¿Trump a la francesa?

Se dice que desde hace mucho Europa y sus fuerzas políticas perdieron todo signo de originalidad.  Y si se sigue la historia más reciente del comportamiento del Viejo Continente hay muchas razones para pensar de ese modo.

De hecho, los integrantes de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte han preferido por largo tiempo dejar de lado todo signo de posible independencia con relación a Washington, el socio mayor, y optar sin más ni más por convertirse en colaboradores esmerados de las agresiones y presiones militares, económicas y políticas lideradas por los Estados Unidos; incluso, sin preocuparse demasiado si ese papel de segundones les ubicaba en medio de grandes riesgos y agudos entuertos.

De manera que si las ex Trece Colonias finalmente devinieron en “modelo y liderazgo” para las rancias ex potencias europeas, no es raro que ahora mismo existan tendencias que pretendan adaptar a sus realidades y escenarios la retórica y las acciones con las que Donald Trump logró hacerse del control de la Oficina Oval.

Es el caso de la candidata francesa de ultraderecha a la presidencia gala, Marine Le Pen, quien, por cierto, aparece encabezando la intención de voto para una primera vuelta, pero que debería perder en una casi segura segunda ronda luego de los reajustes entre los partidos sumados a la lid.

La aspirante no tuvo reparos en admitir que está intentando seguir los pasos de Trump, en lo que estima personalmente como un “extraordinario cambio político global” destinado a elevar el nacionalismo y la defensa de los intereses y las fronteras locales a un primerísimo plano.

Si Trump pudo llegar a la Casa Blanca azuzando el chovinismo y el protecionismo económico, en medio de proclamas xenófobas, y a la vez poniendo en tela de juicio con toda aspereza a las instituciones fundamentales de los Estados Unidos, ¿por qué Francia no puede hacer lo mismo?, se preguntará Marine Le Pen.

En consecuencia, sus más recientes discursos estallan en cuestionamientos a la política interna del país, a la necesidad de alternar un aparato gubernamental que “no responde a los intereses de la gente”, y a impulsar una línea que haga realidad la consigna de “Francia primero”, una “adaptación a lo galo”, y sin mayores rubores, de la frase con la que el magnate inmobiliario norteamericano ha logrado granjearse no poca aceptación cuando se refiere al pretendido destino de la potencia capitalista.

La Pen además hizo énfasis en tomarla muy en serio contra los inmigrantes, a los que indentifica (vaya semejanza) como promotores de actos terroristas, cazadores de empleos y causantes de la degradación de la sociedad francesa.

Por demás (y siguen las coincidencias), en materia regional dijo pretender sacar a Francia de la Unión Europea y restituir el franco como patrón monetario nacional, desligándose por completo del euro.

En fin, todo un programa que no esconde para nada su nueva fuente inspiradora, y que tendría no solo consecuencias enrevesadas para el país galo, sino además para el propio mapa económico, político y hasta militar de la actual Europa comunitaria.

Sucederá entonces en menos de tres meses lo que deba suceder cuando los franceses vayan a las urnas a elegir gobierno…y a la hora de pasar revista, si París acuñase finalmente los giros que propala Marine Le Pen tendrán entonces los políticos tradicionales que sentarse a revisar las debilidades, errores e inconsecuencias que les restaron crédito entre el ciudadano común, y que han colocado a Europa bien lejos del papel que por su historia le tocaría desempeñar en el devenir del planeta, como un polo con personería, posiciones y contribuciones propias.