No había otra. El extremismo violento de la misma clase que explotaba al pueblo, jugando a la democracia burguesa, cambió el cuadro político de Cuba y provocó la radicalización de la solución revolucionaria, nacida desde la izquierda de la Juventud Ortodoxa. La de Fidel fue la solución mambisa, la más consecuente y martiana. Frente a la ignominia, la “estrella que ilumina y mata”. Contra los mitos inmovilizadores, la voluntad de brillar con luz propia. No fue un putsch, ni un golpe contra otro, sino brotación luminosa de intensidades postergadas.
No fue un acto irreflexivo ni aventurero, de jóvenes anárquicos que pretendían imponer la violencia en el escenario político antillano. "No era una acción para quitar simplemente a Batista y sus cómplices del poder; era el inicio de una acción para transformar todo el régimen político y económico-social de Cuba y acabar con la opresión extranjera, con la miseria, con el desempleo, con la insalubridad y la incultura que pesaban sobre la patria y el pueblo", explicó Raúl Castro ocho años después de los históricos asaltos en Santiago y Bayamo.
Los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes fueron la respuesta al golpe militar del 10 de marzo de 1952 y a la crisis económica, social y política que aquejaba al país. La sociedad cubana estaba a punto de convulsionar por las contradicciones profundas que acumulaba. Gobernaba el país una oligarquía excluyente y entreguista que condenaba a la inmensa mayoría a condiciones subsistencia, de desvalimiento e inseguridad.
El InformeTruslow de 1950 y los gráficos del Censo de Población y Viviendas de 1953, como los resultados de la encuesta de la Agrupación Católica Universitaria (1956-1957), informaron fehacientemente de la crisis estructural del capitalismo imperante y del deterioro del nivel de vida de la población cubana.
El nivel de vida de la población estaba merced de los precios del azúcar, dependía de una industria que hacía años había dejado de crecer, por tanto la economía cubana no abastecía las necesidades de la población y existía un desempleo permanente y estacional. Solo la mitad de los niños en edad escolar asisten a las escuelas. Más de un millón y medio de personas no habían aprobado ningún nivel de enseñanza. El 41,8 por ciento de las viviendas no disponían de electricidad y en las zonas rurales únicamente el tres por ciento disponía de inodoro interior.
Como denunció el líder de los moncadistas en su alegato de defensa conocido por “La Historia me absolverá”, en la Cuba de entonces había 500 mil obreros agrícolas habitando en bohíos miserables, 400 mil obreros industriales y braceros con retiros desfalcados, 100 mil pequeños agricultores trabajando en tierras que no eran suyas, 20 mil comerciantes endeudados y 30 mil maestros mal pagados.
La crisis institucional vigente propiciaba el descontento de los sectores excluidos del sistema neocolonial. La corrupción administrativa y la incapacidad para gobernar de los auténticos, liderados por Carlos Prío, consolidó el desprestigio de los partidos políticos y la crisis de las instituciones públicas.
Gobernaba el país una oligarquía excluyente y entreguista que condenaba a la inmensa mayoría a condiciones subsistencia, de desvalimiento e inseguridad. (Foto de Korda, publicada el 2 de septiembre de 1959 en el periódico Revolución)
Aquel acto heroico, dio a conocer a una vanguardia revolucionaria, a un movimiento de jóvenes progresistas y patrióticos que no buscaban un triunfo fácil sin apoyo del pueblo. Era, al decir de Raúl, “una acción de sorpresa para desarmar al enemigo y armar al pueblo, a fin de emprender con éste la acción revolucionaria armada”. No se pretendía “organizar una acción a espaldas de las masas, sino de conseguir los medios para armar a las masas y movilizarlas a la lucha armada; que no se trataba de apoderarse de la sede del gobierno y asaltar el poder, sino de iniciar la acción revolucionaria para llevar el pueblo al poder."
Lo que pretendía el movimiento con aquella acción lo confesó su líder más tarde: "primero, paralizar la acción de los elementos politiqueros que estaban esforzándose tremendamente por llevar al país hacia una solución de pacto y de componenda electoral no revolucionaria; segundo, levantar el espíritu revolucionario del pueblo; y tercero, reunir los recursos necesarios mínimos" que se necesitaban para llevar adelante el movimiento revolucionario.
