ambos zurdos, con sendas lechadas antes Industriales y Matanzas, respectivamente.
Hay que reconocer la mejoría del aspecto técnico-táctico de los serpentineros, sin el tutelaje de señas desde el banco; los buenos virajes a las bases; la rapidez entre lanzamiento y lanzamiento sin hombres en base (de lo contrario le cantan bolas), así como un aspecto poco medible, la defensa de campo, expresada en tiros a las bases o roletazos fildeables.
Sin embargo, no puedo sostener que es tan bueno nuestro pitcheo como el que necesitamos todavía para nuestros bateadores, aunque sea justo reconocer, una vez más, que en escenarios internacionales siempre esta área ha salido con dividendos más positivos que la ofensiva.
Volveremos sobre este tema cuando la serie llegue a su mitad. Quizás entonces tendremos más elementos para valorar.
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