Estados Unidos impone nuevas sanciones a Rusia

La entrada en vigor de las sanciones anunciadas por Estados Unidos contra Rusia, bajo la acusación del ataque al exespía ruso Serguei Skripal en la ciudad inglesa de Salisbury, abre un nuevo capítulo en las ya tensas relaciones bilaterales entre las dos superpotencias.

Entre las medidas restrictivas está la cancelación de los programas de cooperación técnica, la prohibición a las empresas estadounidenses de vender productos de uso militar y el financiamiento de numerosos programas de desarrollo de la defensa que provenían de fuentes gubernamentales.

En el paquete de sanciones, Donald Trump ha indicado que se corte el otorgamiento de préstamos federales y ayuda financiera. También se ha decretado no aprobar más concesiones para las exportaciones de productos norteamericanos que pueden tener doble uso a las empresas rusas con participación gubernamental o privada. También han sido afectados ocho de los principales bancos rusos.

Las primeras reacciones del gobierno europeo emitidas por su cancillería califican a las nuevas sanciones impuestas por EE. UU. como un “pretexto absolutamente inventado” y “un impedimento para sostener un diálogo sobre problemas multilaterales y bilaterales de interés común”. La batería de sanciones que el presidente Trump ordenó poner en vigor puede inscribirse en la escalada de las tensiones en que se han movido las relaciones ruso-estadounidenses en los últimos tiempos, y cuyo telón de fondo lo sostienen otros pretextos, más allá de la solidaridad del presidente de EE. UU. con el Reino Unido por el supuesto intento de asesinato del exespía ruso en su país. Las discrepancias por la crisis Siria y las intromisiones imperiales en el tema de Ucrania pueden ser realidades mucho más contundentes para los halcones de la Casa Blanca que la flácida acusación de Rusia por el incidente con Londres.

Vinculado al escenario de Ucrania, el conflicto con este país y Rusia ha sido objeto de control por parte de EE. UU., quien ha sido advertido por el presidente Putin que si llega a proporcionar armas de alta tecnología a la situación que existen en la cuenca minera de Donbass, los acuerdos de Minsk no podrán implementarse. Al evaluar la secuencia de la confrontación de EE. UU. con Rusia queda claro que el propósito de la actual guerra comercial está orientado a estrangular su economía y, por consiguiente, a fomentar el descontento por las dificultades y que este genere movimientos políticos contra el orden establecido y así debilitar la figura del presidente Putin.

Si se acude a la lectura del acta congresional No S 3336 que convirtió en ley este programa de medidas, encabezada con el macabro título "Defendiendo la Seguridad Americana de la Agresión de Kremlin", deja claro en su texto que son muchos los elementos que se consideran para su aprobación: “…la toma de Crimea, el uso del agente químico en el caso Skripal, los crímenes cibernéticos del Kremlin, su intromisión en las elecciones presidenciales de EE. UU. de 2016 y en general por su indiferencia a coordinar políticas”.

También el conflicto sirio ha agravado y enrarecido el ambiente bilateral como en los tiempos de la Guerra Fría, ante la complejidad de su evolución y los actores implicados. Más que el interés de Estados Unidos de combatir y eliminar al Estado Islámico (EI), subyace el espíritu del predominio militar y el apoyo a los grupos opositores sirios y después al propio EI. Allí en esa región, Rusia mantiene importantes intereses estratégicos y de seguridad que también están en la mira de Washington.

Frente a esta escalada de la guerra económica que EE. UU. intenta imponer a Rusia, el país euroasiático ha conformado un poderosa alianza comercial y financiera con China, que le ha llevado a un incremento sustancial de su balanza en productos y servicios, así como en financiamientos, en momentos en que también China ha sufrido el impacto del conflicto arancelario de EE. UU.; su pertenencia al grupo de naciones que integran el BRICS le permiten sortear con éxito este bloqueo de la administración estadounidense.

La propia sacrosanta Europa no parece concordar en bloque con esta política del presidente outsider y encuentra en Alemania y Francia firmes opositores. Las palabras del presidente Trump en su encuentro con Putin sobre la necesidad de que “Rusia juegue un mayor papel en la pacificación internacional” suenan falsas y demagógicas. Dice una cosa de frente y por la espalda otra y actúa de manera contraria a lo que ha declarado. Numerosos analistas coinciden en el criterio de que Rusia se ha convertido en una carta del presidente Trump con la que juega en sus aspiraciones y ambiciones de consolidar la supremacía del imperio, pero parece ignorar que Rusia es un hueso duro de roer.