domingo, 22 de septiembre de 2024

Las vidas pasadas de una foto

El abuelo y su caballo formaban un binomio. Hombre y bestia parecían estar hechos el uno para el otro: ambos con andar pausado, los dos con cabelleras blancas, los dos delgados y altísimos...

Mario Héctor Almeida Alfonso en Exclusivo 09/04/2023
3 comentarios
Bohío del valle del Yumurí
Bohío en el valle de Yumurí durante década de los setenta

Una foto reaviva los recuerdos. Observar la casa de los abuelos o aquel viejo Ford de 1949 toca lo nostálgico. Las magias del valle de Yumurí y la carretera del Estero no son solo de Carilda, también nos pertenece.

Aprendí a conducir cuando mis pies aún no llegaban a los pedales y me contentaba entonces con mínimamente sostener el control del monstruo, sentado en el regazo de mi padre.

Cada domingo nos desplazábamos a visitar la familia materna en aquel panel azul con el que orgullosamente mi viejo —comentaba a sus amigos— había criado dos hijos.

Aquella era la oportunidad para desarrollar mis dotes de conductor, siempre que el comportamiento semanal hubiese sido correcto o el tiempo, con sus lluvias, no afectase el angosto camino. En ese caso conducía mi padre, capaz de sortear cualquier obstáculo, incluso la empinada loma del tramo final.

Reencuentro, dominó, cangrejada, montar a caballo hasta el río, vigilar al abuelo para comer los mamoncillos, jugar pelota o intentar ver en el televisor el programa del momento —“Para bailar”. Todo aquello formaba parte del jubileo dominical. No era necesario un motivo específico para esas reuniones familiares. No importaba tener determinados platillos o bebidas.

En los días señalados resultaba obligatorio acudir a la cita. Llegar caminando desde el paradero del tren de Hershey, a caballo, en tractor o en el viejo Ford no hacía diferencias. Cualquier situación familiar aparentemente era resuelta, lo importante consistía en estar.

Aquel batey tenía cinco casas. Pasábamos el tiempo corriendo entre ellas, en busca unos de otros, planeando cualquier diablura infantil. En época de mango, la abuela sentada en un taburete los pelaba para luego llamar a cada uno y repartir aquel manjar. Si el sol o las carreras imponían la sed, para eso estaba el agua del tonel, que venía fresca y pura del manantial cercano.

El abuelo y su caballo formaban un binomio. Hombre y bestia parecían estar hechos el uno para el otro: ambos con andar pausado, los dos con cabelleras blancas, los dos delgados y altísimos.

Los plátanos de fruta colgados del caballete de la cocina, los queques resguardados en la vieja lata de galletas, la harina de maíz tierno con el huevo criollo frito eran alegrías más que suficientes.

En las noches el farol chino iluminaba la sala, donde un cuadro con fotos en sendas caras provocó en más de una ocasión discordias entre los bisoños. 

La distancia entre las casas de los tíos y primos era más o menos de 50 metros. La mata de mamoncillos formaba un triángulo con la vivienda del tío Andrés y la del tío Julio. Acercarse al árbol antes de agosto resultaba estéril porque los frutos solo podían recogerse durante esa época del cierre de verano, cuando ya estaban bien dulces y jugosos.

Detrás del bar en tierra, donde se guardaban las monturas y cualquier otro tipo de implemento del trabajo en el campo, había un naranjo. Mi madre lo había sembrado y, aunque estaba frondoso desde ya hacía años, aún no paría.

Esa primera parición fue suceso. Las naranjas eran dulces, pero alcanzarlas se convirtió en problema. Otra de las reglas consistía en que nadie podía degustar una sola naranja antes que mi madre, quien a fin de cuentas le había dado vida al árbol.

Abuela era la isleña, pero el papel de gente terca le quedaba mejor a abuelo. Violar las reglas nunca fue discutible, sin embargo, entre todos lográbamos subir al mamoncillo antes de fecha o sabotear aquel naranjo. Hay edades y cosas contra las que nadie puede.

La foto es añoranza. Al partir los abuelos para la ciudad todo cambió.


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Mario Héctor Almeida Alfonso

Médico cubano miembro del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias "Henry Reeve" que colaboró en Perú . Actualmente se encuentra en Mozambique en el enfrentamiento a la Covid-19.

Se han publicado 3 comentarios


Idania de la Paz
 10/4/23 12:40

Llore...q nostalgia! Creo q muchos atesoramos esas vivencias, cuanta infancia, adolescencia y sana juventud tan bellamente expuestas. Un abrazo en la distancias, gracias...me reencontre con los abuelos, tios, primos, el viejo camion Ford, la inmensa arboleda donde la las naranjitas san jose caian en el estanque de beber los animales y vigilabamos los adultos para comerlas jjj tengo sentimientos encontrados...sigo llorando!!! Me encanto! Gracias...

Mayte
 10/4/23 7:47

Linda história vivida y contada en palabras por el dr Almeida , ya me tiene adicta a sus escritos !! Bendiciones

Leticia colomer Martínez
 10/4/23 5:53

Que hermoso me sorprendió cada palabra te remonta a la infancia porque lo describes desde el corazón con un de sentimiento de orgullo el mismo que guardamos todos los que vivimos una vida simple pero cargada de valores humanos donde los abuelos cumplian el rol más importante, todo cambia pero lo vivido perdura...

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