Una espina de nombre Vladímir Putin

En efecto, este domingo 18 de marzo, el voto masivo del electorado ruso ratificó al actual jefe del Kremlin para mantenerse en su cargo por un nuevo período.

Según datos hasta los instantes en que se escribían estas líneas, Putin acumulaba 74 por ciento de las boletas escrutadas, y su más cercano seguidor, el candidato del Partido Comunista se alzaba con 16 por ciento de la preferencia, bien alejados ambos de los restantes aspirantes.

Y desde luego, tan “indeseada continuidad política” aviva aún más la tremebundas historias mediáticas occidentales acerca de una “tenebrosa personalidad cargada de ansias de poder y portadora de una maldad intrínseca”. Viejas patrañas, por demás, que han debido enfrentar no pocas figuras internacionales no adictas a converger con los mandatos e intereses de los grupos reaccionarios de los Estados Unidos y sus más incondicionales aliados.

Lo cierto es que, hablando claro, Vladímir Putin no parece militar entre los cabezas de gobierno que hablan, prometen, y luego adormecen y defraudan en la práctica a sus conciudadanos, bien porque mienten, no hacen nada, o porque son desastrosos dechados de incapacidad, ineficacia, demagogia y simulación.

De ahí que para la mayoría de los votantes rusos -con derecho constitucional de elegir a su presidente directamente- no existieron reparos en renovarle su confianza y mantenerle en las riendas de la nación.

En consecuencia, con semejante nivel de aceptación ciudadana, Putin se enviste para este nuevo período con una renovada autoridad y representatividad, superiores en más del doble a las que puede exhibir ahora mismo el mandatario norteamericano, Donald Trump.

Lo cierto es que semejante resultado era previsible, no por patrañas electoreras ni sucias manipulaciones de grupos poderosos.

Así, por ejemplo, un medio de prensa nada de izquierda como la BBC británica, apuntaba textualmente previo a la votación en Rusia, que “con sucesivos mandatos como presidente y como primer ministro, Vladímir Putin ha sido responsable de una explosión económica, la expansión militar y el restablecimiento de Rusia como una potencia mundial.”

Y quienes vivieron los días de la existencia de la Unión Soviética, incluidos los crasos errores internos y el violento cerco externo, y conocieron el dubitativo período de Gorbachov y el destructivo quehacer bajo el beodo Boris Yeltsin, la aparición en la escena nacional de Putin ha significado la resurrección de la gran patria rusa, el rescate de sus valores históricos y su relevante tradición de lucha, y la expansión de un sano orgullo nacional, amén del rescate de un papel internacional de primera línea.

En materia interna, si bien queda mucho por hacer, la pobreza  y el caos-que cobraron fuerza bajo la “restauración capitalista” diseñada por Occidente para su “derrotado enemigo”  en la década de los noventa del pasado siglo- han disminuido de manera sensible, y los niveles de consumo y bienestar ciudadanos muestran un alza relevante.

Mientras, Rusia ha sabido remodelar y modernizar su aparato defensivo hasta hacerlo puntero global, recobró Crimea de manos de los golpistas ucranianos, y ha sido factor determinante en la derrota militar  del terrorismo en Siria, al tiempo que fortalece su alianza estratégica con otro gigante, la vecina China, y se proyecta y actúa como un polo decisivo en la conformación de un orden internacional multilateral a partir del respeto a la autodeterminación y la integridad de todos los Estados del orbe, y el ejercicio de la cooperación mutuamente ventajosa.

De ahí que si el pueblo ruso y los amantes de la cordura en el resto del mundo tienen razones para festejar  esta victoria electoral de Vladímir Putin, entre los partidarios del absolutismo imperial y los aspirantes a dictadores planetarios no pueden existir otra cosa que caras largas y un severo  resentimiento.