Cuando en 1968 la sociedad cubana disfrutaba de haber erradicado el analfabetismo, todavía quedaba algún que otro iletrado (3,9 por ciento) como un anciano dedicado a limpiar la piscina de un centro educacional habanero en Jaimanitas, quien a pesar de su negativa fue alfabetizado por una estudiante, Elsa Alvarez Puig, que logró lo que parecía imposible.
O tenía mucho trabajo, estaba cansado, o no había traído los espejuelos, pero ninguna de las excusas fueron suficientes para que la joven maestra improvisada a toda carrera suspendiera las clases, salvo algunas muy escasas ocasiones en que el alumno lograba evadirse, para tener que enfrentar a la alfabetizadora que lo reprendía con cariño.
Por mucho que los estudiantes tratamos hoy de acordarnos de su nombre, terminamos por admitir que nunca lo supimos por ser siempre El Gallego, quien aprendió a leer y escribir pocos meses antes de jubilarse, gracias a ser detectado por las organizaciones políticas y de masas que seguidamente dieron la misión de enseñarlo a una estudiante que lo hizo sin abandonar las actividades escolares habituales.
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Analfabetismo residual fue el término que alguien utilizó para referirse a ese hombre de avanzada edad, quien dedicó tiempo para aprender a costa de restárselo a momentos de ocio o a los de jugar ajedrez, juego ciencia que dominaba perfectamente según valoraban sus contrincantes.
Uno de los 38 279 iletrados que quedaron después del 22 de diciembre de 1961, El Gallego, dio jaque mate al analfabetismo gracias a los movimientos de piezas de su maestra para llevarlo a posiciones donde no pudiera escapar de las clases, lo cual es algo necesario de repetir en estos tiempo para lograr que todos aprendamos el ABC como usuarios finales de las nuevas tecnologías.
En este mismo día, hay un nuevo escenario para continuar la batida contra el analfabetismo digital o electrónico, y reducir al mínimo la incapacidad para manejar las nuevas tecnologías por falta de conocimiento, lo cual difiere del motivo de otros lugares del planeta, donde existe exclusión social.
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El nivel de acceso a las tecnologías está por debajo del deseado a pesar de su incremento, lo que también ocurre con la conectividad, pero estas son variables que no dependen únicamente de la voluntad nacional de adquirirlos, pero sí hay otras brechas en las que es posible actuar aún cuando no se disponga de una computadora conectada a la red de redes.
Entre los tantos ejemplos que avalan esa idea, está la de una entidad cuyos trabajadores y dirigentes rechazaron en 1999 la propuesta de varios encuentros teórico muy elementales de cómo conectar una computadora a la electricicidad, encenderla y apagarla para luego abrir un documento, escribir y guardarlo, así como responder lo que preguntaran.
Uno aprende cuando ya tiene el equipo, fue la argumentación, sin aceptar que no se trataba de capacitarlos en el uso práctico, sino dotarlos de fundamentaciones teóricas sencillas para facilitar el proceso de aprendizaje cuando recibieran algún día las tan esperadas y necesarias computadoras.
Poco después, un integrante del colectivo se decidió a gestionar esa capacitación, según sus palabras textuales: para no perder más tiempo porque seguimos como si no tuviéramos computadora, que las usamos como si fueran las mismas máquinas de escribir que teníamos y que la mayoría se niega a dejar de usar aunque luego hay que darles los textos a alguien que los digitalice.
Las brechas en Cuba tienen particularidades, y pueden tomarse experiencias, pero sin perder de vista las poderosas fuerzas externas que han dado pruebas de que cuando permiten o facilitan el acceso a algo, es de mala fe, aunque el país ha logrado ponerlo a favor del trabajo y el desarrollo.
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A nivel profesional, de especialistas, nadie está negado a alcanzar el dominio pleno y absoluto del uso de las nuevas tecnologías, pero lo que se dificulta es reducir el desconocimiento sobre el uso, apropiación e interacción con dispositivos tecnológicos, herramientas digitales, plataformas y páginas web porque no dependen por entero de la voluntad de quienes están radicados en Cuba.
Con una simple observación en los cajeros automáticos, el uso de las pasarelas digitales de pago, y la comunicación a través de celulares mediante WhatsApp y otras plataformas, indican que la brecha generacional se ha estado cerrando, pues niños que todavía no están en edad escolar y personas de la más avanzada edad, tienen y emplean dispositivos móviles.
La alfabetización informática es crucial porque impacta tanto a nivel individual como social, pues permite el acceso a información y oportunidades disponibles online a veces de manera exclusiva, facilita la participación en procesos democráticos, la expresión de opiniones, y el acceso a información pública relevante.
Aunque muy incipiente en Cuba, crea empleos en el sector tecnológico, mejora la productividad y la eficiencia en el trabajo, y muy importante es que puede favorecer un escenario donde la vejez deje de ser una vulnerabilidad.
En cuanto a las actividades de capacitación, no son tiempos de una campaña nacional de alfabetización al estilo de la realizada al comenzar la década de los 60 del siglo pasado, pero que puede actualizarse según necesidades concretas y específicas, así como el nivel de conocimiento previo de la población.
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La experiencia comunitaria de los Joven Club de Computación y Electrónica y el uso de canales on line en momentos de la pandemia, son vitales para implementar cursos básicos sobre uso de computadoras, internet, navegadores web, correo electrónico, procesadores de texto y hojas de cálculo; talleres prácticos centrados en aplicaciones específicas como software de edición de imágenes o herramientas de productividad.
Y como no todo tiene que ser colectivo, también hay que atender el apoyo individualizado a los usuarios que necesitan ayuda adicional, y dar más prioridad a la alfabetización digital para adultos mayores, con programas específicos para las necesidades y capacidades de cada integrante de este grupo etario.
Lo relativo a incentivar la participación merece un inmediato estudio e investigaciones que van desde encontrar las alternativas para ampliar el acceso a internet y dispositivos con costos asequibles para la población, hasta un sencillo reconocimiento en actos de graduación y entrega de diplomas digitales o impresos a los egresados, pasando por combinar a quién cobrar y a quién no los cursos para que accedan los de bajos ingresos.
El éxito de cualquier programa de alfabetización informática en Cuba dependerá de una estrategia integral que aborde tanto el acceso a la tecnología como la capacitación efectiva y la motivación de la población para participar.
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