Los de aquella vanguardia, “eran unos pocos que sabían que tenían que jugarse su suerte con la sola fuerza de su razón y de sus ideales”. Aquellos valientes despertaron la conciencia nacional. Una pléyade de jóvenes marcados por la historia, que se inspiraba en ideas avanzadas, como el marxismo, pero también en las más enraizadas tradiciones patrióticas, especialmente en el legado de Martí.
"Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo [...] --expresó el Líder Histórico de la revolución en la conmemoración del XX Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada. "Céspedes nos dio el sublime ejemplo de iniciar con un puñado de hombres, cuando las condiciones estaban maduras, una guerra que duró diez años”. "Agramonte, Maceo, Gómez y demás próceres de nuestras luchas por la independencia, nos mostraron el coraje y el espíritu combativo de nuestro pueblo, la guerra irregular y las posibilidades de adaptar las formas de lucha armada popular a la topografía del terreno y a la superioridad numérica y en armas del enemigo."
De ahí lo significativo de que se asaltaran dos fortalezas militares en el Oriente Cubano. Donde había amanecido la Revolución de Céspedes, por la independencia y contra la esclavitud. Región indómita donde se había escenificado la Protesta de Baraguá y en la que había caído en combate el Organizador de la Revolución del 95, el autor intelectual de aquellos asaltos.
“Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre”. Pero estos jóvenes asumieron su legado y retomaron la ruta de la lucha armada como única opción posible. La Generación del Centenario le daba continuidad a su “guerra necesaria” para refundar una república “con todos y para el bien de todos”. Fue, como anticipara Rubén Martínez Villena en los años treinta, la necesaria “carga contra la dura costra del coloniaje”.
Aquella madrugada de la Santa Ana, fue el asalto de la Utopía a las mazmorras de la resignación y la desesperanza. En una época, como describió Fidel, “en que nadie creía en las posibilidades de victoria de la Revolución; era una época en que nadie creía que se podía luchar contra el ejército de la tiranía; era una época en que, no solo en nuestro país sino en toda América y en todo el mundo, se creía que los pueblos eran impotentes para enfrentarse a los ejércitos, y hasta se había convertido en un falso principio la afirmación de origen fascista de que ´una Revolución se podía hacer con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército´”. Fue la chispa del alba que vendría.
El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 había hecho trisas el afán de cambios nacionalistas planteados en las campañas del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Quebrantó la esperanza de muchos en la vía reformista y convenció a una parte de los cubanos de que el camino electoral, dentro del sistema de partidos tradicionales, hacia otra Cuba más justas era casi imposible, que no había otra alternativa que la lucha armada.
Pese a la demagogia y artimañas de Fulgencio Batista, el régimen golpista careció desde sus inicios de legitimidad. Para implantar su dictadura, suspendió la Constitución de 1940 e implantó los oscuros y espurios Estatutos Constitucionales, anuló el poder ejecutivo y las funciones del Congreso. Los sucesos de julio de 1953, sobresalieron entre las más trascendentes y enérgicas manifestaciones de la desaprobación de la mayoría del pueblo a la dictadura batistiana. Convirtió a Cuba en una fortaleza militar.
Con sus bestiales reacciones por los sucesos del 26 de julio de 1953, con sus sangrientas represalias, la tiranía se despojó de sus máscaras, mostrándose tal y como era: un aparato capaz de recurrir a los más horrendos crímenes y las más burdas mentiras.
No pudo la campaña mediática del régimen opacar la figura del joven abogado. El organizador y artífice de los ataques en Oriente, brilló ante el pueblo como el líder indiscutible de la Revolución que se iniciaba, cual lo describiera a su padre el santiaguero combatiente Renato Guitar.
Aquel 26, como metaforizara luego Fidel, “se empezó a prender la chispa, que más tarde sería llama, que más tarde sería ¡Revolución encendida, de libertad y de justicia!”.
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