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sábado, 15 de noviembre de 2025

La lloradita

La coraza que se necesita para maternar a veces se rompe, y la debilidad que aparece entonces no supone una herida sino más bien un cauce...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 15/11/2025
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Cual ave fénix, maternar implica muchas veces resurgir. Imagen: Tomada de Freepick
Cual ave fénix, maternar implica muchas veces resurgir. Imagen: Tomada de Freepick

Hoy cumplo 35 años y esta semana lloré. Fue un llanto relativamente corto, intenso, liberador… de esos que te dejan ojeras para todo el día, aunque las cubras con polvo.
Todo iba bien ese día, hasta que llegué a la escuela y me dijeron que las clases serían solo hasta el mediodía; alguna excusa había, alguna endeble sobre el gas y el almuerzo (al final hubo gas y almuerzo) pero la decisión de mandar a todos los niños para su casa a las 12 del día ya estaba tomada.
Me indigné y lloré, porque tenía planes importantes ese día, porque no podía faltar a donde iba, y regresar a tiempo sería una odisea, porque me pareció y parece muy injusto que no se piense en que no todas las madres y los padres poseen una red de apoyo en casa ni pueden ajustar su jornada de trabajo con igual facilidad.
Lloré de rabia y cansancio. Pareciera que a esta altura de la maternidad debiera estar preparada, pero siempre hay momentos de debilidad. Y, además, nunca se llora por lo que en primera instancia se lloró: lloré porque el virus del chikungunya me ha dejado dolores constantes y un cansancio atroz, que me sumerge a cada rato en el desasosiego; porque los apagones me ponen los nervios de punta a la hora pico de los quehaceres domésticos; y por cada molestia que pude recapitular en esos minutos.
La coraza que se necesita para maternar a veces se rompe, y la debilidad que aparece entonces no supone una herida sino más bien un cauce para entendernos y adaptarnos mejor. 
Después de la lloradita y de arreglarme el maquillaje, me di cuenta de que era, sí, para estar molesta, pero que podía con aquello, como tantas veces. Sobreviví al día, que fue tan difícil como preví, y pude concentrarme en todo lo otro, porque lo bueno no espera a que las cosas mejoren para hacerse notar.
Hoy cumplo 35 y debo agradecer esa foto maravillosa de mi hija dormida abrazando a su oso, y también que lee de corrido y disfruta las tareas de la escuela; así como la risa de mi hijo que es capaz de contagiar un barrio entero; y los amigos, el amor, los libros dedicados, las flores, los mensajes, la canción, los libros, el poema…
Hay, en medio de la felicidad, ciertas lloraditas; esas lágrimas catárticas que nos ayudan para después seguir entrándole con ganas al mundo. 
El superpoder de las madres no está en sonreír a cada rato ni en poder con todo siempre, sino en aquilatar las luces y las sombras del inmenso rol desde el cual nos damos.

 


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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