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jueves, 10 de octubre de 2024

Gusto por matar

La eliminación física de figuras públicas que les son indeseables es parte del “trabajo” del hegemonismo global...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 06/08/2018
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Gusto por matar
Entre las víctimas se cuenta todo aquel que reniegue de acatar mansamente lo que se le ordene desde los círculos de poder.

La historia no miente y sobre todo cuando se trata de enumerar los intentos de sangrienta imposición de voluntades ajenas a otros.

En consecuencia, el devenir pasado y reciente no puede obviar la larga lista de “operativos” destinados a terminar con la existencia de personalidades de todo tipo que han visto oscurecerse sus días a manos de asesinos a sueldo, servicios secretos, golpe militares u otros personajes y mecanismos fatídicos, creados, pagados y puestos en marcha por intereses que pretenden ejercer su dominio omnipotente e indiscutible sobre colectivos y sociedades humanas apegados a planes y aspiraciones propias.

Entre las víctimas se cuentan entonces estadistas, líderes populares, divulgadores, representantes comunales…en fin, todo aquel que reniegue de acatar mansamente lo que se le ordene desde los círculos de poder.

Y el magnicidio o eliminación física de jefes de Estado o Gobierno está entre esas prácticas aún vigentes. Un quehacer criminal que incluso se ha llevado al otro mundo a más de un ocupante de la Casa Blanca no unánimemente aprobado por quienes conducen la política real en los Estados Unidos.

Y América Latina y el Caribe, supeditada por largos decenios en algunos órdenes al poderoso vecino del Norte, nada pulcro ni en su propio espectro político interno, sigue sumando asesinatos consumados o intentos de eliminación de estadistas cuando desde la primera potencia capitalista se les aprecia con ojeriza y rencor.

Así, hace apenas unas horas, en medio de una importante celebración popular y utilizando drones armados con explosivos, elementos derechistas intentaron asesinar al presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, con el propósito tan perseguido y acariciado de reocupar esa nación sudamericana rica en energéticos, minerales, agua, biodiversidad y posicionamiento geoestratégico.

Y el fallido magnicidio trajo enseguida a la mente de muchos el intento golpista de años atrás contra el Comandante Hugo Chávez, depuesto por la fuerza, secuestrado, en peligro inminente de ser eliminado por sus captores y restituido en apenas horas por la exigencia masiva del pueblo venezolano.

Dos episodios similares en un mismo contexto, organizados por los mismos promotores y ligados a los mismos fines espurios de dominación sobre vidas y bienes ajenos.

Acciones, además, que nada tienen de inéditas en una zona geográfica donde gobiernos progresistas como el de Jacobo Arbenz en Guatemala fue defenestrado por mercenarios de factura Made in USA en la década de los cincuenta del pasado siglo, o donde la administración legítima de Salvador Allende, en el Chile de la década del setenta, fue desmembrada por la violencia militar aliada a Washington a cuenta de la propia vida del presidente constitucional de la nación.

Contexto además, en el cual el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, debió enfrentar cientos de planes de magnicidio estructurados por los organismos norteamericanos de subversión y sus aliados nativos, y que incluyeron desde intentos de envenenamiento o muerte por armas de fuego, hasta la pretensión de volar en pedazos una sede universitaria panameña que recibiría la visita del estadista caribeño.

Actos y actores que también atentaron directamente contra  la existencia del hoy expresidente ecuatoriano Rafael Correa, secuestrado en una entidad policial por varias horas a merced de cualquier contingencia, o que promovieron la infiltración años atrás en Bolivia de un comando de asesinos profesionales para terminar con la vida de Evo Morales.

En pocas palabras, la persistencia en las mentes de los obcecados de derecha de las despreciativas máximas que proclaman que “todo vale” a la hora de imponerse y que “muerto el perro se acabó la rabia”.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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