Hasta entre gentes que mucho presumen de su refinada cultura, que se las dan de muy “leídas y escribidas”, escuchamos este adefesio: “taller automotriz”.
Pues no, y mil veces no.
Dígase “taller automotor”, porque la terminación “iz” corresponde al femenino, y taller es masculino.
Hay que respetar la concordancia, sacrosanta en nuestro idioma.
El disparate mencionado resulta tan loco como llamarle “actriz” a un actor.
EL INDERROTABLE MORRO
Cuando la gente –anónima, multitudinaria, casi sin rostro-- da riendas sueltas a su imaginación desaforada, se engendran frutos que ya quisieran para sus versos los más acreditados poetas.
El habla popular cubana está impregnada de la manía de llamar a las cosas siguiendo una poética trayectoria parabólica, indirecta.
Quizás este rasgo lo heredamos de los españoles. Así, la germanía, allá lengua de la mala vida, abunda en invenciones tan tremendas como las de llamar clariosa al agua y la cierta a la muerte.
De todos modos, verdaderamente la metáfora es nuestra especialidad.
Por esa vía, “tirarle piedras al Morro”, llamamos a una empresa de iluso, como la de dañar con piedrecillas a la vetusta pero sólida fortaleza habanera.
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