El discurso no puede ser un hueco lleno de palabras que hagan un bulto perforado de abstracciones generalizadoras y cómodas, sino contenido pleno de realidad, enseñanzas, pensamiento movilizador y construcción colectiva.
No se trata de una muda de ropa para usar según sea la ocasión, el discurso, cuando de política se trata, tienen que ser una daga que penetre la realidad, la interprete, y proponga las vías de transformación sin que el amor se pierda en el intento.
El discurso ni siquiera tiene que parecerse al pueblo, ¡tiene que serlo! Por eso en la palabra cabe una metáfora, la alegría, un chiste, el espacio donde la verdad brote sin artificios ni ocultamientos.
No todos los discursos tienen que ser serios, o graves, ni con golpecitos sobre la mesa. El cubano es choteo, gracia y hondura que recuerda lo que dicen los viejos del barrio: “El chivo es serio y come papel”.
Cuando un discurso es leído, corre riesgo de perderse la atención y las palabras se escapan sin encontrar un oído receptivo y terminan siendo solo un ruido monótono de una voz que se gasta en la penumbra. No debe ser escritos con otras manos, sino con las tuyas, y ponerle a la verdad tu propio corazón.
Si el discurso dice, por ejemplo, “se está trabajando en eso”, “hay que darle seguimiento”, “hay que producir más”, “hay que trabajar duro”, y otras etcéteras parecidas, ese discurso no penetra la realidad, queda en el aire el estribillo de un disco rayado. Es preciso el mensaje nuevo y claro que indique qué hacer para modificar esa realidad.
Un discurso no es la suma de todas las consignas ni un tren de maravillas, sino una conversación capaz de persuadir a los demás y persuadirnos nosotros mismos en el intercambio de experiencias y saberes. No es necesario gritar muy alto ni llenar el ambiente de gestos autoritarios, sino compartir el pensamiento con alta dosis de humildad.
Es urgente aterrizar hasta el alma de la gente y hablar de los problemas que golpean, explicar sin falsas promesas. A veces no está la solución, pero sí las manos sobre el hombro, y ese instante en que el corazón se vuelve un puente donde se cosen los dolores o injusticias, y se abre camino a la esperanza.
Por último, los discursos deben llevar de la mano lo que guarda un viejo refrán: “Si bueno y breve, dos veces bueno”; cuando van llenos de palabras aprendidas de memoria y vacíos de contenido que nos mejoren, no son creíbles. Y si escuchan aplausos, no se deje engañar, puede ser una confusión, o un modo de callar, el discurso oculto en el silencio. He dicho.
José Antonio Taboada
21/10/24 23:00
Excelente, no cabe otro calificativo, para este "discurso". Julio, la mano en la llaga siempre va a ser necesaria, subiré todo si el problema no tiene solución, habrá que tener la honradez de reconocerlo y proponer entonces con un "DISCURSO" verdaderamente profundo y sincero la búsqueda de una solución "otra" y que la masa vea y crea que es posible. Te abrazo desde la otra orilla, la patria de nuestras manos.
Liudys Carmona Calaña
21/10/24 19:40
Cuánta verdad en tus palabras querido amigo Martiano y de corazón, este es un momento en que necesitamos mucho de ese discurso que mencionas, que toque el sentimiento y te abrace... gracias
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