Cuando un asunto se pone feo, cuando hay “peste a guapo” en el ambiente, cuando las cosas se tornan color de hormiga, no faltará uno de nuestros compatriotas que declare: “Caballero, ¡esto va a terminar como la fiesta del Guatao!”.
Y muchos, muchísimos estudiosos de la lengua, han escudriñado en los orígenes de la frasecita. Entre ellos, Samuel Feijóo, el folklorista cienfueguero, quien entregó su versión, que es la aquí reseñada.
Aseguran que en el habanero pueblo de El Guatao -un risueño asentamiento en las cercanías de la capital- vivía Irmita. Pero decir Irmita es quedarse corto. Aquello era lo colosal, el sumun de la belleza y la gracia femenina. Estaba, en fin, según decían nuestros abuelos, “como plátano pa´ sinsonte”.
Ah, pero nada es perfecto en este valle de lágrimas. Y sucede que Irmita… Irmita… bueno, la Irmita era un poquillo loca, casquiligera, satoncita.
Entonces, en época que nadie sabe determinar a derechas, en el pueblecito se convocó para una fiesta, para un guateque con todas las de la ley.
Llegó la noche esperada y en el local indicado se dio cita todo integrante del vecindario con capacidad de locomoción para hasta allí llegar.
Ya yo describí las prendas de nuestra heroína y, por tanto, no ha de extrañarnos que en la fiesta menudearan los pretendientes de la susodicha. Y ella… ella fue complaciente con todos. A uno le aseguró que con él, sólo con él, bailaría durante toda la noche. A otro le guiñó unas cuantas veces los ojos ornados de sedosas pestañas. A un tercero llegó a jurarle amor eterno.
Estaban dadas todas las condiciones para que se formara la de Dios es Cristo.
Al cabo de un rato volaban por los aires los taburetes y hasta los instrumentos de los músicos. El local quedó en franco estado de deterioro.
Por eso, cada vez que las cosas se ponen feas, nuestro pueblo suele decir con preocupación: “Caballeros, ¡se va a formar la fiesta del Guatao!”.
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