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lunes, 11 de noviembre de 2024

Recuerdo cómo...

La provisionalidad no solo como mecanismo de supervivencia, sino también como cultura y modo de sentir...

Cubahora en Exclusivo 14/05/2023
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Cuadro al óleo sobre lienzo de Alla Prima.
Cuadro al óleo sobre lienzo de Alla Prima

Por Beatriz Yero Wilson

Recuerdo, como estoy segura de que muchos de mi edad recuerdan, a mi abuela, mi abuelo, diciendo: “¡No botes eso! ¿Tú estás loca? Trae acá que después sirve para algo”. En medio de mi inocencia no podía entender por qué necesitaba un cuarto lleno de cosas que no usaría en ese momento, cuando podía simplemente comprar más; más pozuelos nuevos y no arreglar ese azul que hasta hoy me acompaña gracias precisamente a mi abuela, otro paño para la cocina, etcétera.

Aquel cuarto tenía todo tipo de artefactos: palillos rotos, los antiquísimos pozuelos de los helados Alondra, cucharas y platos plásticos recontra usados, tablas de madera, aspas de ventiladores. En otros países y culturas esta práctica de reciclar las cosas quizás sería impensable, pero en mi país, en mi cultura, en mi casa, se volvió algo cotidiano.

Los palillos rotos tenían un pequeño pedazo de metal en medio que servía para un sinfín de cosas que ya ni recuerdo. Los pozuelos que un día contuvieron helado, desde ese momento transportaban todo tipo de alimentos: un pedacito de dulce para la vecina, un poco de comida para llevar a mis tíos… Los platos plásticos y cucharas se usaban año tras año en cada festejo y la frase a la hora de repartir el dulce era: “¡Cuiden que no se rompan, que esos son los del año que viene!”.

Vi tablas de madera convertirse en sillas, o en sostén para una ventana; aspas de ventiladores picoteadas en mil pedazos porque al tío le hacía falta un pedacito pequeño de plástico para algo o, de lo contrario, volvías a verla en otro ventilador.

Poco a poco fui creciendo y encariñándome con esta idea; ha de ser que es transmisivo ese sentimiento de ir a desechar algo y pensar qué pasaría si después me hace falta.

A día de hoy me resulta difícil, por no decir imposible, deshacerme de una toalla vieja, cuando con un poco de estética y a veces hasta sin ella podría convertirse en paños de cocina. Mis camisas de preuniversitario y secundaria ahora serán las de una vecinita. Los blister de pastillas vacíos serán instrumentos para blanquear las ollas. La ropa que usó mi niña, ya será de otro bebé. Y aunque estoy segura de que a ella le sorprenderá esta manera de actuar, me aseguraré de que sepa que esto ha valido la pena y que ayudó bastante.


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