Hambre…así de claro

Acaba de ver la luz el informe correspondiente a 2019 de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, que sigue siendo desde hace decenios, más que una conglomerado de estadísticas y consideraciones, una verdadera advertencia sobre las tragedias que las desigualdades mundiales acarrean para millones de seres humanos de todas las latitudes.

Es además una muestra de que, a menos que ocurra  un milagro, los buenos deseos y la participación circunstancial en esta batalla no lograrán los resultados que la ONU y sus entidades se han trazado en cuanto el bienestar universal para el nada lejano 2030.

Así, el citado documento, con el título El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, nos advierte que el hambre ha empezado de retomar espacio para estas fechas luego de una relativa estabilidad en el número de afectados, de manera que hoy 820 millones de personas no tienen el mínimo indispensable para comer diariamente en nuestro planeta.

Un planeta donde suelen circular con profusión por no pocos medios informativos, eso sí, las farras y el boato de aquellas minorías entregadas a la más escandalosa gula gracias al escalón de “triunfadores” que restriegan todos los días en la cara de los masivos “perdedores”, al decir de Donald Trump, o de los “miserables”, como gustaba calificarlos Hillary Clinton en sus días de Secretaria de Estado.

Pero la FAO ha incluido novedades referenciales en su documento de este año.

Así, incorpora en sus comentarios y análisis la categoría de “inseguridad alimentaria moderada”, concepto que engloba a aquellos que enfrentan el reiterado fenómeno de baja calidad y cantidad en lo que consumen.

Según la FAO, este segmento, junto a los que intentan sobrevivir en medio de una inanición aguda,  suman en total dos mil millones de personas “es decir, la cuarta parte de la población mundial”.

La propia fuente especifica que en Africa y América Latina (sobre todo con la vuelta de la derecha a algunos gobiernos de nuestra área geográfica) el hambre muestra  incuestionables incrementos.  Mientras, en varias zonas de Asia los índices de inanición e inseguridad alimentaria han variado muy poco con relación a las cifras de años precedentes, por lo que el problema persiste.

A la  hora de establecer causales, el informe de 2019 de la FAO, si bien utiliza el lenguaje característico de los documentos de corte diplomático, no se pierde sin embargo en veleidades idiomáticas y se muestra puntual y concreto,

 Así, precisa que “el ritmo desigual” en la economía global “socava los esfuerzos por terminar con el hambre y la malnutrición” con un aumento de los niveles de inanición en países “donde la economía se ha ralentizado o contraído.”

La desigualdad de ingresos, insiste la FAO, eleva también la posibilidad de sufrir “inseguridad alimentaria grave” y por tanto es necesario trabajar para eliminar esa asimetría y evitar “a toda costa el recorte de los servicios sociales”.

Ello implica, entre otras cosas, al decir del informe, reducir la pobreza y contar con políticas sociales y alimentarias adecuadas.

Cita de elementos, vale añadir por nosotros, que implicarían en forma concreta reformas sustanciales en materia de justicia económica  y social a nivel global, fin de la violencia y las guerras como cauces para dirimir diferencias,  enfrentamiento al cambio climático y la agresión medioambiental, cooperación y solidaridad, apoyo incondicionado a los más urgidos, y la no utilización de sanciones y cercos que pretendan, mediante el hambre y las penurias, imponer a otros espurias voluntades ajenas, entre los más vitales cambios.

Por lo pronto, ahí está esta nueva advertencia de la FAO, la de 2019, que bien debería formar parte de los análisis y guías de acción de cada gobierno realmente serio, preocupado, y ocupado del planeta.