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miércoles, 26 de noviembre de 2025

La extraña traslación del artista

Para Calzada ese seguirá siendo el coto de caza, la región transparente en la cual otros hallarán un camino como mismo le sucedió a él…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 26/11/2025
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Parrandas
El joven Alejandro Calzada Miranda trabajando en la nave (Perfil de Facebook de Alejandro Calzada Miranda)

Alejandro Calzada Miranda es un nombre que desde hace años brilla en el panorama de las artes en las parrandas cubanas. Todo el centro del país conoce los títulos de sus carrozas e incluso recita los muchos logros que —en el atrezo, el vestuario o la decoración— han sido las insignias de sus aportes. Más allá de lo histórico, conozco personalmente al realizador y sé desde bien cerca cuáles son los resortes que lo mueven en el plano de lo creacional. Unos le dicen Alejandro, como a un amigo cercano del barrio. Otros le llaman Calzada y remarcan la herencia tradicional de dicho apellido (es hijo y nieto de parranderos). Pero la mayoría lo conoce como el León de San Salvador, debido a que —por más de treinta años— ha hecho las carrozas de dicho bando en Remedios, con una impronta marcada por la originalidad.

 

Siempre que conversamos me dice que no le interesa la victoria fugaz, esa que se pierde en la noche y que no trasciende los tiempos. Él no desea ganarle al contrario en esa competencia feroz que son las parrandas, sino que aspira a hacer la carroza de carrozas. Es una especie de meta, que está más allá del horizonte y que solamente él entiende en su escala constante hacia la excelencia y la mesura en el lenguaje visual. No es que desprecie colocar la bandera del gallo sobre la pieza más alta, como se acostumbra a hacer siempre que un barrio parrandero se siente vencedor; sino que su pasión en el arte se sitúa en una zona inmarcesible, una especie de coto de caza en el cual el león devora otras presas más misteriosas.

 

En la sala de su casa en Remedios, colgadas de una pared, están las más de treinta carrozas fotografiadas. Desde 1993 hasta la fecha, ahí vemos temas que pasan por las leyendas, las obras literarias, la historia o la fantasía. La elección de cada tratamiento dependió del estado de ánimo del diseñador, quien, en la soledad del papel, se enfrentaba a sus propios demonios. Así, una obra como Calígula no solo versó sobre aquel temible emperador, sino que fue la oportunidad para contar otros tantos horrores del presente y de los excesos humanos. En su carroza Cinema Paradiso no solo abordó los clásicos del celuloide a partir de una estructura original con una decoración de lujo, impactante; sino que se interesó por deconstruir los íconos que parecen intocables y llevarlos al plano humano y falible de una fiesta tradicional popular. Ha hecho experimentos con el color, colocando pigmentos contrastantes uno cerca del otro precisamente en busca de una respuesta reactiva en el público. Retó más de una vez al atrezo para que en la plaza de Remedios hubiera enormes dragones —como el de su carroza Turandot— así como piezas que significaran un rompimiento, como el candelabro verde y veteado en negro de La caja de música, un verdadero escándalo en su momento, incluso motivo de crítica.

 

El camino del artista —a medio hacer entre el Instituto Superior de Arte y Remedios— le permitió abarcar tanto el juicio de la persona de pueblo como el académico, el pensamiento del ser que apenas posee una sentencia como “me gusta” o “no me gusta” y ese que dispone el aparato categorial y estético. Calzada ha sido un mundo mixto de ambas realidades. Por ello se lo veía viajar tanto en los tiempos de parrandas, cuando iba a la caza de los ómnibus de las listas de espera en la Terminal Nacional y aparecía en la nave de trabajo de San Salvador como un fantasma, con su figura delgada y aguda y la mirada puesta en cada detalle.  El León supervisa cada elemento que se construye y sabe que en eso le va su viva. Ha transformado al barrio en una escuela de artesanos, en la cual no solo se aprende la técnica, sino la procedencia cultural de cada registro estético y por ende su sitio en un universo como el de las parrandas.

 

Además, las veces que se le pide una referencia de otro artista es todo lo caballero y educado que puede, siempre en el ánimo de construir un puente de creación y un código dentro del propio fenómeno. Llevar la rivalidad con decoro es algo que se le da bien. Cuando tuvo adversarios en los barrios oponentes que lo elegían como objetivo a derribar, supo siempre responder con obra, que es la mejor forma. Y hay que anotar que esas carrozas llenas de rarezas, de atrevimientos, siempre quedarán en la retina popular, aunque pasen cientos de años y se reescriban otras historias. Si se va hacia los pueblos parranderos, el nombre de Calzada aparece unido a esas variaciones del arte. Es sinónimo de locura creacional y contraposición de paradigmas, de ruptura de saberes y de sensibilidad llevada a su plano más sublime.

