De locos y equivocados

Rusia volvió a advertir en días pasados sobre la  permanente concentración de armamento estratégico no nuclear en las cercanías de sus fronteras a cuenta de los Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Según el almirante Vladímir Koroliov, jefe de la marina rusa de guerra, a los mares próximos al gigante euroasiático han sido remitidos por Washington y sus socios buques dotados de sistemas anti coheteriles y otros dispositivos de alta precisión, al tiempo que en tierra se establecen estructuras militares en países vecinos que se prestan deliberada e irresponsablemente al pretendido cerco contra Moscú.

En pocas palabras, que tanto la Casa Blanca como sus adláteres insisten en avivar las tensiones y los riegos de un conflicto con Rusia, tachada por no pocos integrantes de la cúpula norteamericana de poder como “enemigo de primer rango.”

Lo cierto es que desde hace mucho tiempo, y en especial bajo la presidencia del obseso y engreído Donald Trump, se ha acendrado entre la ultraderecha gringa el criterio de que Moscú y Beijing son los blancos preferenciales a batir para remontar la raída supremacía de los Estados Unidos a escala global.

En consecuencia, y en concreto contra el Kremlin, se fabrican sanciones, se alientan conflictos fronterizos, y se despliegan misiles y fuerzas militares en las cercanías de sus divisorias.

Mientras, Moscú ha asegurado que responderá de forma simétrica a tales amenazas y actos hostiles, a la vez que se esfuerza en el desarrollo de unas fuerzas armadas potentes y de una política exterior inflexible en la defensa de su integridad nacional y activamente solidaria a escala global.

Por demás, la agresividad norteamericana contra Moscú no repara en límites, y en los últimos tiempos, bajo el gobierno de Donald Trump, el implicar a los aliados europeos en esta locura bélica se ha convertido en uno de los principales asuntos en las relaciones norteamericanas con el Viejo Continente.

Y lo realmente lamentable es que no pocos gobiernos de Europa han cedido a involucrarse en tamaña y altamente riesgosa aventura, sin reparar que al hacerlo se convierten también en blancos de las potentes defensas rusas.

De manera que ciertos líderes euro occidentales harían bien en repasar la historia política más reciente de sus propios países, donde años atrás no faltaron estadistas, legisladores y jefes militares que advirtieron de la intención y la práctica norteamericanas de usar el oeste europeo como una descartable primera línea de fuego contra la entonces Unión Soviética si ello le permitía ganar tiempo en un posible conflicto nuclear generalizado.

En pocas palabras, Europa Occidental, como se pretende ahora, transformada en una barrera que retardase y obstaculizara, no importa el costo, la respuesta militar del gigante euroasiático contra territorio estadounidense.

Por otro lado, los maleables aliados europeos de Washington no reparan  en dañar sus ventajosas y útiles relaciones económicas con Rusia, un poderoso y rico vecino que incluso es responsable de buena parte del abasto energético a sus naciones.

De manera de ya sea con total conocimiento de causa o por un total temor a contrariar al socio mayor, ponen en riesgo la seguridad y estabilidad de sus propios pueblos al ubicarse del lado equivocado, porque lo cierto es que la actual administración estadounidense, que les regaña y coarta cuando le viene en ganas, no trabaja sino a favor de un panorama cada vez más tenso y peligroso, como el que ya se genera a partir de su salida unilateral del acuerdo sobre la reducción y control de misiles de corto y medio alcance, INF, suscrito decenios atrás entre el ultraconservador y altanero presidente gringo Ronald Reagan, y el timorato y apocado dirigente soviético Mijail Gorbachov, uno de los tantos sepultureros del primer estado de obreros y campesinos de la historia.