jueves, 19 de septiembre de 2024

Familia es un óleo pintado en gris (+Trailer)

Del ciclo “Palmas de Oro”, Un asunto de familia, dirigido en el 2018 por Hirokazu Koreeda...

Daniel Montero Pupo
en Exclusivo 23/06/2020
2 comentarios
Película-Un asunto de familia
El trabajo actoral de sus seis protagonistas destaca en Un asunto de familia. (espinof.com).

Son muchas las variables que entran en juego para decidirnos por una película. Sale tal actor, es lo nuevo del director mas cual, trata de tal tema, es de aquel género. Las nominaciones y premios que ha recibido es para muchos un elemento decisivo. Por esa razón, a partir de esta semana, estaré acercándome a filmes que han recibido uno de los galardones más importantes del mundo cinematográfico: La Palma de Oro.

Entre los tantos festivales de cine que se realizan cada año, el de Cannes se ha convertido en uno de los más importantes, si no el más. Cada año agrupa a lo mejor del cine mundial y a lo largo de sus ediciones ha reconocido con su Palma de Oro a varios de los directores y filmes más importantes de la historia del cine.

El año pasado, la obra merecedora del galardón en Francia fue Parásitos, de Bong Joon-Ho, quien después se llevaría también el Oscar a la mejor película. Pero hoy les hablaré de otro filme asiático que mereció la Palma el año anterior: Un asunto de familia.

Dirigida en 2018 por el realizador japonés Hirokazu Koreeda, Un asunto de familia es una mirada singular y perspicaz a la institución familiar moderna. Al mismo tiempo, se adentra en la temática social de la clase baja japonesa y las dificultades que enfrenta. Pero en ningún caso lo hace desde lugares comunes. Al contrario, en su simplicidad esconde muchas sorpresas.

En los primeros minutos de la cinta, Osamu y Shota, padre e hijo, se adentran en un supermercado y roban varios productos usando su propio lenguaje de señas para comunicarse. El robo y la estafa son una actividad común para toda la familia: roban para vivir, pero también se ha convertido en una forma de vida. De camino a casa encuentran a Yuri, una niña de cinco años en cuyo cuerpo ven evidencia de abuso, así que deciden salvarla, o robársela, depende de la lectura que quieran darle.

La primera mitad de la película podría ser descrita como una representación del lugar que ocupan, para la sociedad y hacia lo interno del núcleo, cada una de las seis personas que habitan la pequeña casita. El padre (Lily Franky) trabaja como jornalero de la construcción y ladrón de mercados con los dos niños, su esposa (una sorprendente Sakura Ando) es empleada en una tintorería, Takumi (Kengo Kora) trabaja en un strip club y la abuela (Kirin Kiki) es la principal entrada económica de la casa gracias a su chequera de viuda.

De la segunda mitad se puede decir poco sin hacer spoiler, pero si les revelo que da un giro de 180 grados y arroja luz sobre las dudas que nos irá revelando poco a poco el director sobre la relación de este grupo de personas, porque mucho en Un asunto… es sugerido, no dicho. El pasado de los Shibatas es más complejo de lo que pensamos. Las migajas para entenderlo son depositadas por el camino, y aun así, el giro es sorprendente, y a la vez, delicado.

Koreeda está genuinamente decidido a acercarse a la porción de la población japonesa más afectada por las recesiones económicas. Está muy conectado a la realidad del Japón contemporáneo. De hecho, la premisa de las familias viviendo de los robos en los mercados la sacó de los periódicos. Sus personajes están atrapados por un sistema de trabajo mal pagado, tienen pocas opciones de avance y tampoco las buscan. Pero no es este el eje dramático del filme. La situación social está subordinada a la historia, no al revés. La empatía no llega al espectador por la frágil situación de los personajes, sino por la honestidad con que viajan sus emociones a través de la pantalla.

El director apuesta por analizar el significado real de las relaciones filiales. ¿Qué nos hace una familia? Parece ser la pregunta más importante que plantea el filme. Los lazos sanguíneos son un vínculo innegable, pero tal vez no sea el principal. Puede que las relaciones de dependencia, los sacrificios mutuos, la compañía durante el viaje vital que realizamos, formen lazos más significativos y duraderos.

Esta unidad familiar es muy pintoresca. En un inicio podemos pensar que solo son excéntricos, pero en dos horas de metraje no faltan las escenas para entender sus complejas psiquis, con la colaboración bien activa del consumidor, pues los detalles se revelan como dibujos en la arena de una playa. Los Shibatas funcionan con una dinámica establecida por el día a día de labores, las misiones asignadas y las comidas compartidas. Tienen poco. El dinero no alcanza, los robos ayudan a subsistir, pero no van a llevarlos a una vida mejor. Sin embargo, tienen una armonía envidiable, o al menos eso parece. Sus problemas económicos son un hecho aceptado por inevitable, les molesta, pero no los agobia.

El largometraje está cargado del tono melancólico de otros filmes de Koreeda, como De tal padre, tal hijo. La cámara es observacional y casi desapegada, las escenas son costumbristas, los diálogos que dan la sensación de que quedaron cosas por decir, todo contribuye a involucrarnos en este cuento, simple en apariencia, pero lleno de sentimiento. Porque si algo destacara de Koreeda es la manera que encuentra para ser sutil, para transmitir emoción sin que te sientas forzado a sentir.

El nombre con que ha sido comercializado en español no podría ser más acertado, porque es, más que todo, un asunto de familia. Una sola familia como reflejo de todas, un ejemplo para poder filosofar sobre un tema que a todos nos es personal, una muestra para cuestionarnos a todos sobre nuestra experiencia filial. El núcleo familiar de los Shibata es único, pero Koreeda la usa para examinar las concepciones sociales que existen alrededor del tema. En una de las escenas del filme uno de los personajes pregunta: ¿El hecho de parir te hace automáticamente madre? Biológicamente si, socialmente sí, pero a veces, los sentimientos no se pueden predeterminar.

Deslumbra la forma en que la película se mueve en los tonos grises. El comportamiento de sus protagonistas no puede ser juzgado desde los blancos y negros, la relación existente entre ellos tampoco. Los niños buscan un código moral para sus vidas, pero tampoco parece simple entender el bien y el mal. Los Shibata son un compendio de gente traumada y herida por otros que buscan una fórmula mejor, aunque se equivoquen nuevamente, pues el camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Koreeda lo sabe, y todas sus películas lo prueban.

Así, Koreeda pinta un lienzo familiar imperfecto, atípico, específico y universal. Desde allí revisita temas que le han atormentado antes: las historias que se ocultan en el Tokio suburbano, los niños expuestos al abandono, los seres lidiando con sus traumas del pasado, la desigualdad social… Pero en este filme su pincel es tan virtuoso, que los seres retratados adquieren una vitalidad inesquivable, un colorido que solo se logra con el mejor de los grises.


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Daniel Montero Pupo

Estudiante de periodismo

Se han publicado 2 comentarios


Aram Joao Mestre León
 23/6/20 9:33

Un buen artículo. La trama me recuerda bastante a la de Parásitos.

Daniel Montero
 23/6/20 12:28

Pues si, tienen muchas similitudes. Aunque esta me gusta más. Gracias por leer

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