Con demasiada frecuencia, escucho cómo anuncian cierto espectáculo, o no sé qué recital, que se efectuará en el Teatro Carlos Marx.
Pues no, muy señores míos. Esa institución cultural, sencillamente, no existe. Vaya usted hasta Miramar y observe el frontispicio de la edificación. Allí, con toda la razón del mundo, se nos informa que se trata del Teatro Karl Marx, no Carlos Marx.
El asunto es simple, queridos amigos: baste con decir que los nombres propios no se traducen.
Existen poquísimas excepciones, canonizadas por el uso a través del tiempo, santificadas por el paso de los siglos. Tal es el caso del llamado Gran Almirante de la Mar Océana, a quien, según el idioma, se le nombra Christophoro Colombus, o Christopher Colombus, o Cristóbal Colón. Pero, insisto que sólo se trata de asuntos muy puntuales, realmente excepcionales. En efecto, nadie debe venir, con la cara muy fresca, a hablarnos, por ejemplo, de Guillermo Shakespeare, pues esa cima de las letras inglesas se llamaba William. Por esa vía, en cualquier momento le dicen Guillermito.
Y sépase que no hay majadera pedantería en lo aquí declarado. Porque… díganme ustedes… ¿les gustaría que alguien nombrara a nuestros próceres como Joseph Martí o Anthony Maceo?
UN PARQUE DE NOMBRE MALTRATADO
La categoría del sesohueco, infortunadamente, no es una especie extinta. Qué va.
Como introducción, quiero recordar que en la capitalina calle San Joaquín, muy cerca de la calzada de Infanta, se encuentra el inmueble de la que fue llamada Escuela Normal, o sea, formadora de maestros. Al lado, un parque que ha tomado —no sé si oficialmente, pero sí para todos los habaneros— el nombre de la antigua institución aledaña.
Dicho esto, sépase que hace unos días estaban frente a frente dos sesohuecos, lo cual siempre promete que se produzca algún desastre, algún estropicio anticultural.
Preguntó uno: “Ven acá, Chichito, ¿por qué a ese parque le dicen Parque del Anormal?”.
Y su congénere respondió: “No sé. Puede ser que el anormal sea ese que tiene un busto allí”.
Entonces se viraron para tercera, o, lo que es lo mismo, pidieron la opinión de una tercera persona allí presente, pero esta última sí poseedora de un cerebro dentro de la caja craneana, y no un zapato tenis. Y les respondió: “¿Parque del Anormal? ¡Par de anormales son ustedes dos!”.
Aunque usted no lo crea, lo antes narrado sí ocurrió. Yo lo presencié.
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