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jueves, 3 de octubre de 2024

La reconfirmación de una larga historia (+Infografía)

Barack Obama se despide de sus seguidores y evidencia una vez más que en la política estadounidense una golondrina nunca ha hecho verano...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 11/01/2017
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Discurso Obama Chicago
Obama se va como vino, es decir, como vocero de una transformación que nunca ha sido plenamente palpable

Como estaba programado, el presidente norteamericano en retirada, Barack Obama, marchó a Chicago, su epicentro de actividad social, para despedirse de sus conciudadanos a pocos días de entregar la Casa Blanca al nuevo mandatario, el díscolo e impredecible magnate Donald Trump.

Así, y a tono con su estilo, una retórica bien tejida endulzó los oídos de las veinte mil personas que acudieron a la principal sala de reuniones de la ciudad que lo vió hacerse en el mundo de la política hasta lograr la presidencia por dos períodos consecutivos bajo el lema de “cambiar la nación”.

Pero con todo, y a pesar de frases perfectamente estructuradas y adjetivaciones melosas y agradables a las almas saturadas de emotividad, lo cierto es que Obama, el primer presidente de raza negra en la historia norteamericana, confirmó en todo este tiempo que en los Estados Unidos sigue primando el dictamen de los omniponetentes y selectos grupos de poder por encima de toda voluntad personal, venga de quien venga, declare lo que declare, esté afiliada a cualquier fe, o exhiba la más diversa tonalidad de piel.

Y es que no hay arreglo, para decirlo en buen cubano, porque incluso cuando algún mandatario ha intentado el más mínimo desliz contra tan poderosa corriente, ha llegado a pagarlo con su propia vida, desde Abraham Lincoln hasta John F. Kennedy.

De manera que entonces Obama no hizo otra cosa en todo este tiempo que “cumplir con su trabajo”, y mientras en los inicios de su inquilano en la Oficina Oval recibía el Premio Nobel de la Paz de un jurado deslumbrado por la novedad de un hasta entonces inimaginable presidente negro con un discurso de oropel que proclamó “Fui elegido para acabar con las guerras, y no para empezarlas”, lo cierto es que durante sus ocho años de ejercicio promovió al menos siete devastadores conclictos armados de neto corte geopolítico, con los cuales ha desestabilizado regiones enteras, globalizó el peligro terrorista, agravó el drama de los refugiados e inmigrantes hacia un altivo “Primer Mundo” preñado de severos problemas económicos y sociales, y ha tensionado las relaciones con Rusia a extremos altamente preocupantes.

Su gobierno cuenta además con récords en la expulsión de extranjeros (casi tres millones en sus dos cuatrienios oficiales); el incremento de la violencia racista interna; o la mayor concentración de la riqueza en pocas manos (el uno por ciento de los estadounidenses acapara hoy casi la mitad del patrimonio nacional mientras 43 millones de ciudadanos clasifican ahora mismo como pobres).

Por demás, quedan pendientes para no se sabe cuando otras promesas como el cierre de la ilegal prisión de Guantánamo, o el uso de todas las posibles prerrogativas para poner fin al bloqueo a Cuba y avanzar en la normalización más completa de las relaciones bilaterales con la Isla.

No obstante tales incongruencias, su discurso de cierre intentó dar la imagen de un país que luego de ocho años es mucho mejor, mucho más fuerte, y mantiene, a tono con la ley divina, ese “noble privilegio” de referente universal de democracia, respeto a los derechos humanos, libertad y grandiosidad sin parangón.

Panorama que, se esforzó por recalcar, puede correr el peligro de ser desmontado en los meses cercanos por un Trump cargado de resabios, inexperiencia y poco tacto.

De manera que Obama se va como vino, es decir, como vocero de una transformación que nunca ha sido plenamente palpable, de unas medidas muchas de las cuales quedaron en el tintero, y de una retórica y una actuación mediática que, al decir de no pocos analistas, ha sido la cortina dorada que intenta sellar la vista a una trastienda donde siguen rondando no pocas imperfecciones y donde la política real la siguen trazando los inflexibles hospederos de siempre.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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