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viernes, 4 de octubre de 2024

Leer a Camus, bajo el sitio de la peste

La cultura de la crisis nos ha doblegado la cerviz, nos trae de regreso, es un despertar continuo hacia un planeta de igualdades ante la muerte...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 01/04/2020
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Albert Camus -novela “La peste"
“La peste”, novela del ensayista y dramaturgo Albert Camus. (Tomada de zendalibros.com).

La cultura ha sido, en los tiempos duros, esa luz que nos esperanza y salva, la que sabe más que todos cómo debe conducirse una humanidad en crisis, bajo la amenaza de males insondables. No sucedió solo en la Edad Media, en las tantas plagas, sino a lo largo de la historia más reciente. Albert Camus relata en su novela La peste lo acontecido en una ciudad a la cual llega la desgracia y coloca al hombre, poco a poco, cada vez más dependiente del espíritu, aliado a una identidad sólida, a la cual acudimos, para encontrar la unidad como seres, como iguales.

Y es que las tragedias, por triste que parezca, nos equiparan, porque el coronavirus no pregunta quién tiene o no razón, cuánto cobra, dónde vive y de qué linaje, ni siquiera cómo piensa políticamente. La enfermedad nos llama a los inicios de un tiempo en el que formamos causa común para  todos y la cultura es nuestra bandera, el pendón que nos une, que nos trae de vuelta al humanismo, y por ello cualquier iniciativa en esa dirección nos rescatará del precipicio.

En su obra, Albert Camus, describe la caída de los muros entre los seres humanos para que surjan nuevas redes, al punto en que las sociedades cambian, devienen en sistemas distintos, donde, o prima la solidaridad o el mundo desaparece. Luego del coronavirus, el hombre deberá vivir bajo esa nueva cultura o caeremos en un virus definitivo y mortal, enemigo de todos nosotros.

La cultura de la crisis nos ha doblegado la cerviz, nos trae de regreso, es un despertar continuo hacia un planeta de igualdades ante la muerte. En su obra magna Diario del año de la peste Daniel Defoe no solo relata lo que sucedió en su país durante una epidemia, sino el grado primero de deshumanización y luego de humanización que la sociedad debió construir, y de aquellos episodios la humanidad sacó fuerzas para investigar, prevenir, y construirse la coraza de miles de vacunas. Un tiempo que se nos olvida y que hoy añoramos, cuando nadie en absoluto está a salvo.

No se trata de huir ante la amenaza ni de ser egoístas, sino de hacer frente mediante esa sensibilidad que nos da ser cultos. No es construirnos corazas clasistas e ideológicas en torno a los cuerpos, sino tomar conciencia de la debilidad de estas carnes, iguales y sanas, que están expuestas a algo mayor, algo que pudimos prevenir, si bien no adivinar. La enfermedad que no pregunta, que no distingue, carece de eso que tenemos los seres humanos, esa identidad sensible, llamada espíritu. Y esa es la vacuna mayor en los tiempos dolorosos, la que sana las mayores heridas, la que aunque no restituye a los que se van nos dice que hay una esperanza en este mundo que en ocasiones parece perdido en su decadencia, maldad y egoísmo.

Por duro que sea, Camus tuvo razón y muchos hoy buscan su obra, pues la filosofía de llevarnos al límite nos ha despertado, nos trae de vuelta de ese sueño de la razón que llenó la realidad de estos monstruos. La cultura no es un añadido, sino lo que hará que surja la vacuna, que nos organicemos y podamos movernos libremente en las calles, sin este estado de excepción que la muerte nos impone. Ese fenómeno que nadie ve pero todos sienten, esa estructura siempre sana, siempre humanista, la que fluye de los libros y está en la música, la que reflejan las pinturas y las danzas. Que se acuda a Camus  es  una buena señal, la gente sabe de dónde vienen las buenas propuestas reflexivas.

La enfermedad nos ataca y respondemos siendo hombres y mujeres de bien, cumpliendo con el pensamiento de José Martí de que la patria de todo humano es el humano. Y Cuba, pequeña pero ejemplar, nos une a todos los que hoy dejamos de lado las diferencias, porque queremos vivir y añoramos que no se extinga la llama de la vida, esa que nos fue dada y que solo una autoridad semejante nos puede quitar. Los cubanos sabemos que en aras de nosotros, los otros tienen derecho a respirar, y que en ello nos va la existencia. Los artistas, los de esta tierra, se suman a la campaña de conciencia social, en la cual no solo salvamos al país, sino que le entregamos un ejemplo a otros de cómo comportarnos en tiempos de humanismo.

Una cultura nueva, basada en el resguardo de valores eternos, una que, como en la novela de Camus, vaya a las esencias, obviando la nimiedad del enemigo que odia, o del banal que piensa solo en sí. Una que deconstruya los viejos egoísmos, los que penalizan el amor, los que jamás leen, los que en la ciudad descrita en La peste hubieran sido los primeros en caer, fulminados por un grado supino de carencia espiritual. El hombre ama con mayor naturaleza cuando enfrenta esta guerra. Y se respira en las calles, más allá de un bacilo criminal, la preocupación por los demás, la conciencia de que saldremos de esta y que mañana nos abrazaremos, seguros de que como especie somos mejores. 

El mundo que se une ahora, por desgracia ante la muerte, tendrá luego por lógica que hacerlo para reír más allá de las fronteras y las clases. Quizás esté más cerca ese momento en que hallemos la tranquilidad luego de tantos destellos de expiración a lo largo de la historia de este camino común. Nadie está a salvo, todos igualados y ayudándonos, nadie en contra de nadie, todos hermanos. Así debiera ser siempre.

En la novela de Camus la caída presupone ese nacimiento, en la vida real que nos ha tocado, aún tenemos que escribir ese capítulo.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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