La batalla por Venezuela

Hay una batalla en Venezuela entre las fuerzas revolucionarias y las que tratan de dar un golpe de Estado nada blando al gobierno del presidente legítimo Nicolás Maduro, con una reaccionaria ofensiva que recuerda los trágicos sucesos de Chile en 1973. Pero Venezuela no es Chile ni es pan comido, lo que quizás olvidan los gestores de la brutal campaña contrarrevolucionaria actual.

El Chile del presidente Salvador Allende, quien se suicidó el 11 de septiembre de 1973 antes de caer en manos del traidor general Augusto Pinochet, era muy diferente, en sus condiciones políticas y militares, a esta Venezuela del 2017.

En defensa de su legítimo proceso revolucionario, millones de venezolanos respaldados por las Fuerzas Armadas Bolivarianas y sus milicias populares, sus organizaciones partidistas y políticas se enfrentan, empero, al mismo enemigo: Estados Unidos y sus peones de la región suramericana en especial.

Venezuela es, en estos momentos, una plaza que resiste el sitio de las pujanzas de la derecha y la ejecución de un golpe de Estado contra Maduro (al igual que lo hicieron contra el mandatario Hugo Chávez en 2002), orientado públicamente desde el llamado Plan Cóndor mediático, a lo que se une, de manera escalonada, el desacato al orden institucional, los llamados a la violencia callejera, a la destrucción de los bienes estatales y el irrespeto al presidente electo en las urnas hace cuatro años.

El dispositivo visible utilizado por los conservadores, desde la Casa Blanca hasta su último peón en el Sur, Centroamérica y el Caribe, se reconoce fácilmente: se trata de mentir y distorsionar la realidad hasta crear una matriz de opinión internacional para propiciar la intervención militar en la Patria de Simón Bolívar, una posibilidad que está fuera de discusión para Maduro, su gabinete y el pueblo revolucionario que le apoya.

En una suerte de cacería mediática, los grandes órganos privados de Venezuela, siempre al lado de las oligarquías y la oposición conservadora, solo utilizan como referencia informativa las expresiones contrarrevolucionarias, siempre aparatosas y violentas. Las fotografías muestran supuestos ataques de los uniformados a los opositores, varios presuntamente asesinados por grupos leales al gobierno, protestas generalizadas en el país. Una visión parcializada y agigantada, manipulada y mentirosa, que brinda una falsa imagen de la verdad venezolana.

Ejemplo de ello ocurrió con la gigantesca movilización revolucionaria del miércoles, cuando Caracas se estremeció con los ensordecedores llamados de la población a la defensa nacional, el reclamo a la paz y el entendimiento con los opositores negados a sentarse en busca de la reconciliación. Pocos medios reflejaron las patrióticas acciones en la capital, donde se unieron personas de todas las edades y procedencias sociales.

Esa marea roja y compacta, al igual que un día antes demostró el desfile de las milicias integradas por el pueblo armado, patentizó estar lista, desde el puesto que le corresponda a cada quien, para defender un proceso político que, por primera vez en la historia de la nación suramericana, puso a los pobres prioridad gubernamental.

El ataque contra Venezuela adopta formas globales, ahora en su clímax. Desde Estados Unidos, pasando por las bases europeas, en especial España, y siguiendo a América Latina, existe un bien orquestado golpe de Estado iniciado en vida de Chávez —de hecho se produjo y abortó la intentona gracias a las movilizaciones populares—, que alcanza peligrosas magnitudes contra su legítimo sucesor, su antiguo canciller Maduro, un presidente de origen obrero, inteligente y capaz.

Personeros del capitalismo norteamericano, plenamente identificados por sus editoriales, comentarios y reportajes espurios sobre Venezuela, tratan de ahogar a la débil prensa alternativa —uno de los errores de los procesos progresistas es carecer de una masiva red de medios—, solo defendida por la multinacional Telesur y otros que, en sus países, evalúan, analizan y alertan las verdades, pero que no llegan a las grandes masas.

La red de redes, en sus diferentes formatos, constituye uno de los grandes emporios de la derecha globalizada. Venezuela está dando un contraataque a lo interno, por lo que se impone hacerlo también fuera de sus fronteras, en cada uno de los soportes de una Internet que, hasta ahora, puede utilizarse en defensa de la Revolución Bolivariana.

A nuevas formas de guerra de la derecha se imponen otras desde las filas progresistas. El tiempo corre, la lucha se agudiza, y la maquinaria revolucionaria mundial tiene que moverse a lo grande.

La izquierda latinoamericana, casi siempre dividida, como lo estuvo en Chile, y ya se sabe qué ocurrió allí, debía poner un punto final a su vieja etapa de infantilismo político y las discusiones banales sobre la política venezolana por una sencilla razón: lo que está en juego en ese país no es Maduro, sino un proceso que en solo 17 años demostró que hay otra forma de hacer política de manera correcta y unitaria.

La llamada prensa grande puede ser minada desde sus bases, según expertos en la materia, a partir de una labor ideológica conjunta de los intelectuales, los pensadores, los políticos, los gobiernos progresistas y los movimientos sociales, sindicales y estudiantiles que resurgen en América Latina a la par de los gobiernos neoliberales.

La vileza contra la patria del libertador de América, Simón Bolívar, a la que los grandes capitales si triunfaran saquearán sus recursos naturales, léase petróleo, y es fruto del antagonismo entre dos sistemas y dos formas de pensamiento. Por tanto, la bandera blanca de la reconciliación necesaria nunca será aceptada por la contrarrevolución.

A pesar de las dictaduras que sufrió el pueblo venezolano, ni Estados Unidos ni su lacaya Organización de Estados Americanos (OEA) se pronunciaron contra los regímenes opresores; como no lo hizo ante las denuncias del gobierno revolucionario de Caracas cuando la derecha intentó matar de hambre al pueblo, acaparando medicinas y alimentos y atentaron contra centrales eléctricas y cometieron —y siguen haciéndolo— sus violentas fechorías mediante sucias guerras de desestabilización.

La historia de la Revolución Bolivariana ya está escrita de antemano por sus dirigentes y por el pueblo que la respalda: los fieles hijos de los próceres venezolanos no permitirán que su suelo sea hollado por las botas de ejércitos mercenarios, ni por grupos de traidores. Este miércoles, las líneas fueron trazadas en Caracas: Venezuela no se rendirá ante sus enemigos, ni internos ni extranjeros.

Cabe entonces una pregunta, ¿qué puede hacer América Latina por una nación que extendió a cambio de amor su mano solidaria a gobiernos y pueblos en esta etapa progresista? La respuesta está en la conciencia de los agradecidos y de los que, en momentos de graves enfrentamientos, estén dispuestos a no dejarse pisotear —sería una vez más— por la prepotencia de un imperialismo que hostiga al subcontinente desde hace más de dos siglos.