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viernes, 4 de octubre de 2024

May, Trump y los ojos de Winston Churchill

Justo ahora que Estados Unidos se aleja del mundo y que el mundo se aleja de Donald Trump, Londres dependerá más de ambos...

Enrique Manuel Milanés León en Exclusivo 06/02/2017
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Theresa May y Donald Trump
Theresa May, primera ministra del Reino Unido, y Donald Trump, presidente de Estados Unidos, durante el encuentro que mantuvieron el 27 de enero de 2017 en Washington.

Aunque, como parte de su controversia soterrada con Barack Obama, Donald Trump regresó el busto de Winston Churchill a la oficina oval de la Casa Blanca, es poco probable que en Reino Unido muchos se hayan dejado seducir por la jugada. Menos de un mes después del relevo presidencial en Washington, cualquiera se da cuenta de que el célebre “brexit” llega en el peor momento para la potencia británica porque la aleja de Europa cuando su gran aliado —que espera por ella como al paracaidista que abandonó su avión— parece el país del quién sabe qué.

Dicho más claramente: justo ahora que Estados Unidos se aleja del mundo y que el mundo se aleja de Trump, Londres dependerá más de ambos.

Los dos gobiernos apuestan por establecer un acuerdo comercial, una vez sellada la salida británica de la Unión Europea (UE) pero, hasta hoy, las declaraciones y hasta la visita a Washington de la premier Theresa May —primera cabeza de Gobierno en hacerlo— parecen enrarecer el paisaje político de la líder conservadora en tanto algunos de los vecinos europeos con que debe negociar el brexit pueden pensar que Trump le ha dado, en el continente, la misión del célebre caballo de Ulises en la siempre recordada Troya.

De costa a costa, los dos interlocutores no dejan de mencionar su “relación especial”, sin embargo sus posturas desmienten un tanto el título. Así, por ejemplo, mientras Trump apuesta por el fin del bloque europeo y ha pronosticado —para un año o dos— el descalabro mortal del euro, a May le interesa una UE fuerte con la que negociar el nuevo panorama. Porque su nación quiere el divorcio, no el título de viudez.

Sonrisas a un lado, la discordancia es más que evidente: May aboga por el libre comercio, Trump coloca en torno al mercado estadounidense un muro más alto que el que hoy indigna a México; May defiende la OTAN, el rubio peligroso tacha a esa Alianza de obsoleta; May no es amiga de los inmigrantes, pero cuida el tono y las acciones de su equipo al respecto, Trump cierra de un plumazo sus fronteras a personas de religiones “equivocadas”; la británica cuida su rol en la ONU, el neoyorquino coloca allí de embajadora a una cowboy que se presenta ante el nuevo secretario general “tirando tiros” con nada de diplomacia…

Es en el brexit donde la arrogancia del nuevo emperador sobre sus aliados parece más nítida. “Será una maravilla para tu país”, le dijo a Theresa, tuteándola, en la Casa Blanca, antes de añadir que “tendrán a las personas que quieran en su país y podrán hacer tratados comerciales sin tener a nadie que les esté controlando”. Es como si en Washington obsequiaran a la visitante un espejo… con la imagen grabada de Trump.

Ya desde antes de instalarse en la silla más codiciada del mundo, Trump había comentado al exministro de Justicia británico, Michael Gove, que Reino Unido “fue muy inteligente al salirse de la UE”.

Su aliento no reduce los desafíos que enfrenta Londres. Esa UE que abandona representa hasta hoy el 48,5 por ciento del comercio total británico, por lo cual en el futuro sus empresas, fuera del mercado único y de la unión aduanera, tendrán que negociar con los 27 países que quedarán en el bloque, barreras ahora desconocidas.

Todo ello sugiere que, pese a la apreciable firmeza en las poses de May —heredera al fin y al cabo del halo “férreo” de las damas de Gobierno británicas—, la inquilina de Downing Street debe estar más que atribulada.

Frente a Trump, no se atrevió a cuestionarle directamente la defensa de la tortura de prisioneros ni la descreencia en el cambio climático de aquel. Se sabe que antes del viaje muchos políticos y medios de prensa le exigieron a May “mantener la dignidad” en el diálogo, pero no está muy claro hasta dónde la jefa de Gobierno les cumplió.

En tiempos en que la UE asiste al abandono por Reino Unido del mercado común y a la agónica selección de sustitutos, entre lo que se le ofrece y lo que le conviene —¿China podrá o no elevar su puesta en la zona?—, así como al inesperado encierro a cal y canto del antes muy abierto bazar estadounidense, un poco de valentía no estaría mal, mas esa fruta no parece abundar en la escena política actual.

Hace apenas unos meses, el canciller británico Boris Johnson decía que Trump estaba “fuera de sus cabales” y que lo traicionaba “una asombrosa ignorancia del mundo”; actualmente, Johnson calla lo muy evidente. Y la misma Theresa May que sostenía que Trump era un ricachón peligroso ya tapó, junto con su boca, las de todo su equipo de Gobierno, aunque debió ser la primera en enterarse de que los servicios secretos británicos tienen serias dudas sobre compartir información sensible con Washington.

Tal pánico del poder al Poder contrasta con la postura de artistas, reporteros, académicos, deportistas, científicos… que, junto a la gente común, han dicho lo que piensan de esta bípeda amenaza global que no llega —como suele hacerse creer— del Tercer Mundo.

Hace poco, nada menos que el físico británico Stephen Hawking —que “algo” sabe de cataclismos— identificó la conjunción de Trump y el brexit como “el momento más peligroso para el desarrollo de la humanidad”. ¿Las causas de estos “fenómenos”?: el enfado de la gente abandonada por líderes que no hacen su trabajo.

El Viejo Continente padece de demasiada prudencia. Faltan pesos pesados que, como el presidente francés Francois Hollande —cerca del fin de su mandato, por cierto—, digan a las claras que los europeos deben replicar con firmeza a Trump cuando este aboga porque otros países sigan a Reino Unido en el abandono de la UE. “Creo que deberíamos responder”, ha señalado Hollande.

En lo que llegan, o no, las respuestas, está por ver si, separado de Bruselas, Reino Unido irá a más con su largo romance transatlántico; no obstante, particularmente ahora, la del otro lado no es una pareja de fiar. Quien llama al teléfono, envía las flores y fija las citas es un amante impredecible que seguramente ha provocado más de una vez que, en la oficina oval, el amado Winston Churchill —tan apegado a su divisa de “sangre, sudor y lágrimas”— cierre los ojos para no ver.


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Enrique Manuel Milanés León

Con un cuarto de siglo en el «negocio», zapateando la provincia, llegando a la capital, mirando el mundo desde una hendija… he aprendido que cada vez sé menos porque cada vez (me) pregunto más. En medio de desgarraduras y dilemas, el periodismo nos plantea una suerte de ufología: la verdad está ahí afuera y hay que salir a buscarla.


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