Los actuales ataques israelíes a la Franja de Gaza pretenden recordar que Tel Aviv sigue siendo punta de lanza de Washington en el Oriente Medio, y por tanto pieza clave en la estrategia norteamericana por el control de una región de sensibles valores estratégicos en más de un sentido.
No puede pasarse por alto que el episodio que marcó el inicio de esta renovada ofensiva antipalestina -el asesinato por la aviación sionista de Ahmed Abu Yalal, uno de los líderes de las Brigadas de Azedin Al Kassem, brazo armado de Hamas- se produce en instantes en que se acrecienta la ofensiva externa contra Damasco, orquestada por Washington, sus aliados de la OTAN, Israel, las satrapías árabes y los extremistas islámicos.
Eso, junto a la insistente petición de Palestina de ser reconocida como nación independiente y miembro con todos los derechos de la Organización de Naciones Unidas.
Desde luego, para el sionismo la historia aparentemente es otra. Se trata, dice, de “eliminar terroristas dedicados a bombardear con cohetes la frontera común”.
Sin embargo, para muchos analistas es apenas otra jugada que intenta elevar las llamas de la inestabilidad en la zona, contar con “sólidos” pretextos para movimientos militares interventores adicionales y multidireccionales, y reducir las posibilidades de acciones de respuesta por los grupos armados árabes comprometidos con la causa antimperialista.
De manera que estamos ante un entramado ofensivo imperial que pretende redondear de alguna forma la marcha al Este, aún insegura e inestable, que se inició con la agresión a Afganistán e Iraq, el derrocamiento de las autoridades libias, el intento de destruir al gobierno sirio y el maridaje con la ultraderecha árabe y con los grupos extremos como Al Qaeda, no importa la reconocida culpabilidad de esta última en los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 en el propio territorio estadounidense
Mientras, Tel Aviv persiste en su papel de gran y viejo aliado regional en todas las correrías imperiales en un área de grandes recursos energéticos, de posición privilegiada en el suministro petrolero a Occidente y ubicado a las puertas de las “amenazantes” Rusia y China.
Así, todas las guerras que desde la propia fundación de Israel han tenido lugar en la zona están ligadas al deseo de promover al fiel aliado de Occidente como gendarme de alquiler, al que no se la ha vedado incluso el traspaso de tecnología nuclear con netos fines bélicos.
Se ha trabajado intensamente en el acercamiento de los regímenes totalitarios árabes con Tel Aviv, y en la más brutal respuesta contra las fuerzas patrióticas palestinas, y contra quienes en la región han prestado y prestan apoyo y solidaridad a un pueblo condenado a la diáspora y a la ausencia de una patria tangible desde hace más de seis décadas.
Y esta nueva ola de ataques militares sionistas contra la Franja de Gaza, que sigue blandiendo el pretexto de la cacería de “comandos árabes extremistas”, confirma que los viejos caminos siguen plenamente vigentes, más allá de conferencias, reuniones, promesas e intercambios bilaterales y multilaterales.
Subterfugios, estos últimos, edificados uno tras otro para dar una imagen de pretendida buena voluntad que apunta, por sobre todas las cosas, a que a partir de la fuerza y la imposición, Israel sea asumido de una vez en la zona como un ente capaz de hacer lo que le plazca sin temores a represalias de los aplastados.
Criatura política y militar que, dicho sea de paso, en su sempiterno papel de instrumento de otros, se confirma como enemigo ciento por ciento contrario a los verdaderos intereses del pueblo hebreo, y a los de quienes deberían ser sus más inmediatos, serenos y francos interlocutores.
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