 

No obstante, quien hable con él notará a una persona sencilla, incluso insegura, con las marcas de una formación de alto rigor en el arte, pero que duda constantemente de la perfección de la obra y es su más atroz crítico. Hay una línea muy fina de comunicación entre el público y el autor que —si se quiebra— es como si el mundo llegara a su final. En la casa de Alejandro, además de las fotografías de las carrozas, prima un silencio absoluto, solo roto por el sonido de los vendedores ambulantes que abundan en la ciudad de Remedios. Ese es el ambiente en el cual —mientras dibuja— se pone a escuchar piezas de grandes clásicos de la música, óperas, cantantes de pop de alto vuelo, incluso ritmos incidentales y bandas sonoras del cine; de todo ese material extrae la savia para la dramaturgia de sus narrativas. Las carrozas de Alejandro son apuestas por reescrituras de la historia, terribles vaivenes entre la ficción y la realidad, golpes inmensurables a lo apolillado y lo quieto. Su combate se desarrolla desde lo interno hacia afuera y los temas de las obras —elegidos en medio de iluminaciones— reaparecen como fábulas para decir algo más. Se trata de pre-textos para un texto mayor, el de la carroza definitiva, la que reúna en sus piezas no solo el arte específico de ese año, sino el de una eternidad a la cual se sigue apostando.

 

En meses de parrandas, Alejandro me envía casi en tiempo real toda la información sobre la marcha de sus carrozas. El chat de WhatsApp se transforma en un foro en el cual no solo debatimos sobre lo que se está haciendo, sino acerca de los códigos de otros momentos en la historia de las fiestas. El parrandero posee como pasión real el acercamiento a una forma de perfección que no existe y —sobre todo en la carroza— esa fórmula es como el horizonte, que lo podemos ver, pero no alcanzar. Las carrozas de Alejandro se deshacen el 25 de diciembre por la mañana, ya sea por la acción de la propia parranda —especie de demolición implacable— o de las personas que desde hace unas décadas irrespetan el hecho artístico y agreden las piezas. Lo cierto es que en rara ocasión hemos debatido sobre lo contrastante y efímero de una tradición en la cual tuvo no solo la oportunidad de hacer su arte, sino de ganar un nombre. La salida de una carroza dura entre 20 y 35 minutos, se trata de un juego ritual que consume su tiempo de manera trágica y rápida. Vemos el vestuario subir, luego la trompeta, la bandera del gallo, la muchedumbre, las luces, la esquina del parque y ya está. No existen galerías, no hay protocolos, ningún crítico se detuvo, pero el arte evolucionó y lo hizo a partir de sus propios códigos, del renuevo lógico de una fuerza.

 

Es ese tiempo corto —apenas un abrir y cerrar de ojos— el que marca la existencia de un artista en la parranda cubana. Un juicio que —con el decurso de los años— puede tornarse cruel, injusto e implacable. Alejandro Calzada lo vivió a través de maestros a los cuales venera, pero cuya huella se disuelve en el presente. Personalidades como Roberto Prieto — al cual considera una especie de mentor— no gozan hoy de todo el reconocimiento exacto que merecen, ya que se les menciona como mitos, juegos de abalorios que surgen casi con una sustancia inmaterial. Calzada, a través de su obra y de un activismo artesanal en las naves de trabajo, ha sabido justipreciar a esas personas, recordarlas y darles su sitio. Cada pieza que realiza es la materialización de esa esencia de plasma que es el arte popular, cada acto de evocación espanta las nubes de presagios sobre una fiesta que resulta mucho más que solo alegría.

 

Las parrandas son dialécticas y poseen su propio movimiento. En la conciencia que las mueve existe un motor interno que les da vida. Esa terquedad vive también en el alma de Alejandro Calzada. Con su residencia desde hace años en el exterior; cada diciembre, cuando las calles de Remedios se llenan de personas, cuando llueve con esa maligna sensación de estar malditos, cuando se elevan los andamios en el parque y ya se huele la pólvora mezclada con ese delicioso aroma del aserrín y del yeso de las naves; el artista vuelve. Su recorrido no es físico, sino de esencias. El núcleo descansa en la villa que se torna convulsa, aunque el resto de su existencia permanezca en otros lugares.  Ese extraño caso de un creador que sabe que debe moverse con la mente no se ha dado muchas veces en la historia. Misterio solo comparable con la luz fugaz de las carrozas, que al doblar la esquina del parque —esa que está entre el Hotel Mascotte, el bar La Joven China y la Sociedad La Tertulia— desaparecen para dejarnos solo la huella de las fotos, los recuerdos de los ancestros o el golpe nostálgico. Para Calzada ese seguirá siendo el coto de caza, la región transparente en la cual otros hallarán un camino como mismo le sucedió a él, hace ya tantas décadas.

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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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