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sábado, 5 de octubre de 2024

Ardid para engañar al tiempo

Una exposición en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes rinde homenaje al Centenario de la Asociación de pintores y escultores...

Maya Ivonne Quiroga Paneque en Exclusivo 29/08/2016
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Hace un siglo vio la luz la Asociación de pintores y escultores (1916-1930), institución republicana cuyo legado cultural llega hasta nuestros días. Durante sus primeros doce años de vida contó con el apoyo incondicional de Don Federico Edelmann Pintó, director de la mencionada institución.

Sobre el señor Edelmann dijo el reconocido crítico Bernardo G. Barros que era “un hombre culto, exquisito, un artista a quien la ruda lucha de la vida en un ambiente hostil a toda manifestación de belleza, convirtió en amateur”.

A partir de 1922, la Asociación tuvo su sede oficial en una casa de la Calle Prado marcada con el número 44. Cinco años después, la apertura de la exposición de Arte Nuevo, devino plataforma de lanzamiento para artistas nacionales y asentados en la Mayor de las Antillas, lo mismo jóvenes que consagrados.

Al decir de la curadora Delia López Campistrous, la Asociación de pintores y escultores tuvo una relevancia enorme para la generación del Cambio de Siglo XIX al XX, al modelar y renovar el campo de la cultura en lo tocante a las artes visuales sin mirar tendencias estéticas.

Los Salones Anuales de Bellas Artes contribuyeron a movilizar a los agentes implicados en la producción y distribución del arte, desde el apoyo con un sistema de becas para estudiar en la Academia hasta la inauguración de exposiciones anuales, la comercialización, la crítica y el incentivo al coleccionismo.

En esos salones coincidieron artistas como: Leopoldo Romañach, Armando García Menocal, Juan Gil García, Julio Vila Prades, Rafael Lillo, Aurelio Melero, Antonio Rodríguez Morey, Domingo Ramos, Manuel Vega y Esteban Valderrama Peña, estos dos últimos después se incorporaron a la docencia.

Pertenecen a los tanteos inaugurales de la Vanguardia obras tempranas de Amelia Peláez (Fuente, 1925); de Víctor Manuel García (Cabeza de gitana, 1917; Flora, 1921 y Naturaleza muerta con jarrón, 1927); de Carlos Enríquez (Atarés) y deEduardo Abela Villareal (Gitanilla, 1923).

Noventa piezas que estuvieron en esos salones –entre las que sobresalen dibujos, caricaturas, esculturas–, se pueden apreciar en su conjunto como parte de la muestra Ardid para engañar al tiempo, hasta el 12 de septiembre, en el segundo nivel del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).La acompaña una selección de fotografías como parte de la memoria gráfica de la Institución.

Una de las iconografías que más ha perdurado en el imaginario colectivo es la obra Muerte de Martí, de Valderrama. En su momento, la pintura fue fruto de una irracional crítica y de grandes incomprensiones por lo que el artista decidió destruirla. Solo ha quedado para la posteridad su impresión en la centenaria revista Bohemia, que hoy se debe conservar en sus archivos.

Sin embargo, la obra del maestro Valderrama –que no existe físicamente en ninguna colección– ha quedado en las páginas de los libros de historia como la imagen más representativa y fidedigna de la caída en combate del Héroe Nacional de Cuba.

No caben dudas de que la Asociación de pintores y escultores fue un magno proyecto cultural y se convirtió en escenario legitimador por excelencia dentro del circuito promocional de las artes en Cuba.


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Maya Ivonne Quiroga Paneque

Periodista, locutora, guionista y directora de radio y televisión


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