Embers (Claire Carré, 2015) parte de una premisa que, vamos a reconocerlo, es interesante: ¿Qué pasaría mañana, si una epidemia mundial, borra la memoria a corto-medio plazo de toda la población?
Con esta idea muestra un futuro post-apocalíptico ambientado años después de que un extraño virus haya condenado a los restos de la humanidad a vivir sin memoria.
El virus afecta la capacidad del ser humano de crear recuerdos a largo y mediano plazo. Todo lo que las personas viven en un día, se les olvida. Cada día es un nuevo comienzo… lo cual de alguna manera implica una metáfora al carácter antropológico de la existencia.
La cinta presenta varias historias, que nunca llegan a entrelazarse. Un hombre y una niña, una pareja que debe redescubrir su amor una y otra vez, y luchar por no separarse, un hombre que vive en su casa rodeado de notas para no olvidar, etc. Pero también una joven y su padre que vive en un búnker aislados de la infección y recuerdan todo, sin embargo, en su soledad y aislamiento, su memoria carece de sentido.
Todos estos personajes luchan por conservar su humanidad y sus lazos afectivos.
El problema es que una vez expuesto el epicentro de la cinta, se empieza a dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo: las ideas interesantes ya se han agotado, y la directora, como los personajes, no sabe cómo salir del conflicto de no tener memoria.
Cuando esto pasa el ritmo del filme decae muchísimo. Ni siquiera lo salvan los momentos “artísticos aunque no venga al tema” como son la exhibición musical de la hija, los paneos de cámara, que se pretenden profundos pero son simplemente expositivos y aburridos…
El filme se ahoga en su idea central. Se pierde en la exposición de elementos innecesarios y nunca llega a desembocar en ningún camino.
Pero al menos es agradable el esfuerzo por tratar el tema de ciencia ficción desde una perspectiva novedosa y potencialmente interesante.
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