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domingo, 6 de octubre de 2024

La dura lección

Si Puerto Rico enferma, no es más que una pieza molesta...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 30/10/2017
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Ricardo Roselló, gobernador local de Puerto Rico, se reunió con Trump, para gestionar socorro para la nación boricua.

En septiembre de 1898, cuando los representantes de Washington y Madrid iniciaron en París la preparación del forzoso “relevo de poderes” en las hasta entonces colonias españolas en el Caribe y Asia, desentendiéndose de la larga lucha de los patriotas locales por su independencia, Puerto Rico se vio ungido como absoluto protectorado norteamericano, categoría que aún sigue vigente de manera objetiva, más allá de títulos formales como los de Estado Libre Asociado.

La Isla pasó a los fueros de la Casa Blanca como parte de las “compensaciones” exigidas a la Corte Ibérica para pagar los “gastos” que la entonces naciente potencia imperialista debió dedicar a una mínima operación militar que la convertiría en dueña, entre otras, de las últimas posesiones hispanas en el Nuevo Mundo.

La exacta suerte de la nación boricua no fue otra que devenir nueva colonia de una nueva metrópoli, y por tanto, apetecible mientras es posible saquearla y utilizarla a capricho, en tanto carga pesada cuando requiere de algún tipo de apoyo, no importa lo que los dislates comporten para su gente, por demás “ciudadanos norteamericanos formales” desde 1917.

Desde luego, no ha sido linealmente pasiva la historia boricua, y no pocos de sus hijos han dado la vida o sufrido largas penas carcelarias por abogar por la independencia, un sentimiento que por encima de la persecución y la represión, sigue sumando infinidad de voluntades internas y mereciendo el apoyo de las fuerzas progresistas del orbe.

Pero ciertamente, para Washington sigue siendo Puerto Rico un pedazo “allende el Caribe”, donde hacer negocios, estacionar y entrenar tropas, veranear en el mar, y ejercer sus “derechos” de potencia belicosa y prepotente.

Una práctica que ha tenido en estas últimas semanas el trágico escenario de la desolación local a cuenta del paso de los huracanes Irma y María sobre la Isla, con un saldo brutal de destrucción y desesperanza.

En este contexto una administración excluyente y soez como la de Donald Trump se ha dado el lujo de la desidia a la hora de enfrentar el desastre, y contra toda actuación consecuente y racional, ha dejado casi a su suerte a sus “conciudadanos” de ultramar.

En efecto, desde los primeros momentos, la “amorosa metrópoli”, en la propia voz de su jefe, afirmó que Puerto Rico no puede esperar un desembolso masivo de recursos a su favor ni la presencia prolongada en su territorio de personal de auxilio proveniente del Continente. Mucho menos- precisó el magnate presidente-cuando la Isla enfrenta un déficit fiscal de 72 mil millones de dólares “a cuenta de su propia responsabilidad.”

No importa que el gobernador local, Ricardo Roselló, haya viajado a los Estados Unidos a gestionar socorro para “una población norteamericana”, que un demagogo Trump  se haya personado en San Juan a lanzar rollos de toallas de papel a los damnificados, y que finalmente se decidiese otorgar  a Puerto Rico una parte de los 36 mil millones de dólares dedicados a las zonas afectadas recientemente en los Estados Unidos por diferentes fenómenos. (Texas, Isla Vírgenes, Florida y California).

   Y es que en el caso boricua, las partidas incluyen un préstamo de cuarenta mil 500 millones para brindar apresurada liquidez al gobierno local, y apenas mil millones para la alimentación de un territorio casi totalmente paralizado desde el paso de María el 20 de septiembre último.

Lo cierto es que caos no parece ser una palabra exagerada al evaluar la actual realidad boricua, al punto que hace apenas unas horas, Ben Carson, Secretario norteamericano  de Vivienda y Desarrollo Urbano, afirmó al diario electrónico The Hill, que “la reconstrucción de casas y el restablecimiento de servicios básicos como la electricidad en la Isla puede tomar cien años”.

Por demás, y como corresponde a un territorio en las manos caprichosas y mañosas del ocupante foráneo, se supo que el proyecto dedicado a intentar restablecer el servicio eléctrico nacional, con un fondo de unos 300 millones de dólares, fue otorgado a la empresa gringa Whitefish Energy, de Montana, cuyo  jefe ejecutivo fue un generoso donante de la campaña electoral de Donald Trump y goza de la íntima amistad del actual Secretario del Interior, Ryan Zinke.

Y dato más que curioso: la Whitefish Energy solo contaba con dos trabajadores fijos cuando se produjo el paso de María por Puerto Rico…


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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