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lunes, 7 de octubre de 2024

¿Heil, Trump?

El presidente norteamericano gusta en demasía de la omnipotencia...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 16/02/2020
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Donald Trump-juicio político
Él o nadie…esa es la cuestión.

Devenido tal vez en el mandatario en la historia local menos preocupado por exhibir públicamente su señorío, su potestad y su supremacismo, el actual inquilino de la Casa Blanca  parece derivar  hacia a un régimen personalista por encima de las “sagradas escrituras” gringas en torno a la anómala fórmula de democracia política que proclaman como “verdad absoluta”.

El grito digital y fílmico de “Tump por siempre” que cerró su “criterio” sobre el reciente impeashment en su contra (del que libró por pura matemática republicana y nada de verdadera justicia), es apenas una evidencia de que el míster president de los norteamericanos tiene tantas ambiciones desbordadas como el austriaco histérico que en disfraz de “dios de los nazis” llevó al planeta a la guerra más desastrosa que ha enfrentado el género humano.

Son estas reacciones trumpistas, la expansión abierta de un modo “particularísimo” de hacer, que se concatena perfectamente con otras acciones de gobierno donde el “yo” sepulta al “ustedes” sin la menor compasión ni el más mínimo respeto a leyes, decretos, edictos y “principios” de cualquier índole.

Él quiere un muro para que los de “abajo” no lleguen al Norteamérica, y saca dinero hasta del Pentágono o de recortes sociales sin pedir permiso a nadie.

Él rompe acuerdos comerciales, declara guerras arancelarias y reparte sanciones, porque las letras no les parecen bien o la toma con quien le venga en ganas.

Él se desentiende del acuerdo global sobre cambio climático y le importa un bledo que en la Antártida las temperaturas ya desciendan a veinte grados, o que el subsuelo y las aguas subterráneas de los propios Estados Unidos se pudran por efecto de obtener petróleo de esquisto, una práctica  que en mucho ayuda a llenar los bolsillos de sus amigotes de la industria energética.

Él sentenció a muerte el acuerdo sobre misiles de corto y mediano alcance suscrito con la extinta URSS más de tres decenios atrás, dio la espalda al trabajoso protocolo sobre el uso de la energía atómica por Irán, y pretende imponer a los palestinos la condena de “parias eternos” para favorecer a su amado Tel Aviv.

Él roba el petróleo a Siria…y lo dice; asesina a altos jefes militares iraníes…y lo justifica, quiere sepultar el chavismo. defenestrar a Cuba y hundir a Nicaragua…y lo proclama, todo sin rubores ni reparos, en medio de un tradicional festival de gestos y muecas a la usanza de Adolf, el mismo que hacía que millones de germanos vestidos de uniformes pardos escondieran la panza y estiraran orondos el brazo como repuesta a su catarsis de gruñidos, gritos y mímica.

Y hace apenas horas, y luego de expulsar de la Casa Blanca (como ya es su práctica) a incómodos testigos ligados al reciente juicio político en su contra, acaba de poner la tapa al pomo de la desfachatez al reconocer a los cuatro vientos que sí envió a sus servidores personales a presionar a Ucrania para que Kíev se prestara a desprestigiar a Joe Biden, uno de los aspirantes a la candidatura demócrata a la presidencia, porque “no confiaba en que los organismos oficiales gringos” cumplieran con esa encomienda particular.

Algo así como decirle al poder legislativo y a toda la nación que sí es culpable de los cargos imputados por la Cámara de Representantes, y que le importa un pepino si violó o no la Constitución…Ah, y adelantó además que nunca aprobará la propuesta del  Congreso que quiere regularle el uso de la fuerza contra Irán…

Y ciertamente, si toda esta conducta preocupa e indigna más allá de las fronteras gringas, es de esperar que para no pocos norteamericanos las alarmas estén más que encendidas a estas horas.

Porque cuando una figura o un grupo logran embobar y manipular de forma masiva a sus conciudadanos instituyendo como normas conductuales el fanatismo, el oportunismo, el miedo, o la abulia, entonces se está a solo unos pasos del régimen unipersonal y de la más obsesa dictadura…y el país de los “bravos y los justos” se supone que no admita nada tan antidemocrático… ¿o sí?


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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