Siria: Verdades a flote

Ciertamente la lógica se alerta cuando un presunto culpable demanda una y otra vez que los organismos competentes investiguen hasta el último detalle todo lo relacionado con el delito que se le imputa. Y el asunto se torna en veradero embrollo para el recto discernimiento si, del otro lado, los acusadores se niegan tozudamente a que semejante comprobación tenga lugar… a menos entonces que la verdad haya sido escamoteada y retorcida.

Y admítanlo o no aquellos que actuaron a tono con lo que por cuenta propia estimaron, creyeron o planearon, lo cierto es que el pretendido ataque químico de la aviación siria contra la población de Jan Sheijun el pasado 4 de abril tiene todas las trazas de una burda campaña urdida contra Damasco.

Lo acaba de confirmar (aunque los grandes medios occidentales de prensa no lo reboten) el presidente de la Comisión Investigadora del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para Siria, Paulo Sergio Pinheiro, quien luego de una indagación inicial precisó que no está probado vínculo alguno entre las acciones militares del gobierno sirio en esa zona y el uso de armamento tóxico.

El alto funcionario internacional determinó que las pesquisas que condujeron a esa conclusión incluyeron entrevistas con testigos, personas afectadas y expertos, así como el análisis de materiales audiovisuales y fotográficos.

Todo ello, enfatizó Pinheiro, indica que no hay “ninguna relación” entre el tan citado bombardeo de la aviación siria y las emisiones de gas, aún cuando puedan correr otras versiones sobre el tema.

En pocas palabras, que cuando en pretendida “represalia” Washington lanzó casi sesenta misiles contra una base aérea de Damasco para “castigarle por el uso de armas químicas contra civiles”, lo hizo sobre pretextos inválidos e inexistentes, y tal vez con el único interés de obstaculizar el exitoso enfrentamiento del Ejército Nacional con los grupos terroristas organizados, pagados y armados por los segmentos hegemonistas norteamericanos, sus aliados de la OTAN, Ankara, los regímenes autocráticos árabes y el sionismo israelí.

Los mismos que por estos días, dicho sea de paso, han entregado a los extremistas islámicos cohetes antitanques TOW, de factura estadounidense, con el propósito de intentar frenar la ofensiva oficial en los diferentes frentes de combate, y cuyos emplazamientos ya empiezan a ser duramente golpeados por la aviación militar rusa que actúa en apoyo y con el consentimiento de Damasco.

De todas formas, no resulta algo históricamente novedoso que ciertas fuerzas retrógradas acudan a la manipulación de la verdad para asestar golpes a sus pretendidos oponentes. De hecho, ha sido y es una práctica muy usual en el arsenal mediático y político de quienes aspiran a escalar alturas planetarias absolutistas.

Y ejemplos hay muchos, desde la autodestrucción del acorazado Maine a fines del siglo XIX en la rada habanera para declarar la guerra a España y apoderarse de su patrimonio colonial, hasta el llamado incidente del Golfo de Tonquín de 1964 que “justificó” los bombardeos masivos contra Viet Nam del Norte, o la invasión militar que devastó a Iraq a cuenta de destruir el nunca localizado ni mostrado “arsenal de armas de destrucción masiva” atribuido al gobierno de Sadam Husein.

Otro dato abunda además a favor de llegar a las claves reales del asunto que nos ocupa. Y es que ya en agosto de 2015 Siria había solicitado al Consejo de Seguridad de la ONU una investigación a fondo sobre la posesión, por los terroristas, de armas químicas entregadas por sus padrinos externos, y su frecuente utilización contra poblaciones civiles y los combatientes del Ejército Nacional.

Sin embargo, como otras muchas cosas “molestas e insustanciales”, los airados “justicieros globales” cerraron los ojos y se taparon los oídos.

¿Faltaba entonces razón o no a Damasco, Moscú y Teherán cuando abogaron por una investigación imparcial en Jan Sheijun y acusaron a Washington de violar las leyes internacionales por su ataque con misiles a la fuerza aérea siria?