sábado, 28 de septiembre de 2024

Nada ha sido en vano

Buscando las esencias de la nación, el General de Ejército volvía una y otra vez a sus niños; esos por los que había que darlo todo...

Leticia Martínez Hernández en Exclusivo 19/04/2021
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isita de Raúl Castro y Díaz-Canel a la escuela Solidaridad con Panamá, a la izquierda Daylín.

El texto que a continuación se reproduce es tomado de la Edición Especial de la revista Verde Olivo (2021)

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La postal es blanca. Tiene dibujado un vestido verde, con las manos a la cintura y una falda larga, hasta el piso. A un costado el letrero de Mis Quince y muchos brillos. A esa edad todo parece que deslumbra. La escribió Daylín y es para Raúl.

Decía Martí que el hombre tenía dos madres: la naturaleza y la circunstancia. La naturaleza no me dio brazos, pero la circunstancia me permitió nacer en Cuba, con Fidel que no olvida a ninguno de sus hijos.

“Ya termina mi noveno grado y me van a celebrar mis quince con mis diez compañeros. ¿Quieres venir? Día 11 de abril a las 8:00 pm. Te espero”, escribió con sus pies la quinceañera de la escuela Solidaridad con Panamá. La letra es un sol.

Y allí estuvo el General de Ejército, el invitado más puntual de aquella noche junto al presidente Miguel Díaz-Canel. No era la primera vez, mucho menos la última. A ese sitio para la ternura, fundado por Fidel, había ido tantas veces como lo necesitó su alma, para confirmar que tanta lucha no había sido en vano.

Esa noche Daylín y sus amigos bailaron el vals de quince, unos en sillas de ruedas, otros cargados o sostenidos por sus padres y sus maestros. Hubo cake, regalos, trajes de princesas y príncipes, como en casi toda fiesta a esta edad. Y fotos, fotos con Raúl y Díaz-Canel, que no paraban de sonreírles a esos muchachos tan fuertes, desinhibidos, tan felices, tan bien cuidados en esa escuela que se había convertido en hogar.

En medio de la algarabía estaba el General de Ejército, con su uniforme militar, su gorra y todos los honores. No era una imagen extraña. En los últimos tiempos había ido a varias graduaciones y a la celebración por el año 30 de la escuela.

Estar junto a aquellos niños lastimados por la vida le hacía bien y esa noche de abril les habló de optimismo ante los problemas; de no perder nunca la fe; de las emociones que le provocaba visitar Solidaridad con Panamá; de la decisión inamovible de la Revolución Cubana de mantener escuelas como estas y de la inauguración de dos más, una en Santiago de Cuba y otra en Villa Clara, para que los niños no tuvieran que recorrer grandes distancias y se quedaran más cerca de sus casas.

Solidaridad… había nacido en pleno Período Especial, cuando faltaba de todo, menos las ganas de hacer; y esas dos nuevas escuelas también lo harían en un momento difícil para la nación. Fidel había plantado la primera semilla y aquel sueño de esparcirla por el país, que había quedado trunco ante la escasez de los noventa, lo continuaría el General de Ejército.

El día de los quince de Daylín, Raúl dijo a los niños que Fidel lo impulsaba a seguir trabajando todos los días. Pero creo que había algo más: un alma noble, con coraza de verde olivo, que también tenía clarísimo que en Cuba no hay nada más importante que un niño. Y si además ese niño tenía limitaciones físicas, entonces los esfuerzos podían no tener límites.

Todavía recuerdo la mañana del 5 de diciembre del año 2017, cuando Raúl invitó a varios jóvenes a recorrer el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Eran muchachos beneficiados en su niñez temprana con implantes cocleares y que de la sordera más profunda, habían pasado a disfrutar un mundo lleno de sonidos y oportunidades. Muchos de ellos eran universitarios, otros iban camino a serlo.

Raúl reunido con jóvenes beneficiados con implantes cocleares (Verde Olivo)

Aquel día, juntos rindieron honores a Fidel, el impulsor más férreo del Programa Nacional de Implante Coclear, que a estas alturas había salvado de la sordera a más de quinientas personas, la mayoría niños. De la mano de uno de los héroes de Cuba, esos jóvenes visitaron las tumbas de Carlos Manuel de Céspedes, de Mariana,
de Frank y Josué País. Y a un costado de donde descansan los restos de los moncadistas, se sentaron en el piso a conversar de la historia patria y de la Revolución que los salvó.

De nuevo, a los ojos de Raúl, nada había sido en vano. Allí estuvo Luis Alejandro, que nunca pensó “verlo tan cerca en su vida”. Entonces era estudiante de Contabilidad
y Finanzas en la Universidad Agraria de La Habana. Había sido implantado a los tres años. También Adrián, de Ingeniería Biomédica de la CUJAE, quien “quería agradecerle a Fidel todo lo que hizo por nosotros” y ni en sus mejores sueños se vio haciéndolo con Raúl al lado. O Wendy Velázquez, licenciada en Historia del Arte, gracias al implante
coclear que lleva desde niña.

Ellos, y otros con más pena para hablar porque aún no se acostumbraban al mundo de los sonidos y las palabras, le contaron a Raúl de las operaciones para el implante, del dispositivo electrónico que se coloca en el oído interno y que les permite escuchar, de la cirugía que puede llegar a costar 60 mil dólares en cualquier lugar del mundo y en Cuba, nada. Raúl, en cambio, narró anécdotas de guerrilleros, de asaltantes, de expedicionarios, de clandestinos, de héroes y heroínas que fertilizaron la Patria.

El General de Ejército sabía al dedillo, además, qué había detrás de cada piedra del camposanto, las historias de los monumentos, los materiales que se usaron, y lo contó a los muchachos tan ávidos de escuchar. El Primer Secretario del Partido, allí en el suelo santiaguero, compartiendo su gorra a ratos, volvía a asombrar a aquellos que lo dibujan recio, alejado de cualquier hondura del alma. Lo mismo había sucedido, en términos de sorpresa, cuando, primero en 2011 y luego en 2013, invitó al Buró Político y al Consejo de Ministros en plenoa ver dos obras de La Colmenita: Abracadabra e Y sin embargo se mueve: seminarios de preparación política, desde el alma, para la
dirección del país.

En el V congreso de los pioneros. Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

Buscando las esencias de la nación, el General de Ejército volvía una y otra vez a sus niños; esos por los que había que darlo todo; esos que también dan lecciones de fuerzas ilimitadas cada vez que el país necesita un impulso. La quinceañera que escribía con sus pies; el jovencito implantado a los tres años y que llegó a la Universidad; o los chiquillos sabios de La Colmenita dando clases a los timoneles de la Revolución, son la noción exacta de ese empuje. Y Raúl lo sabe.


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Leticia Martínez Hernández

Madre y periodista, ambas profesiones a tiempo completo...


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